sábado, 17 de agosto de 2019

Una segunda familia.

Todo es como debe ser y yo suspiro de gusto. El sol del final de la tarde me acaricia los párpados, lo veo todo rojo mientras olfateo la brisa estival mezclada con césped recién cortado, cloro y protector solar. A estas alturas ya sé que estoy soñando, pero no pasa nada, porque ahora mismo soy muy feliz.
Oigo ladridos a lo lejos, y las voces de los primos de Ale, que juegan al fútbol cerca de aquí. Un grito de victoria de Ana rompe brevemente la quietud de los adultos que charlan a mi lado y yo siento una punzada de orgullo por esa niña tan activa, tan inteligente y tan buena.
Un gorgeo contento a mi lado y un roce húmedo en mi brazo me hacen abrir los ojos. Ale sostiene sobre las rodillas a un bebé rollizo de unos seis meses, pálido y risueño, un niño que inmediatamente reconozco como mío; es una de esas certezas de los sueños que a veces se mezclan con recuerdos. En algún momento hemos tenido un bebé, y lo mejor es que aquí, ahora, no tengo que preocuparme por comprar una casa o haberme casado; lo que importa es que quiero mucho a esa bolita sonrosada, sin nombre, sin sexo definido, solo nuestro pequeño.
- Sh, deja tranquila a mamá.
Me maravillo ante lo mucho que se parecen. Por supuesto que en mi cabeza el bebé perfecto sería clavadito a su padre: caracoles rubios, gordito y colorado, mirándome con sus enormes ojos de caramelo y su boquita riente y colorada, desde las rodillas de su padre. No lo puedo evitar, le tiendo los brazos y él (¿él? ¿ella?) viene encantado a mi pecho, donde se dedica a tirarme del pelo, de la ropa, del collar que llevo.

Y todo es paz. Su cabecita suave en mi pecho, los niños riendo, jugando, Macarena llamándonos desde la piscina, donde las tías de Ale aprovechan los últimos rala temperatura perfecta, mi novio mirándome con la adoración de un padre enamorado, mi suegra haciéndole arrumacos a su nieto, que se está quedando dormido (y llenándome de babas por el camino), mi suegro envolviendo papas en papel de aluminio para hacerlas a la brasa porque sabe que me encantan, mi cuñado, tímido, mirándome sin mirarme, Ana, apuntándome la receta de su deliciosa tarta de calabaza y su arroz con leche y estevia con mano temblorosa..., esta es la paz que proporciona estar en familia. Una segunda familia, para mí.

jueves, 15 de agosto de 2019

Sexo, pizza y el placer de ser rica en sueños

Entramos en la habitación a trompicones, rompiendo el silencio con nuestras risitas y nuestros jadeos. El ruido queda amortiguado, sin embargo, por lo mullido y lujoso de la decoración: moqueta, cojines por todas partes y pesadas cortinas flanqueando un gran ventanal, o quizá una puerta doble acristalada que de a un balcón, no lo sé, no voy a detenerme a mirarlo ahora... No puedo mirar otra cosa que no sea a él, tan pálido en contraste con el negro de las solapas del traje, sonrojado de champagne y copas y de los besos que nos damos, comiéndonos las bocas con alivio, subiendo poco a poco la temperatura.
Desde que le vi, rodeado de hortensias blancas y rosadas en el Salón de Bodas del ayuntamiento, solo pude pensar dos cosas: uno, lo guapo que estaba con su esmoquin negro, y dos, en las ganas que tenía de liberarle de su bonito envoltorio. Y eso estoy haciendo por fin, tironeando torpemente de la chaqueta mientras tropiezo una y otra vez con la pomposa falda de mi vestido de novia, hasta que noto que dese cansa de mi ansia y toma las riendas como solo él sabe hacer: me da la vuelta con un ademán rápido y comienza por besarme el cuello, sorteando los rizos rebeldes que se han escapado del rígido y floreado moño, todo dientes y labios y saliva mientras va deshaciendo los corchetes (hijos del demonio) del vestido con lentitud agónica. Entre beso y beso susurra una y otra vez que me quiere, me ama y me adora, que estoy preciosa, y las palabras me van llenando de calor, derritiéndose dentro de mí, convirtiendo mis huesos en mantequilla. Me siento blanda y moldeable mientras retira las prendas que me cubren, como en un gran milhojas: el vestido, el cancán, las ligas, las medias, los zapatos peeo-toe de Jimmy Choo (en sueños soy rica), el corsé y las pequeñas braguitas de encaje de La Perla, regalo de mis padres para mi noche de bodas (ellos también son ricos); finalmente, y cuando ya estoy caliente como el infierno mismo, me hace sentarme en el borde de la cama y deshace meticulósamente el intrincado peinado, quitando las horquillas una por una y liberando las ondas informes de su prisión con dedos hábiles. Suspiro, agradecida, rescato una gomilla de Dios-sabe-dónde y me hago una coleta floja mientras le miro a los ojos, cargada de intenciones malignas para con mi recién estrenado marido..., para qué dar más detalles, si todos sabemos lo que significa eso.

Unos 45 minutos después, sudorosos y satisfechos, nos debatimos sobre qué hacer a continuación.
- Deberíamos pedir fresas y champagne al servicio de habitaciones-. Sugiere él
Un ronroneo se escapa de mi garganta.
- Qué rico... Pero bae, no es temporada de fresas.
Deposita un besito distraído sobre mi pelo, del que no hace mucho tironeaba en un puño firme. Solo de acordarme me humedezco de nuevo, pero mi estómago tiene otras ideas y protesta sonoramente.
- Podemos pedir una pizza
- ¿En serio? 
- En serio -. Asiente enérgicamente- ¿Telepizza o Domino's?
- Domino's, quiero una de esas de crema y bourbon...
En realidad aún me lo tomo a broma, hasta que me da un par de palmaditas y se levanta, toda su gloriosa desnudez al aire solo para mi deleite. Los hombros redondeados, la espalda grande, los pequeños caracoles que forma el vello rubio de su pecho, el vientre prominente, curvándose hacia el pubis...
Se dirige al baño, de donde regresa envuelto en un esponjoso albornoz de rizo blanco.
- ¿Cómo se llama al servicio de habitaciones?
Le miro incrédula, con una risita
- Creo que para pedir pizza solo necesitamos internet. Anda, dame tu móvil...

Porque en los universos paralelos que se forman en los sueños, el Domino's abre 24 horas. Brindemos por eso en nuestra boda, bae.

lunes, 5 de agosto de 2019

Healing

Se inclinó hacia mí y me besó en los labios, que separé para recibir su boquita de bizcocho y su lengua caliente. Ese beso fue estupendo, la verdad, uno de esos que incluyen el paquete completo: lento, pegatido, con caricia en la mejilla o con sus dedos perdidos entre mi pelo, suave y contundente a la vez. Muy pronto se desplegó en mi vientre esa sensación de nervios y comenzó a viajar por mis venas como si se tratase de pequeñas burbujitas bajo la piel, que sentía sonrojada y sensible; mientras su boca se desplazaba hacia mi cuello, arrancándome gemidos y gimoteos, me pregunté si seguiré sintiéndome siempre como la primera vez que hice el amor con él, bailando entre los nervios y la felicidad, más suya que mía.
Sus manos viajaron hacia mi pecho, mi cintura, mi cadera, precediendo a la estela de besos que iba dibujando por mi piel. De pronto alzó la mirada y sus ojos, empañados por la excitación, me observaban expectantes tras las densas pestañas negras. Parecían de ónice, me vi reflejada en ellos.

- ¿Sabes por qué tienes estrías?

Su pregunta me desconcertó, llevándome a otro recuerdo: una mano oscura y larga acariciando una fina franja de piel entre mi camiseta y mis pantalones. Una frase maliciosa "si te hubieras cuidado mejor, no tendrías la piel tan flácida" y "ahora no tiene arreglo". No tengo arreglo. No tengo solución.
Justo cuando iba a pedirle perdón, me contestó:

- Porque estás tan buena que te rompes.

Y lo dijo con una voz tan baja y sexy que tuve que mirar hacia abajo para asegurarme de que mis bragas no hubieran estallado en llamas. Él, desde luego, no lo habría notado... seguía besándome mi flácida, estriada y descuidada piel con amor, con adoración, con deseo.