jueves, 24 de septiembre de 2020

Dreams, future.

- Esto le dará más alegría a la cocina -. Parloteé alegremente mientras me secaba las manos manchadas de pintura en el viejo trapo.
La estancia, pobremente iluminada por un pequeño ventanuco, se había llenado con olor a pintura y barniz, lo cual me traía recuerdos muy felices de las reformas de mi infancia o la mudanza de mi abuela al pueblo. Siempre me han entusiasmado los grandes cambios.
Ale alzó la vista hacia las molduras del techo, que habíamos cubierto con cinta carrocera ls tarde anterior para que no se mancharan con la pintura de las paredes.
- Está quedando muy bien - comentó -. Y, de hecho, se me ocurre qué me daría una alegría a mí...
Se volvió en mi dirección alargando las manos y a mí se me escapó una risita infantil nada propia de mi carácter, pero él me hacía sentir así. Ligera, joven. Era tarde, tendríamos que trabajar en pocas horas y estábamos molidos de lijar, pintar, barnizar y mover muebles, pero Dios sabe que nos dió absolutamente igual mientras chocábamos contra las paredes del piso, enredados en un abrazo ansioso, llenando las estancias vacías con el sonido de nuestro amor. Los besos, las risas y algún jadeo rebotaban contra las paredes y caían sobre nosotros y nuestro colchón inflable provisional, colocado sobre una vieja sábana gris en el salón. Teníamos poco, pero nos queríamos con todo, a manos llenas.

Cuando me desperté en mi colchón de viscoelástica, atravesada en mantas del mejor algodón egipcio de El Corte Inglés, miré con decepción los tropezones de pintura sobre el gotelé de mi habitación, deseando haber amanecido esa mañana gris en el salón pelado del apartamento de mi imaginación, con su cocina oscura y su pequeño baño; pero con la sensación de haber regresado de una premonición más que de un sueño.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Saturday mornings.

Me siento dar un respingo involuntario incluso antes de abrir los ojos. Espero, sin moverme, a que se me ralenticen la respiración y el ritmo cardíaco, concentrada en mis sentidos. Los ojos perciben claridad a través de los párpados, mi lengua paladea el regusto metálico de la sangre. El sentido del oído, intensificado por la falta de visión, busca movimiento en el silencio de la mañana y solo encuentra una respiración pausada, otra superficial y dos corazones que golpetean a diferentes ritmos, impulsando la sangre en las venas.
Pero, de todos, el que menos uso es el más información me transmite: el olfato. Por él me parece saborear la humedad en el ambiente, el cálido dulzor de su piel, el suavizante para la ropa, los restos de nuestro sudor en las sábanas revueltas. Sabiéndome a salvo a su lado, olvidada mi pesadilla, dejo que me acurruque de nuevo en sus brazos, acariciándome el pelo, a pesar de que se me ha escapado una hora entre los dedos desde que asomé a la conciencia. Y me abandono, segura, porque sé que ya no soñaré nada malo.