viernes, 19 de agosto de 2022

El primer cambio: 12 de noviembre de 2020.

     Si lo piensas, no tendría mucho sentido que me despertara la mañana del 13 de noviembre de 2020, porque entonces el grueso de los acontecimientos ya habría sucedido durante la madrugada de nuestra primera conversación.

Así que me sitúo en el 12 de noviembre, un jueves cualquiera sin mucho que contar. Me despierto a mediodía con la melodía impertinente del despertador y los ojos hinchados de haber dormido poco. Me tomo unos instantes en la cama para hacer memoria de las cosas que tendría que hacer este día, pero es una época tan confusa para mí que termino por consultar el móvil con un deje de sorpresa -¡wow, mi viejo Xiaomi! - para verificar, aliviada, que no tengo clase hoy. Qué conveniente. Una notificación de Twitter con una "exclusiva" del diario El País tiene la amabilidad de recordarme todas aquellas pesadas normativas de desplazamiento COVID como el toque de queda y la pared invisible que desconectaba los municipios entre sí.

Me levanto con energía, aunque el frío me sacude rápidamente los huesos.

La cocina huele a un guiso cálido y reconfortante para un otoño inusualmente frío. Mi padre, solícito y dulce como solo él sabe ser, me sirve un cuenco humeante de un puchero denso, oscuro, donde nadan patatas, zanahorias en abundancia y unos tímidos fideos coronados por una porción generosa de taquitos de jamón picados a mano en ese mismo instante. Me asalta la nostalgia mientras saboreo la cocina casera y me siento mimada; aunque no es que no esté acostumbrada a los mimos, la verdad.

Sobre la mesa de la cocina, la pantalla del móvil se ilumina con una notificación de WhatsApp de mi ex novio. Ah..., él. Daño colateral. Compruebo con irritación que el móvil va a pedales cuando abro el mensaje:

- Hola, mi vidita bonita

Acompaña el texto con un montón de emoticonos de monos, pollitos, koalas y corazones lilas y verdes. Qué empalague, joder. Al menos la ortografía es impecable, gracias a mis interacciones durante los últimos cinco años. Sigo leyendo:

- ¿Qué tal tu descanso? No he querido hablarte antes por si te despertaba, mimi.

Todo él suena tan sumiso, tan blando que pongo los ojos en blanco; pero vagando un momento por mis mensajes anteriores me doy cuenta de que yo también... ¿era? ¿soy? así. No sé qué tiempo verbal usar, la verdad.

Valoro la situación. Mi mente tiene 25 años, para mí ya han transcurrido casi dos años sin saber nada de él y sus palabras no despiertan nada bueno dentro de mí. Sin embargo, sigo sin querer hacerle daño. Después de muchas dudas y unos cuantos intentos, envío un mensaje que me suena poco comprometido:

- He dormido bastante bien, gracias. Como esta noche no trabajo, he decidido levantarme un poco más temprano, a ver si luego puedo dormir algo. - Suena muy seco. Inserto una carita feliz - Ahora voy a relajarme un poco y a hacer algo de ejercicio.

Bloqueo el móvil. Sé que me va a decir que me quiere con toda su alma, que me echa de menos, porque mi yo de hace dos años ya comenzaba a distanciarse, a contestar menos, a ser más seca. No sabría qué contestarle, aunque me apeteciera.

Las cosas son distintas a cómo las recordaba, o quizá es que he borrado algunos detalles de mi mente y ahora los redescubro con especial cariño. Mi madre ha decidido que no quiere vivir encerrada en su habitación y baja las escaleras reptando a culazos para instalarse en el salón, como cuando yo era pequeña, lo cual me devuelve una calidez desconocida. Ahí será donde dentro de unos días le confiese que estoy enamorada de otra persona, llorando contra su regazo.

Por otra parte, vivo en casa, lo cual ya es un cambio bastante grande. Mi cabeza está ya habituada a otros bioritmos, pero no pasa nada, es como estar de vacaciones o algo. Un cambio extraño, temporal pero no malo. Vivo con mi hermano y no hay cuñada a la vista, esa es otra cuestión, y una parte de mí se muere por enterrarse con él en frente de la PS4 con su plaid suavito y marrón de toda la vida.

Pero no es momento para eso. Tengo un recuerdo precioso que revivir y quiero hacerlo bien.

El resto de la tarde lo dedico a acicalarme. Me atuso bien el cabello, que comienza a crecerme más allá de las clavículas, de modo que pueda dejarlo suelto, porque sé que a Diego le gusta. Me pinto las uñas del mismo profundo color granate que aquella vez, para que se imagine en algún momento que dejo surcos rojos en su espalda mientras gozo bajo su cuerpo. Mientras lo hago, no dejo de recordarme que él está realmente pillado por otra mujer ahora mismo y no me verá de esa forma, pero tampoco sobra. Incluso me maquillo un poco, con naturalidad y mimo. No fue difícil eliminar a la competencia entonces y no creo que ahora lo sea más; lo suyo hace aguas casi desde que la cosa empezó.

Ale vuelve a escribirme a eso de las ocho para recordarme que me quiere, y la incomodidad que siento me gana la partida. Cojo el teléfono y tecleo rápidamente, casi sin pensar:

- Oye, escucha, sé que no podemos movernos en teoría, pero mañana he pensado en ir a tu casa por la tarde. ¿Te viene bien?

Escribe. Para. Escribe. Para. Puedo sentir su angustia, pero ahora no cargo con un remolque de culpa.

- Vale. ¿Pasa algo, baewiwi?

Me muerdo el labio. Decido ahorrarle un poco de sufrimiento con una mentira piadosa:

- No, solamente quiero verte. 

Unas horas más, y el peor error que he cometido en estos años se esfumará ante mí como humo. Sin dobleces, sin mentiras: he conocido a otra persona y quiero romper. Lo siento, pero se acabó. No me escribas más. ¡Y a volar!

La tarde se esfuma y yo espero impaciente a que lleguen las dos de la madrugada, con un pijama bonito y algo descocado que ofrece mis clavículas y parte del pecho a la vista, y bastante más a la imaginación.

Las 02:17. Envío un mensaje al grupo de trabajo deseándoles buena noche y, apenas unos segundos más tarde, recibo una notificación de "Diego TM" en mi móvil recalentado:

- Como te vea despierta te deniego todos los dlf que pidas

Y caritas que se ríen. Me muero por verle. Él no lo sabe, pero añoro su risa rebotando en las paredes de nuestra casa, su voz gimiendo contra mi cuello, riñendo a la perra por vete tú a saber qué, diciendo que me quiere. Pero este hombre aún no sabe que me querrá mucho y dentro de muy poco; es hora de acelerar las cosas.

- No puedo dormir. ¿Te importa si te hago compañía?

- Claro que no, peque.

Y un guiño. Es mi señal. Pulso el icono de la cámara e inicio una videoconferencia con el corazón en un puño. Dos segundos más tarde descuelga y me recibe un rostro moreno y sonriente, el cabello algo largo y despeinado, a juego con la barba, y una camiseta gastada de Super Nintendo. Así y todo, ahora mismo es lo más bonito que he visto en mi vida; pero me trago el latido desaforado que me llena la garganta y esbozo una sonrisa que espero no sea demasiado trémula. Y me lanzo:

- Después de anoche, tenía ganas de verte.

Sonríe. Nos queda mucho por recorrer, pero eso él aún no lo sabe.

lunes, 15 de agosto de 2022

Hablemos de "do overs"

     La nueva novela de Elísabet Benavent es tan aburrida y predecible como todas las anteriores, pero ligeramente más fantástica, más inverosímil. Comienza con Tristán rompiendo con la protagonista, Miranda, después de una relación de cinco años que hace aguas porque ella está demasiado centrada en su trabajo.

Cuando Miranda se va a dormir esa noche, no comprende qué ha pasado. Sigue locamente enamorada de ese hombre, resentida porque él haya "dejado de quererla"... ¿o hay otros motivos?

Miranda se levanta al día siguiente en 2016, cinco años atrás, justo en el día que conoció a Tristán. Si actúa diferente, ¿cambiarían las cosas? no es eso lo que me interesa. Miranda comienza a saltar en el tiempo, y cada día que se levanta, lo hace en una fecha diferente, un día señalado en su historia con el hombre al que ama.

¿No es interesante la idea de un do over? ¿qué cambiaría yo en mis actos si comenzara de nuevo, un 12 de noviembre de 2020, con la cabeza de una mujer de 25 años y sabiendo ya lo que va a ocurrir?


Bueno, creo que voy a dejarme llevar por la ficción. Probemos a ver qué ocurre. A lo mejor si la situación se diera de verdad no haría esas cosas, pero por ahora me aburro y me apetece imaginarme escenarios nuevos para una vida que ya he vivido..., ¡en las próximas entradas!

sábado, 13 de agosto de 2022

Sacadme de aquí.

La mujer de la cama de al lado se muere ante mis ojos, y sus hijas no la soportan. Sus quejas, al ritmo de sus expiraciones, hacen eco en el pecho deformado por las fracturas. Tiene 85 años, se está ahogando bajo mi mirada, bajo la impotencia y la irritación de su propia familia. Se pone azul y rígida por momentos. La saturación cae en el monitor.
A ratos parece que intentan llorar y a ratos parece que tratan de no hacerlo. No lo comprendo. Esto debería ser íntimo, pero siento que las estoy violando con mis miradas de reojo y mi oído involuntario.
No sé cuántas veces he recorrido las siete baldosas y media del ancho del pasillo en los últimos 4500 segundos, pero lo suficiente como para memorizar el patrón del linóleo. Huele a heces, a comida precocinada, a senectud, a medicamentos amargos, a sudor... Y ahora vuelve a oler a muerte. Se me revuelve el estómago; al respirar se me pega la mascarilla sudada a los labios.
Qué asco.
Es como estar en una novela de Millás.
Suplico egoístamente que muera ya, que se calle, que descanse... Y que deje descansar. A su gente, a la mía. A mí también, qué coño. Soy lo peor.

Ojalá mi madre no muera en este sitio. Hace dos días parecía una opción muy real, pero..., ojalá que muera en su cama, en su casa, abrazada por las personas que la quieren. Ojalá poder decirle que la quiero todos los días, y también en ese momento, para que se vaya con amor, con humanidad.

jueves, 4 de agosto de 2022

Embotamiento.

     Y en algún momento, la situación mejoró. No digo que fuera fácil, cómodo o que no requiriera esfuerzo, pero poco a poco las aguas se calmaron. Llegó un día en que pude afrontar la vida sin una sola lágrima, y me sentí un poco más fuerte. No lo fui menos cuando sí necesité llorar, ojo, pero fui capaz de observar las cosas desde una perspectiva diferente al dolor y al enfado, y eso me trajo nuevas emociones. Poco a poco, mis emociones dejaron de escapar a mi control, dejaron de ocultarse y de salir disparadas en todas direcciones sin permiso, sin tiempo, sin modales.

Y aquí estoy, avanzando sin saber muy bien cómo. Haciendo cosas diferentes, a ver si obtengo resultados distintos. Enfrentándome a cosas que nunca había contemplado. Hoy las emociones me asaltan casi por sorpresa, pero yo me alegro porque son comedidas y me muestran patrones de colores diversos. Rojo, verde, amarillo, azul. La ira, la alegría, el estrés, la calma. Soy capaz de sentir diferente, sin acolchados, sin mirar el mundo como muy por debajo del agua.

Puede que mañana las cosas cambien y vuelva a sentir que la vida no tiene sentido ni razón de ser, puede que decida que todo esto es una pérdida de tiempo y vuelva a las andadas. La recuperación no es lineal, espero poder perdonarme muchas de las cosas que tengo pendientes antes de la siguiente recaída. Por ahora quiero seguir luchando para descubrir qué nuevos sentimientos me trae el mañana.