sábado, 28 de abril de 2012

Feria de Abril.

¡Ya llegó la feria! A decir verdad, está a punto de terminar. Me gusta tanto que, mira, voy a dedicarle una entrada. Por fin algo un poco más feliz, ¿eh? Aprecio el acontecimiento porque es una de las pocas cosas en que se me podría considerar normal. No solo porque me gusten las atracciones (que también) sino porque no me corto. Me gusta el ambiente, reírme, el rebujito, y sobre todo, bailar. No me gusta el flamenco ni las sevillanas, pero sí resulta divertido. Desde hacer un poco el tonto con alguna amiga hasta bailar en serio, paso por paso, sintiendo el vuelo del traje. Sientes la música, el súbito impulso de sonreír, girar como una peonza, tocar las palmas y taconear. Aunque no me guste la sevillana.
La feria de Sevilla es mágica. La enorme noria, las luces, la adrenalina en las atracciones...velocidad, volteretas, colores, miedo...La barca Vikinga, El Inverter, el Giant XXL, el Top Gun, El Tiki Taka...Gracias a todos ellos, estoy afónica.
Ha venido bien. En eso pensaba mientras volvíamos en el autobús. Me dolían las piernas del roce, los pies por culpa de mis cuñas rotas, la garganta a causa de los gritos, y la cabeza por culpa del rebujito. Aún así, tenía la extraña sensación de flotar, de risa floja y bromas a flor de piel. Apoyé la cabeza contra el frío cristal y me arrebujé en mi mantoncillo rosa. La gente me mira, pero ya no muestran asco, miedo ni curiosidad. Me miran como a cualquier humana, cualquier gitana que sepa bailar, como a una adolescente un poco idiota. Cualquier chico podría fijarse en mí, no solo un heavy o un friky o...¿Qué digo? Quizás he bebido demasiado, me dije.
Y me concentré en recopilar las sensaciones vividas aquella jornada maravillosa. El sudor en las sienes, el calor, la gente, la sevillana atronando, y yo girando casi graciosamente con mis amigas y amigos.
Al estaba sentado en una silla, dándole vueltas al vaso de rebujito. Vacié lo que quedaba del mío de un trago y rellené el catavinos. Un trocito de hielo se coló en el vaso, que se impregnó de vaho debido a lo frío de la bebida. Respiré hondo.
-¡Vamos!-Le grité
Le cogí de la mano y le saqué al escenario. Por suerte, se sabía los pasos, y un poco confundido, me siguió durante las cuatro sevillanas, mirándome a los ojos todo el rato, con una mano vacilante en mi cintura.
Sonreí con ganas al cristal ante el recuerdo. Ahora Al dormitaba a mi lado. Su mano buscó a tientas la mía y nuestros dedos se entrelazaron. Yo no pude sentir gran cosa, sin embargo.
Miré por la ventana una vez más. Había comenzado a llover, formando surcos en el cristal, creando caprichosos dibujos. Tu rostro pareció dibujarse entre las gotas de agua, mirándome inquisitivamente, acusador.
"Te echo de menos" Quise decirle a tu imagen. Pero, como tantas otras veces, como tantas otras cosas, terminó por desvanecerse también.


miércoles, 18 de abril de 2012

Hoping for a Change


Tengo miedo. Tengo dudas. ¿Quién soy? ¿Me gusta de verdad esto en lo que me he convertido? En camisetas de chico grandes, todo negro, converses, pinchos, cruces, cadenas, negro, rock...¿Por qué lo exhibo? ¿Qué gano con mi etiqueta? ¿Por qué me mira la gente? ¿Por qué no puedo volver a lo que era? Quiero ropa elegante, quiero quitarme mi etiqueta, quiero dejar de dudar de mí misma, quiero...tantas cosas...Quiero volver a ser auténtica, no dejarme llevar por lo que los demás quieran, volver a sonreír siempre, ser tímida y mona. Esa no soy yo, no, es mentira. No estoy loca, no estoy salida, ¿Quién es esa? Una chica pálida, con el pelo oscuro y los ojos pintarrajeados. Tiene los labios rojos, como una cualquiera. Y viste de negro completamente. No luce las curvas bajo las camisetas anchas. Y parece que siempre lleva lo mismo. Y me contempla con ojos vacíos y rostro inexpresivo desde el espejo.
Uf, necesito un cambio. Necesito irme, olvidarme, dejar de sentir por un momento. Necesito hacer borrón y cuenta nueva. Prender fuego a mi pasado. Cambiar de sitio, de ropa, de estilo, de amigos, de música, de hábitos, y de forma de ser.
Pero no es posible
Sólo sé que nunca me había sentido tan vulnerable. Siempre creí firmemente en mis ideas, en lo que quería y buscaba de mí misma. Ahora estoy perdida en mi propia pesadilla, sólo que no puedo despertar o ver más allá de las tinieblas.
Tan perdida.
Tan sola.
Tan extraña
Pensaba que me había encontrado a mí misma. En realidad sólo me refugié en mi lado oscuro. Pero no puedes explorar la oscuridad inundándola de luz, o eso dijo Edward Abbey.
Sólo sé que yo antes era diferente, feliz, segura, decidida. No me dejaba arrastrar, no era esclava de nadie. Y ahora me siento prisionera en mi forma de ser de las demás voluntades. ¿Soy lo que los demás quieren que sea? ¿Soy una falsa? ¿Una poser? Quiero volver a ser original, auténtica, única.
"Sólo te pido que las decisiones que tomes las lleves a cabo hasta el final" Me dijo.
Me pregunto si seguiré siendo tan fuerte como antes.

"Las tinieblas son la prueba de que también existe luz" ¿Sabéis quién lo dijo? Yo.

domingo, 15 de abril de 2012

Since January

Pocas palabras podrían ilustrar ya lo mucho que él significa para mí.
Es la luz que disipa mis tinieblas, la luz de cada mañana. Mi estrella de día y mi sol de noche, tanto que me ciega. Luz, como la que destilan sus ojos verdes.
Es la fuerza para dar un paso adelante, un salto en el vacío. La fuerza para sonreír. La fuerza interior para obligar al corazón a que siga latiendo.
Es la promesa de la felicidad, de la lucha. La promesa que le hago al mundo de no rendirme, la promesa que le hago de permanecer aquí siempre, de quererle hasta que no me quede amor para nadie más. La promesa de que merece la pena seguir a su lado.
Es una huella en mi corazón, mi mente, mi piel y mis pertenencias.
Es un nombre grabado en cada esquina de mi existencia.
Es el olvido de que existen más personas a parte de él.
Es la ignorancia, porque no me interesa nadie que no seas él.
Es tiempo. El que llevamos juntos, el que nos queda por delante. Tiempo para pensar, sentir y amar.
Es esperanza de seguir adelante, de amar y ser amado, esperanza de un mundo mejor, esperanza de crecer como persona
Es música, para hacerme llorar y reír, para hipnotizarme con su voz.
Es sentimiento. Todos los nuevos, los que recuerdo y los que me quedan por experimentar a su lado.
Es el recuerdo de todos los instantes vividos, todos los momentos compartidos. Todas las palabras pronunciadas, acariciadas en mi mente y mis memorias
Es la sabiduría, la madurez, el poder aprender de lo que piensa, abrir los ojos y darme cuenta de tantas cosas...
Es suerte. La suerte que tengo de haberle conocido, de haber formado parte de su vida un solo segundo siquiera.
Él es, entre tantas otras cosas, la razón de mi existencia. Le quiero :)

Redrum

Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando su plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
Fue, posose, y nada más.

Esa negra y torva ave trocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado-le dije- no te impide ser osado,
viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

****

Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará...¡nunca más!
Edgar Allan Poe.

Cerré el poemario tras releer mi favorito. Me instalé junto a la ventana al ver que los cristales de mi habitación se habían empañado por la fría humedad de noviembre.
Habían pasado tres meses desde que le había perdido. Esperaba alguna señal, alguna despedida, cualquier cosa que aliviara mi alma torturada.
Miré hacia el cristal blanco con ansiedad.
Cuando se extinguieron los últimos compases del disco de Mahler, le pregunté al cuervo que custodiaba mi alma:
"¿Nunca más?"

when we were dead

Sun was hidding into de clouds
Black birds flew over the graveyard
I was feeling hald dead inside
Without knowing you were half alive

Who is knocking the door?
What is this scent of lilies?
Where does it come from?
Darkness is coming down
My soul scapes the eternal cage

I squatted on your gravestone
full of ivy, oblivion and frost
my hand uncovered your sad name
Someone who left ages ago

Welcome, sorrowfull girl.
Why are you alone in here,
so far and near?
I'm now just behind you
Let me embrace your living corpse

Suddenly an invisible touch
Held me close and breathe "oh, my love"
I turned round but no one was here
My heart rushed with wonder and fear...

NIKOSIA.

sábado, 14 de abril de 2012

Another day has been revoured.


Sentíamos todas la tensión en el ambiente. En realidad, aunque se presentía catástrofe, tampoco hacía daño un poco de llorera y desahogo. No todo puede ser siempre entre dos o tres de nosotras. Somos cinco, para lo bueno y para lo malo. Mei comenzó con su historia. Yo, que la conocía bien, descubrí en sus pestañeos y vacilaciones la mentira. Ya lo dejaría para después. Sussy encaró con ella, comenzó a discutirle cosas que sabía...a medias y en su pellejo. Dos grandes lágrimas resbalaron por las ruborizadas mejillas de mi amiga. La música ahogaba una conversación. Amor, siempre amor.
-Tía, yo sé lo que sientes, yo he salido con un tío de Granada y otro de Madrid...-Esa era Sussy, cómo no.
-Pero es diferente. Yo daría...-Su voz flaqueaba con las lágrimas- lo que no tengo por estar un ratito con él. Por decirle que le quiero. Sólo eso.
-Tú, al menos-intervine con voz rota-tienes la certeza de que él te dirá que también te quiere. O te besará. Yo no sé ni si me reconocería por la calle. No sé si le importaría lo más mínimo.
No podía ver nada con los ojos empañados. Cualquiera pensaría que llorar era un consuelo. Pero no, sólo una manifestación de tristeza, como lo son mis frecuentes sonrisas a la alegría. Pero no felicidad. Sea como fuere, llorar no me alivia, sino que me turba. Tengo la teoría de que la tristeza es la energía que utilizo para moverme. Dañina y eficaz, como las energías fósiles.
Las cinco llorábamos abrazadas a alguien. Sussy, Cherry y Richie se fueron a tomar el aire. Mei aprovechó para contarme lo que yo ya sospechaba. Ella estaba triste por mi culpa. Debí callarme. Pero, ¿Realmente es tan malo prevenir a alguien de que tenga cuidado? ¿Es mejor esperar a que algún día, aunque no sea hoy, se estrelle contra un muro?
-Ahora te hace feliz-declaré con sencillez-pero si esa circunstancia cambia, yo misma le estrangularé con sus entrañas, le arrancaré el corazón y beberé su sangre. Y no sentirá en todo el cuerpo más dolor que yo en cada centímetro del mío, si te hace daño.
Ella me miró con terror.
-Eso es porque tienes un corazón enorme-murmuró como para sí misma.
-Mei, mi corazón está muy lejos de aquí. Y está roto en mil pedazos.
Ella guardó silencio.
-Hace mucho que las cosas perdieron el sentido para mí.-Musité. Seguía llorando. Dicen que las lágrimas salen del corazón y escapan por los ojos. Pues así debe ser, porque las mías me dejaron surcos negros en la cara.
La voz de mi amiga tenía un deje casi aterrorizado cuando volvió a tomar la palabra.
-Cris, dime la verdad. ¿Cómo te has hecho el corte del brazo?

Detrás de todo caos, siempre hay un orden

Era un jueves cualquiera a tercera hora. Maldije cien veces la clase de matemáticas, y mil veces a aquella persona que la impartía. Me despedí de mis compañeros de optativa con una sonrisa forzada, me eché la pesada y fea mochila al hombro y recorrí los pasillos atestados. Como un zombi, y sin mirar realmente por dónde iba siquiera, me encaminé a la clase infernal, en la que pasaba cinco espantosas y larguísimas horas a la semana. Cuatro de matemáticas y una de tutoría. Escuchar a la bruja desvariar no es mejor que oírla reñirnos, meternos prisa y explicar cosas que te hacen tener ganas de llorar, ponerte bizco y dar vueltas a la pata coja por la clase mientras cacareas como un gallo.
Cavilando, choqué con alguien. Como resultado del impacto, me tambaleé, pero una figura alta y desgarbada me sujetó por la parte superior de los brazos.
-Lo siento-me disculpé atropelladamente-. No estaba atenta...
El chico, un año mayor que yo, era uno de los rubios gemelos que se juntaban con nosotros en los recreos.
-No hace falta que lo jures. Vas como un alma en pena, ¿Te ocurre algo?
Negué con la cabeza.
-Tengo matemáticas-repuse por toda respuesta.
Él me soltó. Dio un paso hacia atrás, mirando a la nada mientras se acariciaba las hondas sedosas con la mano derecha.
-Vale, ya no tienes matemáticas-anunció con los ojos brillantes de excitación-. Ven conmigo.
Me tendió una de sus pálidas manos blancas, que yo tomé irreflexivamente. Echó a correr, dirigiéndose a un pasillo en el que no había clase nunca.
-Por la otra escalera puede haber profesores-me explicó
Yo mantuve el ritmo con facilidad. Cuando estuvimos fuera de peligro, nos dejamos caer contra el muro amarillo, jadeando. Con la carrera, se me debió de caer la gomilla, y poco quedaba de mi trenza. Dejé que las rebeldes hondas de cabello oscuro se deslizaran por mis hombros hasta los omóplatos.
-Te queda el pelo mejor suelto.-Observó.
-Gracias
Le dediqué una sonrisa y mis mejillas pecosas se tiñeron de rojo.
-¿Qué hacemos ahora?
Mientras pensaba, casi detuve mi respiración.
-Se me ocurre una idea-la emoción produjo una enorme sonrisa en mi rostro, y otro sonrojo enmascaró al anterior.
Christian ladeó la cabeza por toda respuesta, sonriendo intrigado
-Tú mandas.
Me tomé la libertad de cogerle la mano y tirar de él. Tomamos el camino menos transitado (y, a su vez, más accidentado) para llegar al piso inferior. Nuestras manos seguían unidas, pero no había nada que malinterpretar. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo.
Paseando por el alargado pasillo que conducía a la entrada del colegio, charlábamos sobre nuestras cosas, los amigos, los planes, libros, trabajos... Los altos cipreses nos flanqueaban, creando elevadas sombras intermitentes. El asfalto agrietado no suponía problema, el aire, delicado y fragante a primavera, era una delicia, y la temperatura era ideal. Manga corta y vaqueros. Llegamos a una angosta verja desconchada y verde.
-No deberíamos estar aquí sin tutor
-Se supone-puntualicé. Me serví de una rama baja de un ciprés para impulsarme, me aferré a la verja y salvé la distancia de un salto. Me impulsé, apoyada sobre mi brazo derecho, como había visto hacer en el Parkour a los jóvenes deportistas. Aterricé limpiamente (por fortuna) sobre los talones, ligeramente agazapada.
-Venga, ¡salta! si yo lo he hecho, no puede ser difícil-bromeé.
Sentí el aire moverse a mi lado. Aterrizó elegántemente a mi lado con una sonrisa seca.
-Bienvenido al pseudoparaíso.
El llamado "Bosque de la lectura" se componía de unos cuantos árboles enclenques parecidos a olivos. Tierra y césped, caminos de pequeños adoquines bicolores, florecillas y tranquilidad.
-No está mal-aprobó. Le miré con miedo, pero pude ver que sonreía.
Se apoyó contra un árbol y me abrió los brazos. Saqué de mi mochila un libro y me senté entre sus piernas, con mi espalda apoyada en su cuerpo, la cabeza en su hombro. Chris me abrazó desde atrás. Abrí mi ejemplar negro de "Retrum: Cuando estuvimos muertos" y estuve leyendo con perfecta entonación unos cuantos capítulos.
Luego, me aburrí y estuvimos charlando.
-Tu pelo huele a un perfume de Spirit-comentó.
-Sí, "Life". Oye, qué buen olfato.
Hundió la nariz en mi pelo.
-Me gusta. Es delicado, pero no floral, ni fuerte. Sutil, como las flores que lo componen.
Guardamos silencio unos instantes.
-¿Qué tal te va en el colegio?
-Mejor de lo que te irá a ti-bromeó
-¿Por qué?
No lo comprendí. No soy de excelentes, pero saco buenas notas por lo general, sobre todo en letras.
-Oh, vamos, estás haciendo novillos-acentuó su sonrisa torcida
-¿Novillos? Eso suena como si estuviéramos en primaria-me quejé-, no, estamos haciendo pellas.
Nuestras risas se acompasaron.
-No quiero hablar del instituto, en realidad
-Entonces, ¿De qué quieres hablar?-inquirió, curioso, sus ojos verdosos fijos en mi expresión
-No sé...-titubeé-, cuéntame algo de ti
-¿Como qué?
-¿Qué tal te va en el amor? Al fin y al cabo, soy Celestina-sonreí
Él se lo pensó antes de responder.
-Bien-me dedicó una sonrisa muy dulce-,creo que me gusta una chica
-¿Sí? ¿Cómo es ella?
-Estudia aquí.-me informó
De inmediato puse en práctica mis poco desarrolladas dotes deductivas
-¿En qué curso?
-En tercero-le divertía el juego. A mí, también
-¿La conozco?-inquirí emocionada
-Probablemente, mejor que cualquier otra persona en el mundo.
De inmediato, repasé mentalmente su comportamiento con cada una de mis amigas.
-Es alta-puntualizó-como tú, más o menos
Eliminé de la lista muchos nombres. Qué poco modesta que soy, me dije
-Y tiene el pelo rizado y oscuro.
¿Qué? Sólo había tres chicas en el grupo, contándome a mí, con el pelo rizado. Una de ellas estaba en cuarto de ESO, y la otra era muy bajita.
-¿Qué...?
Me miraba con mucha intensidad. Abrí los ojos con desmesura, alejándome de él.
-Deeva...
En ese instante se oyeron dos pares de pies caer en la grava de forma amortiguada. El sol volvió los cabellos del segundo gemelo, Alexander, del color de la miel. A su lado iba un amigo nuestro, de cabello muy rizado y ojos celestes, cuyo nombre no recuerdo.
Me senté con las piernas cruzadas al sol. Alex se sentó a mi lado, besándome suavemente en los labios.
-Hola, cielo, ¿quieres?
Me tendió una botella. Dentro había un líquido de un lila transparentoso. Su olor era dulce, y su sabor fuerte. Sentí la quemazón por la garganta, deslizándose en el estómago, estallando. Tosí un poco, y mis amigos se rieron de mi poca tolerancia al alcohol. Picada, alcé la botella y le di un trago más largo, ésta vez con toda naturalidad.
-Qué rico-observé
-El vodka violeta es el mejor para beber a palo seco, o con licor de mora, o con Monster...-comentó el chico de los ojos azules
Alex volvió a besarme. Sus labios sabían a aquél líquido dulzón, y bebí con avidez de su beso, sintiendo con culpabilidad, cómo un par de ojos verdosos se clavaban en nosotros.
El timbre me hizo dar un brinco. Tocaba el descanso, y tenía diez minutos para incorporarme a las clases. Filosofía no pintaba tan mal, podrían tomarse mis reflexiones como si incumbiesen a la asignatura.
-Tengo que irme-les anuncié-Tengo filosofía y no puedo perder más clase
El muchacho y Alex se quedaron más tiempo. Chris me siguió hasta el muro.
-Perdona-le dije, y era cierto que lo sentía.
Él sólo sonrió antes de desaparecer tras el muro de ladrillos grisáceos.
Esa sonrisa se me clavó para el resto de la eternidad, más que nada, porque después de eso no le volví a ver.
"¡Nunca más!", como diría Edgar Allan Poe.

martes, 10 de abril de 2012

Y Tommy se pica XDD

El tiempo de recreo parece menguar. Quietud precisamente...pues no, pero tampoco se estaba mal, sentada en las tablas de madera de "el tobogán" y tomando el sol, con mi música. Todo el mundo venía y se iba como siempre, charlando. Apareció uno de los gemelos, enfoqué la vista para distinguirlo a contraluz. Tomás.
-¡Qué pasa! ¿Por qué estás aquí to' "forever alone"?-Me preguntó con su habitual buen humor
Yo gemí
-Me sobo con este calorcico.
Él, para reírse de mí, me despeinó las trenzas, aunque tampoco tenían mucho trabajo. Luego, comenzó a darme pataditas en los pies. Mis converses no las toca nadie. Me tocó la moral. Sin dejar de reírme, me levanté. Esperando que descendiera por la escalerilla o por la viga, salió corriendo en dirección opuesta, pero yo me deslicé por el tobogán, cayendo de pie, y le pillé de frente.
-Ya me vengaré-solté una risilla anticipatoria. Se me había ocurrido una idea.
Estábamos charlando todos juntos, y como siempre, me abracé a alguien, a Tomás.
-Mi vendetta-le susurré al oído, y le di un beso en la mejilla. No se dio cuenta al principio, tenía un par de brillantes labios de color rojo en la mejilla. Cuando se percató, me maldijo, se restregó, trató de pegarme...Y de picarme, abrazando a todas las chicas menos a mí. Sin inmutarme, me colgué del cuello de su hermano gemelo, Alberto, cuyo pelo era más largo y ondulado, su sonrisa más espontánea y...en fin, mi favorito en cierto modo. Le saqué la lengua. Se marchó a grandes zancadas, picado, y yo me reí. Besé a Alberto en el mismo sitio que días atrás, en la mejilla, pero me cuidé de no dejarle marca. Él me sonrió, guiñándome un ojo.
En fin XDDD dulce venganza

Shiva y Seth.

Shiva tironeó de la mano de su amiga. Ella estaba de más, por supuesto, era sólo una excusa para acudir al concierto. El humo negro y rojo danzaba elegantemente, la gente se aglomeraba, se golpeaba, gritaba. Shiva, una chica de quince años, era por lo general bastante grande para su edad, alta y fuerte. Y sin embargo se sintió indefensa a merced de aquellas personas, hombres en su mayoría grandes como armarios. Shiva se apartó el pelo sudoroso de los ojos, con las mejillas arreboladas. Clavó sus grandes ojos castaños en la figura del guitarrista. Se sintió idiota por pensar que él sentiría la intensidad de su mirada, entre el humo y la gente. Ella llevaba una camiseta de Disturbed, del álbum Asylum. Muchas veces antes, en sus largas caminatas desde el instituto habían acabado hablando de aquel grupo. Ella, por su parte, había pasado horas memorizando las letras y desenredando la voz de David Draiman de entre el frenético rasgueo y los golpes de la batería. Sientiéndose identificada por aquellas canciones, arrullada por su música.
La canción se terminó. El corazón de Shiva golpeaba violentamente, sentía su latido en las sienes.
Él se acercó al micro, sonreía, pero no la miró.
-Vamos a tocar una versión. La canción es de Disturbed, se llama Stricken, y quiero dedicársela a alguien que está entre el público.
Su enigmática sonrisa la hizo derretirse como mantequilla. Shiva se abrió paso hacia el escenario, lagrimeando, llamándolo. Se aferró al borde de la plataforma negra y sintió retumbar el sonido.
Él agitaba la cabeza, acariciaba la guitarra con mimo y gracia, y sin embargo, le arrancaba un sonido brutal. Ella cantaba a voz en grito, su sonrisa espontánea brillando con luz propia, los ojos agrandados, brillantes, los rizos castaños rebeldes.
No podía verle el rostro, él inclinaba la cabeza de modo que los largos mechones, aún más rizados que los de ella, ocultaran por completo el rostro. Agitó la cabeza, y uno de sus fríos ojos azules asomó entre el cabello. Lo clavó en ella, que no pudo ver cómo él también sonreía. No tuvo problema en distinguirla. Aunque iba de negro, como todos los demás, era pequeña, frágil, su sonrisa era como la luz para un mosquito, un imán irresistible. Él reconoció en sus labios la letra, y más tarde, ella sólo murmuraba su nombre.
La canción terminó con un grito y algunas notas más, que flotaron un momento en el cargado ambiente. Él dejó la guitarra a un lado, apoyada contra uno de los enormes amplificadores y se situó al borde del escenario de dos zancadas. Se arrodilló, quedando a la altura de Shiva, que le contemplaba muy seria y con el corazón encogido.
Shiva seguía llorando cuando Seth la besó, pero pronto olvidó sus preocupaciones y se dejó llevar por la magia del momento.
Toda la sala estalló en una salva de aplausos, pero ellos no lo sintieron realmente.

Delirando.

Yo seguía ignorándole, deliberadamente. O al menos, seguía sin dirigirle la palabra. Le clavaba alguna que otra mirada furiosa, alguna sonrisa torva. Aceleraba, a la salida, esperando no verle, sabiendo que él si contemplaría mis pasos alejándome. Hoy me retrasé. Andaba tan distraída que se me olvidó caminar deprisa, no tardó en alcanzarme. Sentí un escalofrío cuando sus ojos de hielo se me clavaron en la nuca. Ignorante de mi ira homicida, creyéndome ausente por la música, pasó un brazo por mis hombros. Le lo sacudí bruscamente, él pensó que de la sorpresa. Tiré del auricular.
-Me alegro de verte-murmuró, componiendo una sonrisa casi tan falsa como sus palabras.
En realidad, él sí podía alegrarse, sonreír de verdad. Él no sabía que yo estaba enfadada... Y esa sonría me derretía, sus ojos azules me derretían, su mano sobre mi hombro me derretía..
¿Qué estaba diciendo? Alza la muralla, vamos, fría, distante, tú puedes...
Pero esos ojos azules me miraban inquisitivamente.
-Ya, supongo.-qué cortante. Sus ojos se estrecharon, estupefactos.
-¿Qué hay?
Sus esfuerzos por mantener la conversación a flote me hicieron sentir fatal.
-Nada nuevo.-me encogí de hombros, displicente.
No de devolví la pregunta, fingí que no me interesaba saber cómo estaba. Tensó los labios en una mueca adorable.
Para entonces, se adivinaba la fachada de mi casa, con la acera de color azul y amarillo, recién pintada.
-Es aquí.-me detuve en seco.
Él suspiró, parecía que supiera que no tenía muchas opciones. Haberlo pensado mejor antes de hablar tan a la ligera, jum.
-Vale, hmm...adiós-y volvió a sonreír, casi forzosamente. Y mi corazón era como de gomaespuma.
Se dio la vuelta, comenzó a alejarse
-¡Espera!
Me latían las sienes conforme se acercaba con palpable desconcierto. Se quedó cerca, muy cerca.
-¿Sí?
Pude sentir su respiración, y se me confundieron las ideas. Pese a todo, supe aparentar calma.
-Lo siento. No tiene que ver contigo, ya no.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa. Aléjate ahora mismo, corre a refugiarte en casa, no vuelvas a decir alguna estupidez...
-No lo comprendo, pero tampoco espero una explicación.
Mi corazón echaría a volar, sonaba como las palas de un helicóptero.
De nuevo, parecía que iba a alejarse. Vaciló. Yo le cogí la mano, le retuve a mi lado. Me puse de puntillas para poder estar a la misma altura, rocé suavemente sus labios con los míos.
-Hasta mañana-susurré
Y después salí corriendo.

martes, 3 de abril de 2012

Sweet Dreams are made of this...~

Al principio, simplemente camino. Soy consciente de que tengo que llegar a alguna parte, y de que soy la única que puede llevar a cabo un objetivo.
Primero aparece la ropa. Mi cuerpo estaba borroso, como la imagen de una televisión mal sintonizada. El pelo me crece de pronto, en densos rizos castaños, y sigue avanzando por mis hombros, mi espalda, hasta mi cintura. Siento una diadema de madera recogiéndolo hacia atrás.
Primero, unos pantalones cortos, elásticos, cómodos. Luego, unas deportivas. Las identifico como mías, las conozco. Fueron blancas, pero ahora están teñidas de un color sucio que nunca desaparece, independientemente de lo que se haga. Están desgastadas, sobre todo la puntera. Moldeadas y sucias. Con ellas he ido al País Vasco, he escalado montañas, he recorrido senderos, salido a correr, hecho deporte en mi tiempo libre. Sigue surgiendo ropa a mi alrededor. La camiseta no la conozco. Está cortada a mano, de color azul intenso. Se perciben mis hombros y una parte de mis omóplatos, y un cinturón de cuero, con una hebilla de madera clara la mantiene sujeta a mi cintura. En el cinturón hay un espacio libre para una daga de pequeño tamaño.
Sigo caminando, una férrea determinación guía mis pasos, y de algún modo sé que mi vida depende de ellos. O, al menos, su sentido.
El contorno a mi alrededor se define. Surge, a mis pies, un camino de fino albero. Sinuoso, serpenteante. Junto a él, florecillas. SIn nombre ni importancia, solo pequeñas flores de colores apagados, hierbajos, césped. Y en pocos segundos, me hallo contemplando una basta extensión de hierba. Montañas de fondo, sus picos blanquecinos, rebaños a lo lejos, apenas manchas de color pálido, y ni un sólo vestigio de población alrededor.
Disfruto de los efluvios de lo que sólo puede ser el final de la primavera. Hace calor. A mi izquierda, el sol avanza rápidamente por el cielo, proyectando alargadas sombras, cambiando de color la estampa. Una película anaranjada parece cubrir la imagen, el cielo se torna de un vivaz tono rosáceo, que se oscurece rápidamente hasta tornarse rojizo. Siento cómo la temperatura desciende, y yo no me canso nunca.
Sólo cuando mi alrededor se torna de un macilento tono grisáceo puedo ver mi objetivo Varios pilares sujetan algo parecido a una circunferencia de piedra. Las columnas son de estilo Corintio, lo sé porque tienen base, a diferencia del Dórico, y el fuste es estriado. Además, es el único Orden que tiene hojas de Acanto grabadas en el capitel.
Puedo distinguir un círculo de arena, como su fuera a realizarse una pelea a la antigua usanza.
Hay dos personas. Sus siluetas se tornan más nítidas conforme me aproximo en un trote ligero. Ambos visten ropa similar, algodonosa, con cinturones, pantalones cortos y deportivas o converses.
Sin venir a cuento, tengo una espada en la mano. Noto su peso, me cuesta levantarla. La hoja no está bien afilada, el mango es áspero.
Una chica de cabello ligero, más corto y rizado que el mío, comienza a embestir contra mí. No tiene práctica con la espada, tu técnica es torpe. Pero qué se yo, que no he cogido una en mi vida. Pero ella tiene fiereza, y es difícil parar sus golpes, precisos y determinados. Alzo la hoja y la interpongo entre su espada y la mía. Curiosamente, a mí se me da mejor. Mi golpe la desequilibra, y yo finto hacia la derecha rápidamente, buscando un punto débil.
La lucha es agotadora. El reflejo plateado de la luna confiere a sus marcadas facciones una expresión casi de locura. Sus ojos brillan, alimentados por una extraña ferocidad. Reconozco que me cuesta, pero no quiero rendirme. Está cansada, y no tan alerta. Una de mis estocadas logra desestabilizarla y tropieza, cayendo hacia atrás, levantando una nube de polvo que hace que se me empañe la vista. Siento un nuevo peso en la cintura, y desenvaino la daga sin vacilar. Un solo movimiento, firme y decidido, y todo acaba, la sangre relumbrando contra la hoja.
Es curioso, pero no me siento culpable. No como si hubiera matado a alguien, sino más bien como sí hubiera cumplido un deber desagradable. Limpio la sangre en su camiseta, idéntica a la mía salvo por el color, que es de un rojo chillón. Como si mantuviéramos una pelea en un videojuego. Yo siempre era el azul,
La otra figura me contempla un momento, alza su espada sobre mí, y siento que puedo morir tranquila, porque he hecho lo que debía. Sus ojos verdosos me taladran, acusadores. Es entonces cuando la espada resbala de sus manos, cae de rodillas imitando mi postura y me envuelve en un apretado abrazo. Las lágrimas se nos caen solas.
El cielo comienza a clarear, y ahora no sé si va a atravesarme con su espada o, por el contrario, va a llevarme de la mano a casa.
Juro que no lo sé. Pero siempre me han gustado las sorpresas.

domingo, 1 de abril de 2012

Diez de febrero O___O!

Abro los ojos. Sé dónde estoy y qué está pasando. Son las siete de la mañana, y mi padre me intenta despertar, siempre un par de minutos antes de que suene el móvil.
Aún no hay luz en la habitación. Sólo se oye el murmullo de fondo de la respiración de mi hermana. Las sábanas me parecen ruidosas cuando me incorporo y deambulo por la habitación. ¿Y mis zapatillas? Bajo la cama, seguro. Bingo.
Es viernes. Esa será mi excusa para estar de buen humor hoy. Hago la cama, recojo mi ropa, me encierro en el baño. Pulso los tres botones, las luces rojas se encienden, y se oye un poderoso rugido. Un chorro de aire caliente impacta contra mi cara, y por un instante es un alivio. Pero siempre he sido más de invierno y frío, y me aparto, bajando la temperatura. Me quito el pijama, y lucho contra los leggins de algodón licra. Son cómodos, y contra todo pronóstico, el frío no suele ser demasiado intenso. Sí más que con vaqueros, pero hay gimnasia, ciclismo, y no quiero que mis pantalones de chándal acaben hechos girones de grasa de bicicleta y trozos de cadena. Mi camiseta de manga larga gris, una corta por encima, de Black Rock Shooter, y el polar. Luego me pondré mi sudadera de Rammstein. Hace mucho frío hoy, y es extraño que sea yo quién lo diga. Me lavo la cara, con agua gélida, me recojo el pelo silbando, me pongo pinzas de colores para retener los rebeldes tirabuzones de mis sienes. La melodía es fácilmente reconocible: Dear God. Pero no pienso en la letra, sólo en una voz de niño, una pincelada rosa a mis mejillas, y tres dulces palabras, escritas con vacilación de una disculpa y una explicación “Pero…te adoro”
Me miro al espejo un instante. Esa chica no se parece a mí, con sus dos manchas de fiebre en las mejillas. Qué puñetas. No puede ser más… Cris. Y me río, tontamente.
Hay algo en mi mente que pugna por irrumpir en el centro de mis pensamientos, algo que no quiero recordar. Quizás que tengo un examen esta mañana, y no quiero admitir que recuerdo bien poco de todo lo que estudié ayer.
Busco en mi memoria
“Pero…te adoro”
Rayos.
No sé cómo diablos ha pasado el tiempo tan rápido, pero ahora voy sobre la bicicleta, la mochila pesa sobre mi espalda, me duelen las manos del frío y el pelo me hace cosquillas en el cuello y en la cara. Debí ponerme guantes. Una vez más, perdido entre mi pelo, como un millón de cables oscuros, el auricular me canta al oído.
Mi corazón redobla su ritmo.
Ha confiado en mí
Ha sido sincero.
“Sabía que no estaba loca” Me digo, feliz, después de mucho tiempo de comerme la cabeza, de darle vueltas, de lloros tontos, de preguntarme mil por qués.
“Pero…Te adoro”
En algún momento, se oirá KABOOM, estoy segura, y todo el mundo tendrá, literalmente, un trozo de mi corazón consigo. Justo pasando el colegio santa María del Valle, me encuentro de frente con una figura que viste un chándal color crema. Sonrío, de nuevo con siniestro placer, y pienso en ir con él al instituto, sólo para molestar un poco a mi amiga. Le saludo, puse mi mejor cara. Me doy cuenta de que intenta darme conversación. Yo le sigo con buen humor.
Atribuyo mi sonrojo al frío, cómo no, para que nadie diga nada al respecto. Incluso bajo el polar y las capas de más, tengo la piel de gallina. Me duelen las manos al moverlas, parece que van a partirse.
Piensa en algo cálido.
“Pero…te adoro”
Mi piel estalla en llamas, y, por si acaso, miro hacia abajo para cerciorarme de que no se quema nada. A simple vista, estoy de una pieza.
Me pongo los guantes, negros, con los dedos al descubierto. Embuto mi bicicleta con las demás, el casco, azul y muy feo, atado a uno de los manillares. Salgo corriendo al primer piso, busco mi clase, pido permiso. Salvador no parece muy enfadado. Me quito el gorro, para que no me despeine al hacerlo él, y me siento en una de las mesas del final.
“¿Qué día es?” Una voz del final de la clase interrumpe el frío silencio, cargado de tensión. “Hoy es diez de febrero” Responde otra voz grave. Diez de febrero. No debo pensarlo, no quiero, no puedo. Me salto la fecha y respondo rápidamente a todas las preguntas, rellenando varias carillas.
Segunda hora. Después de Ciencias Naturales, me abro paso entre la gente, de nuevo escaleras abajo, añorando mi rinconcito bajo el sol, en el poyete, con los auriculares.
Pero siempre pasa algo. Cuando Naya salta sobre Meiko, gritando, yo enlazo este hecho a la fecha. Ya me he dado cuenta, pero no quise admitirlo. Han pasado seis meses. Espero que pase lo mismo que siempre, que me duela el pecho, el tiempo se detenga, los ojos se me llenen de lágrimas. Y la imagen, mi único y bonito espectro de colores, tendría que agrietarse, romperse en mil y un pedacitos, desmoronarse hecha migajas. Reducida a polvo. Nada debería tener sentido.
Eso es lo que yo espero.
Pero no ocurre nada. Nada más que un torrente de emociones que se mantienen bien ocultas bajo mi frívola máscara de irónica indiferencia. El latido de mi corazón duele un poco más, ahora que soy del todo consciente de la realidad. Respirar supone casi un esfuerzo, me agobia un poco. Pero otras cosas me importan más.
“Pero…te adoro”
Respiro hondo. Estoy más tranquila. El aguijón de las lágrimas pasa por dejarme una película brillante en la mirada. Pero creo que estoy viva. Me pongo música, me aíslo a mi mundo, porque estos son los únicos días en que puedo manifestar mi debilidad, mi dolor, y echarla de menos como siempre.
Pero sonrío y bromeo de cuando en cuando.
Debo hacerlo.
Para no ser como ella.
Y lo siguiente que sé es lo que está pasando ahora. Estoy sentada en la clase de tecnología. Las altas banquetas sin respaldo, redondas y pequeñas. Las teclas apenas susurran bajo la presión de mis dedos. Pablo se repite ante la pizarra, intentando organizar el concierto para la excursión de fin de curso. Y yo no estoy echando cuenta. Alguien tiene puesta su música, el último remix de Skrillex, y canturreo en voz bajita. No es mi delirio, pero algunas canciones me gustan.
“Pero…te adoro”
Y es lo último que pienso en el día, porque lo que queda, es Dear God, un ratico de siestecilla, y, si tengo suerte, podré hablar con él.
Porque yo también le adoro.

Idas de olla parte...hmmm...Idas de olla.

Sentada en el banco, ella aguardaba pacientemente. No podía negar que estaba contenta, algo nerviosa. Se había arreglado el pelo, como no, y caía en lacios y brillantes mechones castaños a lo largo de su espalda. Llevaba su chaqueta favorita, sus vaqueros más bonitos. Estaba sentada en un banco de mustia piedra gris, el bolsito de piel rojo sobre las piernas, un libro de tapas vencidas en las manos. Los ojos color chocolate perfilados con delineador. Las pestañas de longitud imposible.
El sol resplandecía con intensidad en la cumbre del cielo, y todo brillaba bajo su luz y su calor
Alguien pasaba de vez en cuando frente al banco. Se dirigían sonrisas, saludos corteses, poco más. Alguna chica se sentó a su lado, y mantuvieron una charla insustancial mientras ella esperaba. Pero todos tenían prisas, y terminaron por irse. Incluso aquel muchacho de mirada ocre, o el alto chico de ojos pardos. Y ella se sintió extrañamente sola cuando se ponían de pie, le sonreían, y se alejaban.
No se había dado cuenta, claro, del chico delgado de ojos verdes que aguardaba algo o a alguien apoyado contra una columna.
Un poco de valentía, y ella se puso en pie, con su alegre sonrisa, y se aproximó con seguridad
Para entonces, las nubes se habían abierto paso hasta el sol varias veces. Éste parecía haber perdido parte de su brillo, pero aún se mantenía orgulloso, en lo más alto.
Ellos charlaron durante un rato. El sol descendía lentamente, y lo que ellos esperaban no parecía acercarse jamás.
Se contaron sus historias, esos cuentos lejanos de un pasado remoto. Hablaron de tonterías, y de aquello que sólo ellos, seres extrañamente similares, comprendían.
Los días se sucedieron. Cada tarde, ahí estaban los dos, sentados en el banco de piedra, o charlando junto a la columna de mármol blanco de él. Esperando.
Alguna vez, él habló con otra muchacha, nadie especial
Puede que en un par de ocasiones, ella abrazara un cuerpo que no era el suyo. Nada que importase
En el fondo, nada más
Minutos después, o puede que meses más tarde, hacia el crepúsculo, dos figuras aparecieron caminando por lados diferentes. Una chica y un chico. Los rasgos de él era difusos, poco definidos, el pelo crecía y se oscurecía, y luego volvía a parecer corto y rubio. Ella crecía, adelgazaba, su rostro se alargaba y su pelo crecía en rebeldes tirabuzones oscuros; o a ratos, estaba corto y ondulado, claro, con cada mechón apuntando a una dirección.
Aquellas personas se acercaron. Sus imágenes ocuparon su lugar con el tiempo. El rostro del chico de dieciséis años era anodino y común. Rodeó la cintura de la chica de los ojos marrones con su brazo derecho, la besó en la mejilla. Ella lo miró a los ojos largamente, curvando la comisura de sus labios, y él la besó brevemente. La chica no sintió la electricidad de ese contacto. No sintió nada en absoluto. Sólo otro par de labios más. ¿La diferencia? eran suyos.
La mente de la chica estaba teñida de un cálido verde oscuro.
El chico de los ojos bonitos cogió la mano de la otra figura, la muchacha morena de los bucles, y se alejaron un instante.
Los dos se miraron una vez más. Con cariño, con pena, con alivio
Pero quizás la historia acabe bien. Puede que, después de doscientos metros, se den la vuelta y se reencuentren. Puede que después de un rodeo. Puede que se abracen, o que queden para ir al cine o jugar a la play.
O quizás acaba bien porque ambos podrían considerarse felices, cada uno siguiendo su camino.
Puede que con la certeza de volver a verse algún día y compartir una de sus extrañas conversaciones.
No tiene porqué ser un final feliz
Tampoco tiene porqué ser triste.
¿Quién sabe?

Más sueños estúpidos.

El suelo es de baldosas, desgastadas, agrietadas, rotas. Bicolores, blanco y negro, como un gran tablero de ajedrez. El negro despide un tenue brillo rojizo, y a mi alrededor, sin límite, principio ni final, negro. Negro nebuloso, retorciéndose. Hay un cerco a mi alrededor, pero nada más allá del suelo de mármol roto. Un paso en falso y todo se acabará. Una figura pálida, como un rato de luz sin contorno definido, con voz de ultratumba, resonante. La figura señala las fichas del tablero. La reina se lleva las manos a la cabeza, como si padeciera un dolor insufrible. El Rey se lleva las manos al corazón, como si quisiera arrancárselo.
Las cuatro figuras dan un paso adelante y se desintegran, bajo mi mirada escrutadora. Una repentina brisa se lleva cada granito que queda de ellos. Ahora sólo existen en mi mente.
Siguiente escena. Una figura se abalanza sobre mí. No tiene rostro, pero su cuerpo tiene forma femenina, y lleva un vestido negro. Los tirabuzones oscuros rebotan junto a su cara. Pero lo que más llama la atención es la enorme guadaña que se alza sobre mí. El mango se compone de algo blanco, retorcido...parecen vértebras humanas. Alzo los brazos instintivamente, y sobre mis manos se materializa una firme, elegante y alargada katana negra. Ruedo hacia un lado, siempre sin abrir la boca. La llama azulada que hay junto a mi cabeza me ilumina. Su guadaña y mi hoja chocan. Vuelve a arremeter. Me hace perder el equilibrio, y caigo sobre un montón de escombros. Los cortantes trozos irregulares de loza me arañan las piernas desnudas. Acabo de darme cuenta, llevo pantalones cortos y un sujetador negro, o algo parecido. Sobre él, algo parecido a una sudadera muy larga, y converses de bota, aunque eso es quedarse corto. Menuda ropa para luchar. Impertérrita, me pongo en pie, pero es tarde, porque una hoja curva y negra se mueve demasiado rápido hacia mí, me atraviesa a la altura del ombligo...Y yo me precipito a un vació infinito teñido de dolor...
Para terminar aterrizando, como cualquier día, sobre mi cama, con la frente bañada en sudor.
-Sólo ha sido un sueño-murmuro, con rabia.
Pero al incorporarme, un dolor punzante me atraviesa el estómago, y siento una penetrante quemazón. Me levanto la tela del pijama.
Una gran cicatriz de días de antigüedad me surca el estómago de parte a parte.
¿Qué ha sido eso?

Inestable.

Recuerdo que en mi mundo, antes de que fuera destruído, todo cambiaba cada segundo. Una opinión, un pensamiento, las personas, y a veces los sentimientos que tenía por ellas. Lo único fijo en mi existencia era mi amor por ti.
Ahora, ni de eso puedo fiarme. Y no es por mí, precisamente.

Veinticuatro de Marzo.

Las letras de la pantalla se desdibujaron, los contornos se volvieron borrosos, y yo me di cuenta de que estaba llorando. Agité la cabeza, el flequillo me cubrió la cara. Sólo oía el jaleo de la calle, los dedos furiosos de mi amiga aplastando las teclas y mis propios sollozos ahogados. Ella me atrajo contra su hombro y escribió con la mano izquierda. Con la derecha me palmeaba la espalda, acelerando el ritmo de caída de las lagrimas, que se estrellaban en la tela vaquera de sus pantalones, formando un circulito azul oscuro.
-No, tia, ya está, me largo.
Eran las once y veinte aproximadamente, y yo pretendía volver a casa temprano (relativamente) y sin lluvia. Forcé una sonrisa, le dicté a mi amiga la respuesta que debía teclear (Yo no veía las letras) y busqué mis bambas. Me sequé los ojos, me asomé al espejo. Menudas pintas.
Mei me abrazó, y me soltó una increíble perorata en la que hasta ella terminó llorando. ¿Y si...? En eso se basaban sus teorías. Todo podría haber cambiado mucho o no haber tenido diferencias. Nunca se sabe. Pero el destino había escocogido este camino y yo tenía el corazón roto igualmente.
Qué más daba
-no tiene sentido que seas tú quien llore.
Me las arreglé para prometerle que estaría bien. Las promesas meñicales, como mi madre las llamaba cuando yo era pequeña, siempre se cumplen, así que entrelazamos los meñiques.
Ella seguía despotricando, mezclando insultos para él y arrumacos para mí cuando me marché, dándole vueltas al paraguas en el aire.
Necesitaba algo que me impidiera pensar, comprendí, pero los gritos no eran suficiente, así que subí el volumen hasta que me dolieron los tímpanos por culpa del golpeteo furioso de la batería y el rasgueo burdo de guitarra eléctrica.
Es extraño. Por lo general, cuando es muy tarde, y más la noche de un sábado, me da repelús volver sola a casa. Por una vez no me importó. No me importó lo que pudiera suceder, toparme con una panda de canis sedientos de sangre, con un salido pederasta, o que me atropellara un borracho. No porque sea emo, quiera suicidarme o lo que sea que se os pase por la cabeza. Es que nada podía dolerme más ese instante que sus palabras o mis propios pensamientos.
Ningún camión tuvo la bondad de arrollarme esta noche. Ahora que estoy en casa, me siento muy sola. Quisiera poder echar mano de una botella de lo que sea y no recordar ni mi nombre esta noche. O tener alzeheimer, o lo que sea.
O, bueno, simplemente, ver a mi hermano...

Cold

Traté de dormir algo, pero he tenido una pesadilla. No la recuerdo bien, sé que le perdía, que se alejaba por un sendero grisáceo, bajo nubes plomizas y flanqueado por altos árboles desnudos y encorvados. Ahí me quedaba yo, con la sensación de estar muy sola, y un escalofrío me estremeció el alma.
Me desperté agitada, con el corazón latiendo en mis sienes como si un colibrí batiera las alas. Los ojos se me llenaron de lágrimas, ahogué un gemido contra la almohada. Me destapé, ignoré mis zapatillas y salí de puntillas de la habitación, dejando a mi hermana dormida.
Recordé aquella etapa, hace más de un año. Yo acababa de conocerle, pero él no era el centro de mi vida, aún. Yo era una auténtica zombi. Recuerdo que mi consuelo se basaba en escribir y mirar el cielo.
Una vez más, salí a la azotea, donde me recibió un viento frío. Me subí al muro, mirando de reojo los más de dos pisos de altura que me separaban del jardín, y trepé al alféizar de mi ventana de un salto. Me colgué de las viejas tejas marrones como un murciélago y subí, una vez más, a mi refugio. Las tejas, sucias y descoloridas, habían sufrido mucho desde la última vez que subí aquí. La interperie hizo de las suyas con ellas... Solía traerme mis libros, y con frecuencia el portátil, o simplemente me envolvía en una manta y permanecía mirando a la luna por horas, enamorada.
Esta noche, su brillo plateado me ha parecido frío. El guiño titilante de las estrellas no me ha servido de consuelo. Me pierdo entre las líneas de los libros, las palabras ya no tienen ningún sentido. Y apenas puedo hilar dos palabras coherentes, imaginemos mi habilidad escribiendo.
Es contradictorio, porque antes, mis más bellos relatos surgían de la amargura que destilaban mis pensamientos, tal era mi dolor. Pero supongo que es un caso comparable a un ejemplo que pusieron en un libro.
<>
Estoy segura de que no fue con esas mismas palabras, pero ha de bastar. Quizás es mi dolor el que me está cegando ahora, tal que no soy capaz de pensar en ninguna otra cosa.
Aquí arriba no me siento mejor, como antes. Ya no estoy enamorada de la luna, sino de él. Ahora solo deseo perderme en sus cálidos ojos, no en el brillo frío de la luna.
Me siento aún más sola, ahora tengo frío. Tal vez me vaya a la seguridad y calor de mi cama, junto a mi hermana. Puede que consiga dormir algo.
Y con un poco de suerte, soñaré con él de nuevo, como antes..

Say goodbye

Los días se tornaban oscuros, y llorar sustituyó a cualquier otro hobbie. Nada de comer. Nada de dormir. Una mueca donde antes hubo una bonita sonrisa. Lágrimas y ojeras donde antes hubo arrebol. Gesto crispado y triste donde pudo apreciarse, tiempo atrás, ingenua felicidad.
Todo había cambiado, todo estaba muerto.

Final chapter.

El día en que mi mundo se acabó, yo me había levantado tarde. Me he esforzado en olvidar los detalles, y sin embargo aún permanecen a fuego en mi memoria muchas cosas que hubiera preferido olvidar.
Almorcé temprano, recogí la mesa con prisa, puesto que había quedado. A la hora de siempre, en el sitio de siempre, con las personas de siempre.
Las escaleras a la casa de mi mejor amiga no se me habían hecho tan interminables hasta aquel día. Tres tramos de peldaños hasta la casa número ocho.
-¿Quién eeeees?
Calurosa acogida, ¿eh?
-Tu madre en almíbar.
No estaba de gran humor.
Cam, conversaciones, patatas fritas, chocolate, dulces. Un rato de violación fingida, risas con la cara colorada de "el otro", chistes pervertidos y muchas sonrisas. Casi como cualquier tarde de mi semana feliz.
por otra parte, muchas ideas en la cabeza. Pronto iba a ser su cumpleaños (Al día siguiente) y yo aún no había terminado su regalo. O sus regalos. Bleh. Tendría tiempo por la noche de seguir, o eso me dije.
Quedamos en cenar las tres juntas. Era sábado y todo iba bien.
Iba.
Joder.
El Kebab estaba relativamente tranquilo. Escogimos ese sitio porque ninguna quería gastar mucho dinero -Se acercaba el salón del manga de Sevilla- , estaba cerca y a mí me traía muy gratos recuerdos. No míos, sino de otra persona.
-Menú Kebab y coca-cola.
-¿Con todo?
-Sí, por favor.
-¿Salsa?
-Mucha
Y de nuevo mi sonrisa feliz. Y no sé qué fue de ella.
Cena tranquila, mucha conversación, calma relativa.
La misma que precede a la tempestad, suele decirse.
Decidimos volver a casa de mi amiga. Ninguna tenía que estar demasiado pronto en su domicilio, y en cualquier casi, ninguna vive demasiado lejos de Simón Verde.
Creo recordar que él no estaba disponible en skype, o algo parecido.
Fui al baño y a por una coca-cola. Estaba muy tranquila.
Le saludé como cualquier día. Todo aquello comenzó en tono de broma, lo normal, lo prometido
Entonces, todo se tornó extraño y oscuro. Yo estaba atrapada, no podía leer entre las lágrimas y gritaba. Todo el mundo estaba enfadado, y yo no puedo recordar qué se dijo ni se hizo.
La pantalla del ordenador se había vuelto negra. Yo no era la única que seguía gritando y llorando, y la otra muchacha había desaparecido de escena.
Me marché. No sabría decir si estaba enfadada, decepcionada, o solo triste. Mi mundo había dado la vuelta en...minutos. No podía asimilar, ni quería pensar en lo que vendría a continuación. ¿Cómo describir el sentimiento? Es desazón, es un nudo en el pecho, presencia de catástrofe, tener los ojos húmedos e irritados, sentir frío, pero que nada te importe demasiado. Y más que eso, el dolor. No es físico, no está localizado, sin embargo, te hace querer arrancarte el corazón, pensando que es él quien lo genera. Pero yo muy bien sé que proviene de mi cabeza. De los recuerdos, los pensamientos y los sentimientos que queman como ácido. Es un dolor punzante. Cuando algo me recuerda a él, tengo la necesidad de encogerme sobre mí misma, y soy incapaz de controlar las lágrimas, delatoras, cuya presencia asusta tanto en mis alrededores. Es más que eso. Es la pérdida del apetito y el sueño. Es la inapetencia generalizada. No quiero pensar. No quiero leer. Ni jugar. Ni comer. Ni dormir. Ni salir. Ni sonreír. Ni vivir. Pero te ves obligado a hacerlo, y el dolor no remite nunca, porque le ves, le hablas, sueñas con él, y te ignora.
Me derrumbé el el regazo de mi hermano y lloré largo rato. Ahora no soy capaz de eso, porque me duele el pecho de tanto sollozar. He roto en pedazos su regalo de cumpleaños. Había decorado un papel con su nombre en finas líneas de colores combinados con el negro y había hecho una flor de Loto con el folio, utilizando un tutorial de Origami. La flor descansaba sobre la madera de mi escritorio, entre rotuladores de colores y pilot de punta fina y tinta líquida. Ahora, lo que queda de la flor imperecedera está en la papelera que hay a mi lado.
Tantas preguntas en mi mente. Si me quiso, al menos como su amiga, ¿No es lo normal dialogar? ¿Sabiendo que me duele su ignorancia? nunca había sentido un dolor así. Me pregunto si podré y cómo voy a sobrevivir a esto. Él cree que se ha acabado. Pero yo no puedo imaginar una existencia sin él. Además, yo no hablé, ¿Por qué diablos se enfada conmigo? ¿Por qué tengo yo la culpa? ¿Acaso pienso yo así? ¿Acaso escribía yo?
No me quedan ya fuerzas para enfadarme. Al menos ya puedo dejar de expresarme en frases cortas y empezar a escribir. Quizás si purgo lo ocurrido, sea más llevadero, como hablar de ello con un especialista. Sólo que sería yo misma, o algo así. Al menos me he sincerado y ya no tengo que fingir. Vuelvo a ser zombi, y reconocida además. Es una lástima que mis escrituras no sean tan bellas como el pasado invierno. Pero aquel sufrimiento, comparado con este, era delicioso, como flotar en una piscina de agua helada.
En fin, me voy a la cama, a tener otra pesadilla.
Espero que esto sea el comienzo de un final, el mío...

Kyofu

El tejado está mojado y no puedo subir, porque me mataría. Sigue chispeando, y no me apetece coger un catarro. Así que he de contentarme con contemplar el cielo desde el porche, escuchando al silencio y disfrutando de la fría humedad. Tengo la nariz fría, las manos y los dedos de los pies. Pero, en comparación, siento el corazón como un peso muerto y gélido en mi pecho. Tengo que concentrar mis energías en pedirle que siga batiendo. No sé ni por qué me molesto.
Las flores se marchitan con el paso de los minutos. Sus pétalos, alargados y sedosos, casi refulgen en su estrafalario color anaranjado. Sólo duran un día, a la caída del sol comienzan a desfallecer, como si tan solo pudieran nutrirse de su luz.
Estos días, las nubes se ciernen opresivamente sobre la ciudad, fastidiando la Semana Santa. No es que me importe demasiado, pero no podré quedar si llueve tanto como hoy.
El cielo es igualmente bello nublado. Se adivina la luminiscencia de la luna tras las algodonosas nubes, como si fuera una pantalla difuminada. Siempre me ha fascinado contemplar el cielo, podría hacerlo durante días. Cada estación es diferente, cada hora cambia.
Acunada por el golpeteo de la lluvia, medito sobre todas esas cosas que me dan vueltas a la cabeza.
<<¿Cuándo me he ido?>>
Quizás no te has ido, pero tampoco estás aquí.
Le echo de menos. Su ausencia, o mejor dicho, la falta de su cariño me impide respirar. Siento que las lágrimas regresan a mis ojos. Me trago el nudo de mi garganta y regreso, furiosa, a mi lectura. Qué comportamiento más infantil. ¡Pff! Seguro que pasará, y algún día me dirá en qué me he equivocado.
¿Y si no lo hace?
La vocecilla maliciosa de mi cabeza siempre quiere meter cizaña.
Calla, coño. Volvamos a la muerte de Edgar Linton.
Y así me dejo llevar por la lectura. Leer y dormir, ¿qué mejor anestesia?

Esa maraña de sensaciones

Es tan extraño que no sabría expresarlo.
Es recordarle cada instante. En una canción, en una letra, en un dibujo, una foto, lo que sea. Un constante enigma en sus palabras. No saber a qué se refiere. Es sentir que ha pasado una semana y esto va muy mal. Recuerdo el invierno pasado, cuando me convertí en una zombi, y echarme a temblar. No querer comer, ni dormir, ni sonreír, no tener ganas de salir de casa, de estar con las personas, leer o vivir siquiera. Y tener que forzarte a ello. Y que sólo la inconsciencia del sueño suponga cierto alivio siempre y cuando no sueñe con él, y me despierte sobresaltada. Es llorar sin motivo en los momentos más inesperados y en cualquier situación. Que en algunos momentos digas: Es un tío, no me rayo, y a seguir adelante. Pero sabes que te estás mintiendo, porque solo quieres morirte, y cada segundo imaginas nuevas maneras de hacerlo, pero sabes que no puedes, ser tan cobarde y egoísta. Forzar una sonrisa. Tratar de...de...desenredar las palabras. Y el dolor no te deja expresarte. Y a ratos te duele, pero no puedes llorar, y crees que te ahogas, y el sufrimiento se parece en algo físico. Que tengas que fingir que estás bien, porque al resto del mundo le parece una tontería, pero tú estás enamorada y sufres. Porque es muy fácil decir: Olvídalo, bórrale, mándalo a chuparla; cuando eres otra persona, pero seguramente tú tampoco harías lo mismo. Es no estar de buen humor, no poder concentrarte en lo que haces, en lo que te dicen, en la lectura o en la televisión. Que todo parezca gris, mustio. Que las cosas carezcan de sentido y no merezcan la pena. Es recordar cada sonrisa que esbozaras por él, cada sentimiento, recordar cuando se te encogía el estómago y la emoción no te dejaba ni hablar, es recordar su voz, las fotos, los comentarios, las risas, cada tablón dedicado, su nombre en mi mano, sus ojos verdes, los dibujos...Recordar cuando estaba viva, y era feliz.
Saber que has hecho algo mal, que está enfadado, y no sé por qué, ni me lo quiere decir, y me ignora, y le hecho de menos cada segundo, y son tantos "y, y, y..." que no puedo ni pensar, no saber si se está despidiendo de mí o me ha perdonado, y saber que me ha mentido, y que ha sido injusto, porque otras personas le han hecho más daño y él las ha perdonado, y yo nunca me he ido de su lado, tampoco he hecho nada, ¡Joder! Y le quiero, en todos los idiomas, no puedo dormir, ni escuchar música, ni ser humana siquiera, no puedo perdonarle a ella que tenga la culpa, ni dejar de andar como un zombi.
Y él cree que todo se ha acabado. Yo no podría ni asimilar la idea, no puedo ni considerarlo, es demasiado difícil, demasiado duro. Puedes pensar lo que quieras, que hay muchos más tíos, que me queda toda una vida, y bla bla bla, pero a mí me da igual, porque yo ahora le quiero a él, y esto está ocurriendo en el presente. Me da igual si me duele o no mañana, porque ahora mismo estoy sufriendo, y no sé lo que va a pasar. Me aturullo en esta maraña de confusión, pensamientos, ideas, decisiones, pesadillas, dolor. Tengo que pensar en ello, pero no soy capaz, y preguntarme cómo voy a sobrevivir a esto si no pude ni con lo de Klara. Y lo peor, sobre todo, es tener la certeza de que aún le quiero.
Y también tengo la seguridad de que, si me perdona, todo volverá a ser más o menos como antes.
Y yo no sé si eso es bueno o malo.

Heathcliff and me.

Siempre me he preguntado por qué no lograba odiar a Heathcliff. Me era extrañamente simpático, a pesar de ser el malo, a pesar de hacer daño, de ser un tirano, y el antagonista de la obra.
Sentí lástima por él, e incluso lloré cuando se murió.
Ahora sé que es, en parte, porque también él perdió a la persona sin la cuál no podía vivir.
Rememoro su retahíla ante la tumba de Catherine Earnshaw. Siglo XVl
"-¿Por qué me mintió hasta el final?-prosiguió-¿Dónde se encuentra? Aquí no...en el cielo tampoco...y no se ha extinguido...Entonces, ¿Dónde está? ¡Ah!, dijiste que no le importaba nada de mis sentimientos. Pues yo voy a rezar una plegaria hasta que la lengua se me seque: ¡Catherine Earnshaw, ojalá no encuentres descanso mientras yo siga con vida! Dijiste que yo te había matado, ¡pues entonces persígueme! Las víctimas persiguen a sus asesinos. Yo creo que hay fantasmas que vagan por el mundo, lo sé. Quédate siempre conmigo, bajo la forma que quieras, ¡vuélveme loco! Pero lo único que no puedes hacer es dejarme solo en este abismo donde no soy capaz de encontrarme. ¡Oh, Dios mío, es inconcebible! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!"
En este preciso instante, puedo entender su desesperación.
En este otro pasaje, Heathcliff hablaba del amor que sentía Catherine por Edgar Linton.
"Y ahí es donde se puede ver la diferencia entre nuestros sentimiento: Si él estuviera en mi lugar y yo en el suyo, aunque le aborreciera con un odio que convirtiera mi vida en hiel, nunca habría levantado una mano contra él. ¡Puedes poner esa cara de incredulidad si quieres! Yo nunca podría haberle apartado de ella, al menos mientras ella lo hubiera querido así. Mas en el momento en que perdiera su estima, ¡Le habría arrancado el corazón y habría bebido su sangre! Sin embargo, hasta entonces, y si no me crees es que no me conoces, hasta entonces, ¡Preferiría morir con certeza antes de tocarle un solo pelo de la cabeza!"
Y este otro, tras la muerte de su amor, cita el parentesco del sobrino de Catherine con la difunta.
"Hace cinco minutos, Hareton Earnshaw me ha parecido una personificación de mi juventud y no un ser humano. Me provocaba una mezcla tan variada de sensaciones que me hubiera costado dirigirme a él de una forma racional. En primer lugar, su pasmoso parecido con Cathy me lo acercaba a ella de forma sobrecogedora. Pero esto, que podría parecerte el detalle más importante para acaparar mi imaginación, es realmente el más nimio, porque, ¿existe alguna cosa que se acerque a mí y no me la recuerde? No puedo ni bajar la vista al suelo sin que sus rasgos se dibujen en las baldosas. En cada nube, cada árbol, colmando el aire nocturno y refulgiendo de día a rachas en cada objeto, me veo continuamente cercado por su imagen. Los rostros más triviales de hombres y mujeres y hasta mis propios rasgos se burlan de mí, ofreciéndome su parecido. El mundo entero es una atroz colección de testimonios acreditativos de que vivió y de que ya la he perdido. Pues bien, la visión de Hareton acaba de ser como el fantasma de mi amor inmortal, de los esfuerzos salvajes que he hecho por llevar adelante mis derechos, mi degradación, mi orgullo, mi felicidad y mi angustia..."
Cerré el tomo con algo de brusquedad. A pesar de que Cumbres Borrascosas siempre ha sido uno de mis libros preferidos, de hecho no ceso de releerlo, no son las palabras del bellaco de Heathcliff sino una bofetada para mis heridos sentimientos.
Pero yo no soy Heathcliff, y no tengo intención de consumirme hasta la muerte.