martes, 29 de octubre de 2019

Sadness.

Es mucho más fácil enfadarse cuando tienes un culpable al que dirigir tu frustración. Alguien que te lo ha quitado todo. Cuando no, cuando ha sido la combinación de circunstancias y casualidad lo que te ha puesto en un callejón sin salida, no tenemos más remedio que resignarnos. Son los pequeños momentos lo que irán limpiando esas manchas de pena que campan a sus anchas por los márgenes de mi memoria.

martes, 22 de octubre de 2019

Let's talk about you and me.

Me acomodé la ropa interior, que colgaba lacia sobre mi pelvis y con cada movimiento creaba incómodos pliegues por todas partes, enredada en los gruesos pantalones de chándal que le había robado a mi novio para la siesta. Sin embargo, el plan me había salido mal, de forma que me quejé en voz alta mientras trataba de acomodarme las braguitas. Él me miró a los ojos y con una sonrisa descarada me dijo que no me molestase, si me las iba a quitar.
Estas palabras prendieron fuego a la mecha del deseo en mi sangre y me pegué con ansia a su cuerpo mientras sentía su mano derecha reemplazando a la mía sobre la piel de mis nalgas. Por alguna razón conservo como recuerdos especiales varios momentos como este y solo de recordarlos me sobrevuela el vago recuerdo de la excitación, sobrecogiéndome. Más que la promesa de sexo inminente, creo que el secreto está en esa actitud que le domina cada vez con más frecuencia: la voz baja y ronca, el aire de seguridad con que me toca, su forma de mirarme a los ojos y de tocarme... como quien está en territorio familiar, como quien sabe lo que hace y lo que provoca con su tacto, con cada caricia, deshaciéndome las entrañas con una sensación muy familiar de nerviosismo con sus besos, sus mordiscos, su lengua surcando mi cuello, la maravillosa visión de sus labios rojizos perdidos en mi pecho. Él sabe tocar mis teclas, es más que evidente, sus manos conocen mis rincones mejor que yo. Me hace preguntarme si podría cansarme algún día de ese estallido de adrenalina que me azota cuando me besa profundamente, buscando mi lengua con aire dominante, y sé que quiere más.

Durante mucho tiempo me pregunté si, cuando tomaba la iniciativa, lo hacía por mí o por él; ahora me importa un poco menos porque le digo muchas cosas sin palabras cuando me abro a él.
¡Ah! qué peligro, cuando alguien sabe el poder que tiene sobre ti.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Lumus solem.

Lo único más melancólico que la oscura y húmeda frialdad del invierno que, en el fondo, me encanta, es no poder disfrutar de un día tan bonito como este: cielo despejado de vibrante azul, incipiente frescor otoñal que invita a buscar la tibieza del sol y un aplastante cansancio, condimentado con el hastío de vivir bajo techo constantemente.

Quiero sol, quiero luz, quiero vida. Yo, como buena plantita, vivo y me nutro de este clima tibio y cambiante; tras años considerándome firme defensora del frío, cuya dureza jamás había golpeado verdaderamente mis huesos, he descubierto que mi verdadera estación preferida no es sino la inter-estación, concepto que me he tomado la libertad de importar de la tradición China; de manera que lo que verdaderamente me gusta es ver cambiar el paisaje y disfrutar en mi piel los soplos, más o menos cálidos, más o menos secos, más o menos frescos, de las breves transiciones entre las dos estaciones existentes, lo que disfruto es cambiar el armario, adelantarme a los acontecimientos y pasar calor en el "otoño" temprano y frío en los albores del verano, que lo que me gusta es comprobar la previsión meteorológica día sí y día también en busca de nuevos olores, nuevos colores, grados arriba y grados abajo. Quiero esa suerte de excitación que produce el cambio, quiero aguardar los días largos en verano y los maravillosos atardeceres del invierno, quiero soñarme en sudaderas grandes y suaves, entre mantas y bajo el brazo protector de bae, quiero añorar el olor del mar en verano, quiero, quiero...

Quiero ver pasar el tiempo por mí. Quiero vivir para disfrutar de las cosas más o menos nuevas que trae cada día. Mientras escribo estas palabras, por primera vez en mucho tiempo (casi desde que comencé a trabajar), siento... esperanza.
Quiero vivir para disfrutar.
¡Vivir!


Evolution

Pensé que había cambiado, y que había sido para bien. Pensaba que, después de aquella época oscura de tristeza y mal humor, me había convertido en una persona amable, desinteresada,y, a ratos, también feliz.

Sin embargo, aún hay demasiadas cosas que tengo que cambiar. No es algo que me pille de sorpresa: si pensase que ya he evolucionado todo lo que una persona es capaz, sería no solo una idiota, sino también una ilusa. Lo que quiero decir realmente es que no era consciente de que hubiera tantos aspectos de mi personalidad que me desagradasen hasta el punto en que lo hacen.

A juego con mi cuerpo, ¿no?

domingo, 13 de octubre de 2019

Tu piel.

Si me marcho... Si un día me marcho, echaré de menos tu piel.
Vestiré de duelo mis sábanas, el suelo se enfriará sin el alivio de tu ropa.
Prometo que el café de las mañanas estará helado sin tu voz para calentarlo.
Echaré de menos tu pelo entre mis dedos y el terciopelo de tus parpadeos.
Si algún día me marcho, rubio, perdóname.
Ni fue por ti ni quise hacerte daño.
Si un día me voy, será porque sé que no pasará nada.
El tic tac del reloj te coserá las heridas, pequeño y algo mejor, alguien mejor... vendrá con el día nuevo.

Asco.

No soy nada.
No valgo nada.
Ni por fuera, ni por dentro.
Mi familia lo sabe.
Él lo sabe.
Yo lo sé.

¿Qué sentido tiene ya? si doy tanto asco a los demás como me lo doy a mí misma.

sábado, 12 de octubre de 2019

Brillar.

Pensaba que tenía el asunto más que dominado..., Al fin y al cabo, el sexo es sexo aquí y en el Amazonas. No sabía cómo iba a ser el sexo con Él hasta que lo hiciéramos, pero sabía que me gustaría.
Lo que no me esperaba es que el cosmos se doblara sobre sí mismo, el reloj invirtiese su orden y los colores cambiaran de nombre. Todo, absolutamente todo, tuvo de pronto otro sentido y comenzó a... Brillar.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Sea.

Estoy aquí, pero realmente estoy lejos, muy lejos de las bancas frías, de la irritante voz de la señora rebotando contra las grises paredes, lejos de la contaminación caliente y opresiva de la ciudad, lejos del trabajo, de la universidad, lejos de la vida por obligación....
Estoy..., perdida en un recuerdo. Un recuerdo real, más vivo probablemente que yo misma. Estoy sentada en un trozo de muro de tierra y solo veo lo que iluminan la luna y las estrellas, que son miles, cientos de miles aquí, y el cielo negro se ve más bien blanquecino en algunas áreas. Mis ojos, frente al proyector mal iluminado por los focos de luz amarilla y descolorida del aula, buscan la línea donde el océano se mezcla con el cielo en una masa oscura, informe, tranquila. Desde este incómodo y desproporcionado asiento, que siento bajo los muslos como roca rugosa, contemplo el mar y pienso que ha estado ahí, inamovible, desde mucho antes que yo habitara el mundo, y seguirá ahí cuando me vaya, moviendo arena, invadiendo el Paseo durante una tormenta, alimentándose de las historias de amor que transcurran en sus orillas.
Como la mía.
Pálido como la arena, está sentado a mi lado. No le estoy mirando, pero le llevo tatuado en los párpados, así que siempre puedo verle. Le huelo, su piel, su perfume, el salitre, el repelente de mosquitos, los restos de cloro y protector solar en el aire; y más que olerle, le siento. Su piel irradia calidez, mis poros se abren para beber de su luz, mi cuerpo le llama y le necesida. Su brazo en mi espalda no es suficiente, quisiera tenerle dentro, todo lo cerca que me permita el espacio físico..., pero no pasa nada. Todo va bien. En este silencio de olas rompiendo y grillos cantando, todo va bien. Sin hora, sitio al que regresar ni cosas que hacer, todo va bien. El feliz sosiego abandonado del verano en el litoral se abre paso refrescando mi piel y suspiro tranquila. Él me besa la sien y exhala un te quiero ahogado por la humedad de la noche, calándome hasta los huesos con un amor denso y antiguo como el propio océano.

lunes, 7 de octubre de 2019

Masticando cristales.

Tensión. Como si tirasen de mis estremidades, como la piel seca de los labios cuando sonríes. Tensión estallando en el cuerpo como un elasticazo por dentro, como una goma recia demasiado gruesa, como las agujetas cristalizando en el cuerpo e impidiendo el movimiento.

La vida, estos días, está llena de obstáculos. El de luchar contra el sueño y el cansancio que se abre paso por mi cuerpo en los momentos más inesperados, como camuflada entre borregos, escuchando sin interés a la señora barrigona y displicente de diversidad. El obstáculo de respirar profundamente entre bocado y bocado, bloqueando el pánico según las calorías se suman en mi contador. El del estrés irrumpiendo en mi pecho según el reloj acelera sus tics y sus tacs y yo me quedo sin tiempo y mi agenda sin espacio para apuntar más datos. El problema de la sonrisa forzada cuando tengo que enfrentarme a todas esas situaciones incómodas: clientes, familia, familia política, amigos. Como masticando cristales; duele, pero puedo hacerlo. Se supone que debo hacerlo. Se supone que me hará fuerte y enriquecerá mi vida. Se supone que debería sentirme aliviada y contenta, pero dentro de mí solo hay tensión, presión, me rompo y no siento nada bueno, nada positivo. Se me escapa la vida; me desgasto de fingir interés, de fingir emoción, de fingir felicidad, de contarme una mentira que no me he creído nunca.

Me gasto..., me gasto, y ya no aguanto el peso que se me viene encima.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Insecurities.

Inseguridad y ansiedad, para mí, van de la mano. Cuando dudo hasta de mi hersona, todo mi entorno parece incierto, acrecentado, además, por la nebulosa sensación que acompaña a la carencia de sueño, esa de estar viendo el mundo desde el húmedo interior insonorizado de una sauna turca.

¿Verdaderamente he dicho eso?¿le he ofendido? Cuando queda bastante claro que sí, me cuestiono todo lo que sé de mí misma. Me pregunto si el problema es que tengo poca personalidad y por ello mismo robo rasgos de otras personas. Me pregunto si hay otro modo de exteriorizar esta pena y esta rabia que parecen seguirme a todas partes; por qué no puede la contención ser lo mío, por qué no puedo mantener mi fachada de silenciosa y displicente joven durante mucho tiempo. Por qué soy así, por qué no puedo cambiar.

Pero, ¿quiero dejar de ser yo?

Quiero... silencio. Silencio y quietud y tiempo. Hasta ahí tengo claro. Hasta ahí podemos leer.