Dicen a menudo (en el cine, en los libros) que no sabes que estás viviendo tus mejores días hasta que han pasado. Que siempre buscas algo más, algo mejor, escrutando el mañana con avidez.
No es el caso conmigo. Hace unos ocho meses que soy consciente de estar viviendo mis mejores días, incluso en los bajones, incluso en el peor junio de la historia, y todavía cuando engañé a mi novio y le dejé.
Mis mejores días comenzaron con una llamada en medio de la madrugada de un viernes insomne, continuaron con el primer ramo de lirios, con un beso en la Alameda y una escapada candente para "disfrutar" de la ciudad desde la noria del Muelle de las Delicias. Mis mejores días están adornados con una visita sorpresa cuando salía a correr, un beso clandestino robado a las restricciones de movilidad, un fin de semana en las montañas, una caricia cuidadosa y medida bajo la ropa interior que me hiciera perder la cabeza en cuestión de segundos. Un apartamento con mucha luz y una bandeja con el desayuno sobre las sábanas desordenadas; una bolita pequeña, peluda y juguetona enroscada en su cuello. Cada abrazo por sorpresa, un ¡ajarl! satisfecho y muchos pasos de apoyo (espero que mutuo)
Estos son mis mejores días. Sé que a veces no lo parece, pero me haces la persona más feliz del mundo
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