martes, 23 de junio de 2020

Rigor

La muerte, protagonista de tantos poemas, películas, pesadillas, filosofías, preocupaciones. Tan real, tan cercana, y a la vez tan desconocida.

Pensándolo ahora, en retrospectiva, siempre he tenido a la muerte cerca, como una vieja amiga, esperando su turno. Más de una vez he pensado en abrazarla. Más de una vez me he preguntado cómo de cruenta o de pacífica puede ser realmente, trayendo desgracia y alivio por igual, según se mire.

He visto a mucha gente morir, pero casi siempre he sentido pena por los que se quedan. En escenarios dolorosamente familiares para mí, he visto a muchas personas aferrarse a los restos del calor de sus padres, sus tíos, sus abuelos, sus hermanos y, a veces, sus hijos. He escuchado las expresiones más variopintas de la pena humana, la catarsis del final del proceso más agónico que hay. He sentido miedo de mis propias emociones cuando llegara el momento.

Ahora, saludo nuevamente a la Parca, la Segadora de Almas, como algunos la llaman. Ha venido a traer paz y descanso a mi alma, a poner descanso a lo peor de mi persona, a enterrar mis recuerdos en el camino al olvido. Ha llegado el momento de despedir a la figura más controvertida de mi vida, a un hombre del que anhelaba consuelo y amor, un señor cuya aprobación perseguí por algún extraño motivo durante años. La primera de las más grandes decepciones de mi vida. La esencia de la miseria, el abandono, el maltrato, el egoísmo y la bajeza pura.

Cuántas veces soñé con ser yo quien acabase con su vida, en venganza por su mal corazón. Anoche, viendo cómo su su cuerpo se descomponía en hinchada rigidez pre mortem y úlceras como mis puños de grandes, bajo su atenta mirada consciente y despierta, me pareció que me reconocía. Observé tranquilamente cómo se pudría en vida, agonizando, y me asustó rebuscar en mi interior para no encontrar absolutamente nada bueno.

Con él, muere también lo peor de mí.
Al fin.

martes, 9 de junio de 2020

Expectations

Qué ganas de tener mi propio espacio, donde levantarme un domingo por la mañana y ponerme a pintar. Donde cualquier sitio y cualquier hora son ideales para ponerse a leer un libro, barnizar una estantería o aprender a coser.
Qué ganas tengo de poder llenar mi propia nevera de esas cosas que me encantan y de las que todo el mundo se ríe. Heura, quinoa, beyond meat, panes de cereales, muesli, té, granola, smoothies.
Qué hambre tengo de pintar un mural en la pared en un raro arrebato de inspiración. De teñir camisetas con flores de amapola y hacer pan y velas para que toda la casa huela a mi infancia en los campamentos de verano del colegio.
Qué ganas tengo de amar sin miedo, de hacer ruido y deshacerme en esos besos lentos que me deshilachan el alma, para luego pasearme desnuda por el limbo nebuloso de la somnolencia, en tus brazos.
Y qué apetito de despertar con la espalda entibiada por la luz del sol moribundo al ritmo de las palabras de amor anticuadas de Fitzgerald, hablando de verano, del mejor jazz, de la mejor época.