lunes, 4 de abril de 2016

Crudo.

Las cerdas atascadas en la garganta, una convulsión, mis mayores miedos son reales.
Pero esa no soy yo. Tal vez por eso duele más.
Paralizada, temblorosa, observo desde una fina rendija cómo la fuerza se doblega. Y se inclina sobre la taza gomosa, y vomita, enfundada en guantes azules.
Me sentí traicionada por estos recuerdos durante mucho tiempo. Tengo que reconocer que robaba tranquilizantes para poder dormir, para que mis recuerdos no se mezclaran con mis delirios. En mi cabeza, los pómulos huesudos de mi madre se sobreponían a mi cuerpo sin vida, sin fuerza, muriendo ambas de inanición. Ella por la enfermedad, yo por mi propia y enfermiza decisión.

Pensaba que quizá si hablaba de mis fantasmas sin metáforas ni eufemismos, mis miedos se irían. Mis propias terapias siempre han funcionado. Este blog ha funcionado. Ya es hora de airear el dulce amargor que es la vida, contar lo bueno y lo malo, pasar página y seguir viviendo.
Porque lo que está claro es que ya no puedo seguir así ni un día más.
Quizá otros tengan mejor dominio sobre su persona que yo, y se conozcan mejor. Pero yo me expongo sin tapujos, y bueno... he aquí mis pesadillas. Las reales, las soñadas, las que me persiguen.
Solo espero que nadie que pueda sufrir por ellas lea esto jamás.

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