viernes, 29 de abril de 2016

Moar nightmares 'n stuff.

Como en todas las pesadillas, el tiempo se escurre entre mis dedos sin contemplaciones, sin orden ni control. Solo sé que estoy soñando por la nebulosa incierta que dibuja escenarios en mi cabeza, a pesar de la extrema brillantez de los colores. ¿Habéis leído los libros de "los juegos del hambre"? bien, mis propios sueños me recuerdan al veneno de rastrevíspula.

En uno de los escurridizos fotogramas restantes de mi noche de pánico, recuerdo una habitación sórdida de madera sin pulir. Bastos tablones dispuestos acá y allá, cubierto de astillas, todas las superficies de aristas y ángulos. En algún momento temo moverme, ¿no sería peligroso?
Ah, pero hay un peligro más inminente. Una figura ligeramente incorporada de su postura horizontal. Viste de harapos sucios y sujeta una bolsa de papel que, con toda seguridad, contiene una botella. Creo he he visto demasiadas películas.
Su actitud vacilante e indolente no me asusta tampoco, a lo sumo supone una decepción. Pero cuando sus rasgos huesudos me encaran, la habitación se cubre de la escarcha de su ira contenida. Y a pesar de que está extremadamente delgado y extremadamente borracho, estoy convencida de que me odia y puede hacerme daño. Dos cejas rectas y negras se inclinan en un ángulo muy poco conocido sobre los ojos grandes, negros, hechos de suciedad y pestañas larguísimas y enmarañadas. Pómulos infinitamente altos, labios agudos y crueles.
¿Cómo hemos llegado a esto?

Cuando, ya en la consciencia, mi mente registró el significado de mis acontecimientos, y temí de verdad que estuviéramos destinados a repetir la historia una y otra vez. Depende, supongo.

viernes, 15 de abril de 2016

Not fun anymore.

hace tiempo que decidí vivir de forma que no pudiera arrepentirme de mis decisiones, incluso de las que he decidido no tomar. Sin embargo, esta semana de epifanías ha desmontado algunos de los esquemas que pensaba que iba a seguir para siempre, o al menos durante mucho tiempo. Así que mientras miraba al techo, planteándome qué hacer antes de irme a dormir, me he sorprendido a mí misma arrepintiéndome de una concatenación de sucesos extraños. Como no besarte. Como no haberte buscado hoy. Como no quedarme más tiempo ayer, pese a que lo estaba deseando. Me arrepiento de muchas decisiones estúpidas que he tomado esta semana, pero también de las que no. No decidí ser valiente mientras nos mirábamos a los ojos, deseando mordernos los labios.
Me arrepiento de no estar ahora mismo manchada de albero, bailando sevillanas bajo la lluvia, con tu mano en mi cintura otra vez. Quién sabe si de haber sido las cosas de otra manera, ahora mismo estaríamos juntos o no. Quizá en otro sitio más cálido, más limpio y con menos ropa.
Pero si una cosa he aprendido a lo largo de mi adolescencia, es que no tiene sentido lamentarse por las cosas que han ocurrido o no, como no lo tiene plantearse futuros hipotéticos que solo hacen daño.

miércoles, 13 de abril de 2016

A los padres de mis amigos.

Mis padres me quieren, y lo han hecho siempre. Cuando fui buena, y cuando no. Me quieren aunque nuestras opiniones disientan y nos pasemos horas argumentando. Me quieren aunque sea republicana y de izquierdas. Me quieren aunque me pasara a las letras para estudiar lo que quería. Me quisieron cuando estuve segura de algo y cuando no. Cuando fui la mejor estudiante y cuando ignoré el colegio por completo. Me perdonaron cuando les hablé mal, me rescataron cuando me di cuenta de lo que era importante, cuando me había perdido a mí misma. Me quieren aunque odie a la Iglesia y por tanto ofenda sus creencias, aunque quiera casarme en el ayuntamiento y mis hijos jamás sean bautizados bajo mi decisión.
Mis padres me seguirían queriendo igual si fuera lesbiana, bisexual, pansexual o transgénero.
Mis padres me querrían todavía si fuera comunista, fascista, buddhista o del Opus Dei. Incluso si tuviera tres ojos y me tiñera el cabello de verde...; Aunque no estuvieran de acuerdo conmigo. Aunque no compartiéramos gustos, opiniones, música o aficiones.

Porque para eso están los padres. Los padres no deben juzgar, sino cuidar y proteger a sus hijos, incluso de sus propias decisiones, en algunas ocasiones. Procurar que no sufran, y cuidarlos cuando se equivoquen y se arrepientan. Al fin y al cabo, vosotros, padres, también fuisteis hijos de alguien. También tuvisteis una juventud, y sabéis cómo es querer desafiarlo todo y a todos, y encontraros a vosotros mismos.
No he venido a decirle a nadie cómo tiene que educar a sus hijos, porque al fin y al cabo, yo no sé lo que se siente; sólo que no debe ser fácil. Solo os pido, como hija, como compañera y amiga de vuestros hijos, que los cuidéis. No les castiguéis por sus decisiones, por sus gustos o sus parejas. No fustiguéis sus ideas para amoldarlas a las vuestras. Respetad lo que escojan y cómo sean, ya sea perpetuo o pasajero. Su orientación sexual, su ropa, sus tintes raros, su música, su inclinación política.

Porque si no, seguiréis perpetuando un comportamiento de represión, auto-odio y miedo. Si no, jamás permitiremos que nuestra sociedad sea verdaderamente libre.

viernes, 8 de abril de 2016

I'm genious.

Además de cansada, me siento débil, pero por alguna razón, también feliz.
Hemingway, galletas, primavera.
La terapia está funcionando. Soy un genio.

jueves, 7 de abril de 2016

Cinnamon.

Me pregunto qué tocará esta noche; ¿bichos? ¿se me caerán los dientes? ¿morirá alguien? Me da miedo dormirme, en realidad.
Anoche me convertí en una viejita desdentada, me perdí en una calle desierta y a oscuras y también ardió la casa. Sin embargo, en algún momento de la noche, soñé con un olor... un olor muy dulce. Era mamá, haciendo arroz con leche.
Una de las cosas de las que nunca he hablado y que me molestan de verdad, es cuando la gente se queja de sus padres sin saber lo que tienen, lo que se están perdiendo. Y me molesta, por todas esas cosas que nunca podré tener. Porque nunca he podido salir de la península con ella. Creo que nunca he ido al supermercado con ella. Solo en una ocasión me he sentado a su lado en un cine y atesoraré ese recuerdo toda mi vida. En realidad, antes no pensaba tanto en lo que me pierdo, pero ahora hecho de menos esas cosas todos los días; creo que es por algo que mi padre dijo una vez, algo parecido a que a él no le importaba tener que ajustar la situación cuanto pudiera mientras mamá estuviera con nosotros, pero que a veces le gustaría sentarse con ella en un parque a comer pipas y ver cómo nosotros jugábamos, y literalmente "nos poníamos hasta el culo de tierra". Creo que desde aquel momento aprendí a echar de menos la faceta de mi madre que no conocí, pero también a atesorar cada minuto a su lado como si fuera único. Los nuevos y los que recuerdo.
Algo que siempre me he reprochado de la época en la que no comía es no haber disfrutado más de su cocina, pero es quizá por eso que hay dos platos en concreto que me recuerdan a ella y me calientan el alma en los días más negros: el arroz con pollo, que me preparaba cuando me encontraba mal del estómago, y el arroz con leche, que fue lo último que comí preparado por ella. Ese arroz con leche meloso, suave y dulce, con su olor a canela, lo llevo pegado al alma. Mi padre y yo nos lo comimos a cucharadas del mismo (y enorme) cuenco, impacientes, y a la vez disfrutando, guardando un poco para el día siguiente, y el siguiente, hasta que no pudimos alargarlo más.
Y eso fue lo que olí en sueños. Quizá aún me olían las manos a canela de haber estado haciendo galletas, o a lo mejor mi mente quería recompensarme por tantas noches de miedo y angustia.


Esto no es un vídeo moralista de facebook, es la vida real. Sea quien seas, si estás leyendo estas palabras, hazme caso y cuida de las personas a las que amas. Regálales pequeños detallitos, diles que les quieres, prepara su comida favorita y abrázalos a menudo. Sean quienes sean, hazles saber que son importantes y atesora cada momento.
Yo desearía haberlo hecho más en el pasado, y estoy intentando compensar un poco por ello.

miércoles, 6 de abril de 2016

Disgusting.

Anoche tampoco dormí, y ya estoy agotada. Empiezo a hacer cosas mal, a olvidar palabras y a ser más torpe de lo normal. Anoche, alguien echaba cucarachas en mi cama de una pequeña caja de cartón, y no terminaba de despertarme ni de dormirme, atrapada en el limbo de la pesadilla de turno. Creo que en algún momento me levanté y encendí la luz para mirar bien mi cama, pero no sé si ocurrió de verdad o no. La segunda versión del sueño fue peor, porque estaba con mamá, y tenía que protegerla de los bichos como fuera, y ella chillaba y chillaba, y yo no podía hacer nada.

martes, 5 de abril de 2016

Far too pissed.

¿Sinceramente? Me gusta tener amigos pero odio esa responsabilidad. Tiene que pasar mucho tiempo y haber mucha confianza para que yo me preocupe por un amigo. Muchísimo más para que le abra mi casa. Y aún ni por esas soy la clase de personas que comparte toda su vida y sus secretos con un amigo, porque pasa eso tengo mi familia... y mi blog...; supongo que no me gusta que me juzguen por lo espantosa que puedo llegar a ser.
Más allá de eso, mis amistades funcionan como si yo fuera un hombre. No solo no te voy a contar mi mierda, sino que además no te voy a preguntar por la tuya. Como me gusta tener mi propio espacio, presupongo que al resto del mundo también. No es que no me importe, es que prefiero esperar a que la otra persona quiera contármelo, sin presiones. Pero eso no significa que no me importes.
Pero otro de mis incontables defectos, que me ha costado a más de uno, es que yo doy por hecho que mis amigos saben eso. Supongo que es porque así funcionan las amistades adultas, aunque ¿qué sabré yo de lo que significa ser adulto? A lo mejor mis amigos necesitan que ponga lo obvio en palabras, que sepan que siempre voy a estar para escucharles en cualquier circunstancia.

Es solo que no tengo tiempo, y es la auténtica verdad. Vosotros decís que no tenéis tiempo, pero veis series y salís con vuestros amigos, y leéis libros y veis películas. Y no es que yo no lo haga también, pero soy muy a la japonesa en ese sentido. Ser ocioso es malo, siempre hay que estar ocupado, y lo cierto es que estudio por las mañanas, y por las tardes, y las traducciones, y cuando ya he acabado de estudiarme el temario avanzo con los temas venideros para ná, para que coreano esté más descolgado de todas partes que mi vida, y para que al día siguiente tenga otra tonelada nueva de cosas que organizar y pasar a limpio y estudiarme y completar, y después de eso el libro del parcial, y más tarde el trabajo de tal asignatura, y si hago uno voluntario lo mismo me sube la nota, y de buenas a primeras ya no es un trabajo que decido hacer en mi obsesión por controlar lo todo hasta la perfección y ser la mejor, que esa es otra característica espantosa que me ha costado muchas cosas y que, además, he elegido yo solita. Ole por mí.
Pero ya hablaremos de mi obsesión con el trabajo en otro momento.

lunes, 4 de abril de 2016

Sweet as gum.

Papá me subió al pollete de la ventana del hospital. Llevábamos tanto tiempo allí, que todo estaba lleno de nuestras cosas: ropa, periódicos, una nevera llena de agua fría. Porque hacía calor, creo. Recuerdo que mi padre siempre dejaba las gafas de sol junto a las llaves, la cartera y todo lo que llevara en los bolsillos sobre el periódico en la ventana, como lo recuerdo agitando el polo contra el cuerpo para refrescarse, entrando en la habitación.
No es un mal recuerdo. Después de tantos meses y años en hospitales, no todo es malo. Que me dejaran ver a mamá nunca era malo. Aquella tarde en concreto, papá había abierto las ventanas y podía sentir el aire con más intensidad debido a la altura. Lo oía silbar contra el edificio. En esta escena -este fotograma- papá había comprado chucherías en el Galenas de la planta baja (que por cierto, aún sigue ahí) y estaba enseñándome a hacer pompas de chicle con un clix de fresa. Me decía que pusiera labios de beso y que soplara, y luego recogía los hilillos rosas que se me pegaban a la barbilla. Había más personas en aquella habitación, en un ambiente agradable contagiado por el optimismo del verano
Aprendí muchas más cosas en el hospital. Aprendí a enumerar los dedos de mi mano, y a silbar. A menudo leía y dibujaba en los periódicos viejos. También nombres de huesos, y un poco de cómo funciona el cuerpo. Me compraban dulces y helados cuando iba, y bebía zumo en la sala de descanso de los enfermeros, a quienes aún les agradezco mucho a pesar de los nombres que he olvidado.
No todos los buenos recuerdos son esporádicos y antiguos. Muchos son recientes. Acostumbrada a atesorar cada minuto que paso con mi familia, recuerdo con cariño almorzar con mi padre. Los cafés de la máquina Marhan Vending y las cuñas de chocolate gigantes de la pastelería que hay en la acera de enfrente de urgencias. También los bocadillos vegetales viendo Velvet y bebiendo Bifrutas con mamá, y las camas gitanas, y las muchas, muchas horas de charla, y todos los libros de cuentos que le he leído para que se durmiera.
Cada vez que fui, lo consideré un pequeño triunfo. Cuando me permitieron ir. Cuando me dejaron entrar en UCI. Cuando empecé a ir sola, en el autobús. La primera noche que le cogí la mano para dormir desde el sillón de piel plastiquera. Cada vez que confiaron en mí fue una victoria personal, y eso, a su modo, también es un buen recuerdo.

Y creo que ya está bien por hoy.

New year's eve and shit.

Parece bastante obvio que las fiestas invernales nunca han sido el fuerte de esta familia, así que es probable que me refiera a ellas a menudo.
Esta, en particular, está muy nebulosa en mi cabeza. Yo debía tener unos siete u ocho años aquella nochevieja, y parte de mis recuerdos han sido reconstruidos a partir de lo que otros me han contado, pero esas no son las partes más duras.
Lo más duro es que mamá no estaba. No solo físicamente. Normalmente, nadie dejaba escapar una sola palabra cuando yo andaba cerca y el no saber en cierto sentido me mataba de la angustia, porque tenía claro que lo que me llegaba estaba mil veces edulcorado, y lo sabía porque escuchar detrás de las puertas es una de las especialidades de un niño. Pero aquella noche, yo sabía que mamá tenía mucha fiebre, sabía que estaba ida; aunque la peor de las certezas es que se estaba muriendo. No hay otra forma de descirlo. Más tarde, ella me ha hablado de las alucinaciones que tuvo aquella noche.
Papá estaba con ella. Eso no era novedad, porque llevaba mucho tiempo sin ver a ninguno de los dos. O al menos eso parecía en mi cabeza, donde los lapsos de tiempo están distorsionados por los recuerdos y las emociones.
Estaba en casa. La casa estaba llena. Llena de mis tíos, mis primos, mis abuelos; pero de algún modo pensé que la gente a la que quería no estaba cerca de mí ni por asomo. Así que fui a buscar a mi hermano.
En la penumbra del salón, donde el sonido llegaba amortiguado, me agarré a él como mi salvavidas que es. En los peores momentos que puedo recordar, su abrazo es lo único que me mantiene a salvo; aunque nada pudo salvaguardarme contra las crueles palabras del que es, por sangre, mi abuelo.
Aquella noche nos riñeron mucho. No formábamos parte de la fiesta, no nos estábamos portando bien. Hacíamos llorar a la abuela con nuestra pena, y como no teníamos derecho a sufrir, debíamos callarnos.Eso nos dijeron. 
Mi familia se atiborraba de todo lo que había en la despensa en el piso de abajo mientras nosotros nos hundíamos en la miseria.
Como diría Zarité Sedella, así lo recuerdo.

Rescate.

Situación.
Estoy sentada en un sillón. El plástico caliente se me pega a la piel produciendo un sonido casi crujiente cuando me muevo, porque es verano. Bueno, no solo es verano, también es mi cumpleaños desde hace unos diez minutos.
Pero yo sigo sentada en el sillón, abrazándome las piernas para que permanezcan replegadas contra mí, como si así fuera a caerme a pedazos menos. Ya he entrado en la edad adulta -hace doce minutos- pero sigo autocompadeciéndome como cuando tenía doce. Como esos idiotas a los que sigo en las redes sociales y de los que no me diferencio en el fondo.
Más situación. Aún no he sacado la "cama", porque hace mucho ruido y no quiero que mamá se despierte. Escucho música por un auricular, pero no logro distraerme. No puedo ignorar el hecho de que debería estar en una cama dura e incómoda a unos 150 kilómetros de aquí, oliendo el mar en sueños. Mamá no debe pensar jamás que es su culpa que no estemos de vacaciones, pero una parte de mí está muy fastidiada y me mortifica reconocerlo. Me siento tremendamente culpable. Porque es obvio que ella conoce los riesgos, y si no lo hubiera hecho, si hubiera llamado a alguien...
Pero no puedo culparla, porque yo habría hecho lo mismo. Y porque se está retorciendo de dolor ante mí, incluso dormida, incluso drogada.
Ojalá yo estuviera drogada.
El pensamiento me sorprende, aunque supongo que ahora serviría cualquier forma de evasión. Incluso el sueño. Pero ya he tenido una pesadilla en mi breve cabezada, una pesadilla que también es un recuerdo de mi abuela, mi pequeña y dulce abuela sacudida por violentos sollozos de pena. La recuerdo desmadejada a merced del viento, sola en la playa desierta, bajo un cielo plomizo como nuestros corazones. Las buenas personas jamás deberían sufrir, pienso, y se me contrae la cara. Sé que voy a llorar. No es raro en mí, y menos con el cansancio, el miedo, la tensión y la pena en las caras de todos. Menos con su dolor a unos metros y sus alaridos de dolor frescos en mi memoria más reciente.
La noche pasa y yo sigo despierta, tratando de oír la música por encima de mis propios recuerdos de unos días atrás.

Crudo.

Las cerdas atascadas en la garganta, una convulsión, mis mayores miedos son reales.
Pero esa no soy yo. Tal vez por eso duele más.
Paralizada, temblorosa, observo desde una fina rendija cómo la fuerza se doblega. Y se inclina sobre la taza gomosa, y vomita, enfundada en guantes azules.
Me sentí traicionada por estos recuerdos durante mucho tiempo. Tengo que reconocer que robaba tranquilizantes para poder dormir, para que mis recuerdos no se mezclaran con mis delirios. En mi cabeza, los pómulos huesudos de mi madre se sobreponían a mi cuerpo sin vida, sin fuerza, muriendo ambas de inanición. Ella por la enfermedad, yo por mi propia y enfermiza decisión.

Pensaba que quizá si hablaba de mis fantasmas sin metáforas ni eufemismos, mis miedos se irían. Mis propias terapias siempre han funcionado. Este blog ha funcionado. Ya es hora de airear el dulce amargor que es la vida, contar lo bueno y lo malo, pasar página y seguir viviendo.
Porque lo que está claro es que ya no puedo seguir así ni un día más.
Quizá otros tengan mejor dominio sobre su persona que yo, y se conozcan mejor. Pero yo me expongo sin tapujos, y bueno... he aquí mis pesadillas. Las reales, las soñadas, las que me persiguen.
Solo espero que nadie que pueda sufrir por ellas lea esto jamás.

sábado, 2 de abril de 2016

Depression.

Pensaba que la primavera iba a curar mi pena, pero ni el sol consigue iluminar el día a día, que transcurre inevitablemente lento, denso, interminable. Y todos los días son iguales, igual de tristes. Es una pena que me enfada, porque no la puedo entender. No deviene de las circunstancias, porque, de hecho, todo va bien. Todo lo bien que puede ir. Y me enfadan el insomnio y las pesadillas, y llorar a todas horas, porque si pude sonreír cuando todo se estaba desmoronando, ¿qué está mal conmigo ahora?
Esto se está alargando demasiado. Pensé que la voluntad y el sol podrían ayudarme, pero este invierno no termina nunca...

I'm done.

Quizá algún día deje de tener pesadillas. Puede que en algún momento mi cabeza deje de recordarme esa aterradora perspectiva que no quiero, no puedo considerar.