lunes, 5 de agosto de 2019

Healing

Se inclinó hacia mí y me besó en los labios, que separé para recibir su boquita de bizcocho y su lengua caliente. Ese beso fue estupendo, la verdad, uno de esos que incluyen el paquete completo: lento, pegatido, con caricia en la mejilla o con sus dedos perdidos entre mi pelo, suave y contundente a la vez. Muy pronto se desplegó en mi vientre esa sensación de nervios y comenzó a viajar por mis venas como si se tratase de pequeñas burbujitas bajo la piel, que sentía sonrojada y sensible; mientras su boca se desplazaba hacia mi cuello, arrancándome gemidos y gimoteos, me pregunté si seguiré sintiéndome siempre como la primera vez que hice el amor con él, bailando entre los nervios y la felicidad, más suya que mía.
Sus manos viajaron hacia mi pecho, mi cintura, mi cadera, precediendo a la estela de besos que iba dibujando por mi piel. De pronto alzó la mirada y sus ojos, empañados por la excitación, me observaban expectantes tras las densas pestañas negras. Parecían de ónice, me vi reflejada en ellos.

- ¿Sabes por qué tienes estrías?

Su pregunta me desconcertó, llevándome a otro recuerdo: una mano oscura y larga acariciando una fina franja de piel entre mi camiseta y mis pantalones. Una frase maliciosa "si te hubieras cuidado mejor, no tendrías la piel tan flácida" y "ahora no tiene arreglo". No tengo arreglo. No tengo solución.
Justo cuando iba a pedirle perdón, me contestó:

- Porque estás tan buena que te rompes.

Y lo dijo con una voz tan baja y sexy que tuve que mirar hacia abajo para asegurarme de que mis bragas no hubieran estallado en llamas. Él, desde luego, no lo habría notado... seguía besándome mi flácida, estriada y descuidada piel con amor, con adoración, con deseo.

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