viernes, 30 de diciembre de 2011

Yume


Llevaba ya varias horas deambulando. Estaba calada hasta los huesos, pero una férrea determinación guiaba mis actos, me impulsaba hacia adelante, en una ciudad que no era la mía. Ni siquiera tenía una dirección, algo a qué atenerme, sólo un puñado de fotos antiguas, una quimera. Y aunque tenía claro que era una locura, seguí caminando bajo la luna, guiada por las estrellas, todas iguales, titilantes...
Pasé junto a un banco. Un grupo de muchachos pululaban a su alrededor, algunos sentados, bebiendo o fumando, riendo escandalosamente. Crucé la carretera como si nada, la amplia avenida estaba desierta, y sólo se oían sus risas y mis pasos, enérgicos, sobre el desvaído empedrado rojizo. Pronto, noté que me seguían, y una idea no muy brillante fue procesada lentamente por lo que quedaba de mis neuronas. Me rezagué, para preguntarles por él. Al fin y al cabo, en un pueblo tan pequeño, podrían conocerse. Debían tener la misma edad, aproximadamente.
Ellos formaron un círculo a mi alrededor, y no titubeé al darles el nombre. Pero su reacción me desconcertó. Rompieron a reír.
-No lo sé...Quizás le conocemos.¿A ti te suena, Bob?
El que respondía a ese nombre, un chico bajito y rechoncho, con el pelo cuidadosamente peinado de punta, rompió a reír. Se pasó las manos ociosamente por el chándal Nike.
Entonces, un atrofiado instinto de la supervivencia me alertó del peligro. Me exigió que echara a correr, cuando antes.
Pero estaba paralizada en el sitio. El chico delgaducho y moreno que había hablado primero se adelantó un par de pasos.
-Pero qué chica más bonita. ¿Cuántos años tienes, bonita?
Me agazapé ligeramente, dando a entender que no iba a quedarme de brazos cruzados si me tocaba, y guardé silencio.
-Aaah, ya entiendo-exclamó, con una sonrisa socarrona que me heló la sangre-Preadolescente.
Los demás también se rieron.
-Bueno, yo me voy-declaré con firmeza
Los ojos del moreno relucieron peligrosamente
-No, tú no te vas-musitó.
Trató de cogerme la muñeca, y yo me desasí como si me hubieran aplicado una descarga eléctrica. Su mano se alzó de nuevo, y yo entrecerré los ojos, asustada, sintiendo que la adrenalina recorría mis venas, sustituyendo la sangre.
De pronto, una sombra se interpuso entre mi atacante y yo. Su espalda era muy ancha, y llevaba una cazadora de cuero oscura. No podía verle el rostro. Era mucho más alto que yo.
-No la toques.-gruñó, de forma amenazadora
Había algo en su timbre grave y profundo que me resultó terriblemente familiar, revolvió hasta la más íntima fibra de mi ser.
-¡El último que nos faltaba!-rió el otro, sin hacer caso de su tono.
-He dicho que no te acerques a ella, Miles.-repitió mi perpetuo salvador, perdiendo la paciencia
-¿Pero qué te pasa? ¿Te has vuelto un blando?-se burló Miles-Es apenas un par de años más chica que la última. Una mocosa. No te hará daño.
Sentí cómo temblaba. Se lanzó hacia adelante y le empujó, violentamente.
Luego, se volvió hacia mí. Tuve mucho cuidado de no mirarle a los ojos, sabía que en cuanto lo hiciera, no podría volver a moverme jamás. Me cogió de la mano, y los dos salimos corriendo. Él era más rápido, pero yo tenía mucha fuerza, y nos lanzamos a través de la noche, oyendo los gritos de mis atacantes, que nos persiguieron durante unos minutos. No tardaron en cansarse.
Nos detuvimos. Nuestra respiración era trabajosa. Se había acompasado mientras corríamos. Los dos rompimos a jadear pesadamente cuando nos detuvimos junto a un banco. Nos miramos unos instantes. Sentí que me derretía.
Cuando nos abrazamos, con todas nuestras fuerzas, soñé que nos fusionábamos. Así nadie podría volver a separarme de él, de su sonrisa y sus ojos verdes.
Pero por supuesto, sólo era un sueño, y antes de lo que ninguno hubiera querido, me soltó, contemplándome con esa media sonrisa que yo tanto amaba.

martes, 27 de diciembre de 2011

Looking.


Me está persiguiendo. Lo sé, y soy consciente de que él lo sabe también. La cantidad casi ingente de personas que me rodean, que se empujan entre sí, no son de gran ayuda como camuflaje. Sé que sus ojos pueden ver a través de los muros, la tela, el maremágnum humano, y huyo.
Tal vez porque no sé qué es lo que me espera. Pero su mirada de hielo me encuentra, siento su frío aliento cada vez más cerca, la mirada de la muerte en la nuca. Y me apresuro, asustada, entre el gentío. Me sudan las manos. ¿Qué hará cuando me encuentre? Sé que no tengo posibilidades. Nadie escapa a él. Probablemente quiera matarme. Si no por venganza, será por aburrimiento.
Pero moriré.
Moriré por un beso. Sólo un gesto que no significó nada.
Escapo de la multitud, resollando. Me sudan las manos, y me las paso por la tela de la blusa ociosamente. Fuera de la gran carpa hay un pequeño bosquecillo, apenas un amago de arboleda, un par de filas de matojos, y me refugio entre la espesura, sabedora de que está a mi espalda. Pronto no puedo avanzar, el espacio se acaba. Le espero, tratando de esconder mi incomodidad. Aspiro una bocanada desesperada.
Y él avanza, frío y letal, me acorrala contra la corteza áspera y rugosa a mi espalda, siento los surcos en la madera, bajos las yemas de los dedos. Cierro los ojos, y siento un dolor lacerante entre las costillas. Me tiemblan las piernas, parecen de mantequilla, y yo no sé qué hacer, siento pánico, porque un líquido caliente brota velozmente y empapa mi blusa ligera, a pesar de mis intentos por contener la sangre, que me embota el cerebro con su penetrante olor metálico. Siento que algo me recoge, algo alargado y duro, unos brazos musculosos, quizás.
Azul, azul es lo último que veo. Unos ojos grandes y azulados que me devuelven una mirada desesperada, una mirada que pretende esconder una emoción muy distinta.
No, el sueño no me lleva, pero sí se me empaña la visión, soy espantosamente consciente del dolor. Certera y letal, la puñalada ha debido atravesar uno de mis pulmones, porque mi respiración suena trabajosa y áspera, hasta para mí.
No puedo evitar preguntarme qué me voy a encontrar más allá. Aunque tampoco importa, nada puede ser peor que lo que he vivido hasta ahora.
Y me dejo llevar, hasta que el dolor es lo único que puedo percibir, reteniendo en mi memoria el azul eléctrico de su mirada, profundo océano de hielo....

lunes, 26 de diciembre de 2011

¿Te haces a la idea...?


Yo sólo quise ser agradable. La saludé, y le felicité las fiestas. El primer indicativo de que era mejor alejarme fueron sus ojos, hinchados, enrojecidos. Y su respuesta hosca y seca, fue otra señal.
Y yo no pude verla así. Era mi rival, me había robado la razón de mi existencia, y yo la odiaba. Pero, por alguna razón, supe que era buena persona y no merecía sufrir, así que, venciendo su débil resistencia, la abracé. Ella lloró, lloró sobre mi hombro, y me confesó entre gemidos, que había herido los sentimientos de aquel a quien yo tanto amé.
¿Te haces a la idea de lo mal que se siente una, cuando está consolando a su enemiga? ¿Cuando esa enemiga ha hecho daño a cuanto yo amaba? Y sin embargo, sonaba tan inocente...¿Puedes imaginarte cómo me encontraba de mal? Al sentirme culpable por ser buena con mi enemiga. Aunque me alegrase de su dolor, sólo porque yo la odiaba. Pese a que sabía que no lo merecía.
Aunque no deje de ser ella la única culpable.
Y allí estábamos. Yo la aborrecía, y ella se dejaba llevar por mi abrazo, no menos sincero, inconsciente.
-En serio, eres un sol.-dijo, con la voz rota de dolor.
Y fue como si me clavaran un puñal de hielo, y me dejaran desangrándome. Porque oí otra voz, la voz de un hombre, con su característico timbre ronco y grave, diciéndome exactamente lo mismo, hace ya tantos meses.
-Eres un sol-dijeron ambas voces, en mis oídos, mis recuerdos...
...en mi corazón

Panic Atack


Podría haber resultado un fin de semana como otro cualquiera, pero no lo fue.
La compañía resultaba reconfortante, y a un mismo tiempo, desagradable. Y sin embargo, allí estaba en mi salsa, quizás por la costumbre. Estaba muy cómoda tumbada sobre la suave extensión verdosa. La hierba, ligeramente húmeda, me hacía cosquillas en la piel desnuda del cuello, de los brazos, al mecerse perezosamente, arrastrada por la brisa. El sol ruborizaba mi pálida piel.
Me sentía...como en llamas. No era exactamente desagradable, sin embargo, sabía que era esa mirada de hielo la que lo provocaba.
Una nube de humo, grisáceo, interceptó mi vista. Se rizó con el viento, formando extrañas figuras intangibles. El aire se impregnó del hedor del tabaco, y la fragancia demasiado dulce de la cachimba.
Fue una excusa excelente para incorporarme, sacudirme las hojas y la tierra de la ropa y el cabello y alejarme un poco. No fue necesario dar excusas ni explicaciones. Allí todo el mundo hacía lo que quería, cuando quería.
Sentí el crujido de la gravilla cuando él me siguió hacia un parquecito infantil, algo alejado. Me senté, sin mirarle, en uno de los columpios, y comencé a mecerme suavemente, sin ejercer fuerza apenas. "Colmillitos", como yo le apodo interiormente, se sentó a mi lado a disfrutar de la tenue caricia del sol poniente. El cielo, siempre bello, estaba teñido de un precioso tono rojizo, y los jirones algodonosos de nubes, perfilados por el suave tono ambarino característico de los amaneceres, y de las puestas de sol. Siempre he sentido esa extraña fascinación por el cielo, quizás porque no conseguía hacerme a la idea, de que algo que me parecía tan limitado pudiera ser infinito. Quizás, porque dadas las circunstancias, no es algo que se vea muy comúnmente, sino que es más usual despertarse y contemplar el apagado gris del cemento que predomina en las ciudades. O quizás, simplemente, por ser azul. Como sus ojos.
-Estás extraña-murmuró él, tras un silencio algo tenso.
<> ironizó una voz amarga en mi interior.
Pero yo me encogí de hombros.
-Es que no estoy segura de lo que quiero-resumí. Supongo que no era mentira.
Colmillitos me miró a los ojos, fijamente, y yo buceé en ese océano en calma, helado, sólo para mí, y me pareció que chocaba contra una pared de hielo. Aquella fría mirada no me inspiró nada. Mi piel no ardió al contacto con la suya, tampoco mis labios susurraron su nombre. Ni siquiera sentí un ataque de pánico, al descubrir, que allí sólo quedaban las cenizas de lo que había sido una larga amistad. O algo más.
Y descubrí, con miedo, que mis recuerdos demandaban una mirada diferente, exigían la calidez de unos ojos verdes....

viernes, 23 de diciembre de 2011

Sisters.


-¡Cuánto te pareces a tu hermana!
Es algo que escucho con mucha frecuencia. Nuestro parecido no es algo que se limite al exterior.
Es algo de lo que estoy orgullosa.
Y eso fue lo que pasó esta mañana. Yo estaba sentada en el suelo, abrazándome las piernas, y ella sentada con las piernas cruzadas en la cama. Mi madre nos miró con atención después de confundir nuestros nombres un par de veces, y la ternura suavizó su semblante un momento después.
Y dijo exactamente lo que ambas esperábamos oír.
-¡Cuánto os parecéis!
Y supongo que tiene razón. Esta mañana, las dos llevábamos el pelo recogido en media cola. El suyo es algo más rizado, y más oscuro, también. Más largo y espeso. El mío tiene reflejos rubios, el suyo ligeramente rojizos. Las dos tenemos el rostro redondeado y pálido. El mío, cubierto de pecas. Las dos poseemos los mismos ojos. Grandes, de forma almendrada, brillantes. De un color castaño claro que se torna acaramelado bajo el sol, verdoso en la proximidad al mar, un castaño verdoso enmarcado por largas y espesas pestañas negras. A las dos nos falta un diente entre el colmillo y las paletas. Las dos somos altas, y tenemos bonitas curvas. Nuestros cuerpos se parecen mucho, las dos gastamos la misma talla en ropa y zapatos. A ambas nos quedan bien las gafas y los gorros. Nos gusta leer, y somos trabajadoras, un completo desastre, inteligentes y algo vagas. Las dos amamos la pizza y la pasta. Aunque a mí me gusta maquillarme y ella lo hace muy de vez en cuando, yo soy heavy y ella es hippie...o lo era, antes de que le lavaran el cerebro con todo ese rollo pijo-elegante.
En concreto, aquella mañana, ambas llevábamos vaqueros oscuros y estrechos, converses, y el mismo jersey en diferentes colores.
Tengo una foto de ella en mi cartera, con su toga, su camisa y corbata. Foto para la orla, con su lacio cabello castaño a ambos lados de la cara, como una cortina uniforme de satén. Sus ojos rebosan confianza, madurez, ilusión. Y deseo con todas mis fuerzas ser capaz de reflejar lo mismo algún día, esa belleza sutil, esa inteligencia que no está al alcance de cualquiera; Quiero ser como ella, especial, inteligente.
Sí, supongo que me parezco mucho a mi hermana. Y estoy orgullosa.

Write, wrote, written...

Llevaba días esperando que llegara el 22 de diciembre. Y es que Juan Carlos García Reyes, primo de mi madre, licenciado en vete-tú-a-saber cuántas carreras, cumplió mi sueño. Ha escrito un libro.
En realidad, casi lo había olvidado. Hasta que me dio por revisar mi pobre bandeja de entrada, ¡Bendita sea! Mi correo electrónico está más abandonado que los museos en época no lectiva. Y lo ví. El veintidós de diciembre, en un hotel. Mi primera presentación.
Aquella tarde, un jueves cualquiera. sólo hubo clase dos horas. A un día de las notas, todo el mundo se dedicó a jugar al fútbol. Yo disfruté de la caricia de un sol inusualmente cálido sobre mi piel, y pude lucir manga corta prácticamente toda la mañana. Traté de no pensar. Pero parecía que mis amigas no estaban por la labor, y todas y cada una de ellas me restregaron por las narices lo perfectamente felices que eran con sus perfectos y cursis novios. El guapo de la clase de tenis de Elena. El metalero de los pelos largos con Carmen. E incluso el friki de mi amiga Marina. Qué infantil. Y yo recordé que todo aquello había terminado para mí, que habían extirpado y mutilado mi corazón, y todos mis buenos sentimientos. Y no pude evitar llorar por mi propia muerte.
Aquellas lágrimas calientes y feas me molestaron. Llevaba días y días fingiendo que el pequeño rechazo no me había molestado en absoluto. Tonta, más que tonta. Las odié, en parte porque eran sinceras, pero por encima de todo, porque no pude evitar suscitar la compasión de mis compañeros y conocidos con aquellos sollozos amargos. Y no hay nada que yo odie más que eso. Que me abracen, y me digan que pasará, ¡Tú qué sabes! Marina me dice que, aunque parece mentira, no durará eternamente, y podré volver a ser feliz. ¿Crees que no lo sé? Es lo que yo respondo, compungida. Pero a mí me duele ahora.
Todo fue mucho mejor cuando pasó mi infantil ataque de desesperación, y pude disfrutar el resto de aquella mañana casi primaveral.
Mi amigo "Colmillitos" aguardó mi presencia obedientemente a la salida, y ahora me pregunto cómo es que no escuchó el desenfrenado retumbar de mi corazón. O quizás sí lo hizo. Pero los minutos volaron como si de milésimas se tratase, tan efímero, como agua que se escurre entre mis dedos.
Necesitaba matar el tiempo, comprendí, al ver mi agenda, los días vacíos, sin deberes, ni tareas. Tenía que encontrar distracción antes de que los nervios me consumieran. E hice lo que llevaba años sin disfrutar. Cogí un libro, uno al azar, sólo para perderme en una historia. Fácil, sencillo, mientras no fuera la mía. Lejos del amor, de las malas personas, de las lágrimas, de la compasión. Me enterré viva debajo de mi edredón, mientras la luz mermaba rápidamente. Una extraña somnolencia se extendía por mis miembros, hasta que el móvil me devolvió a la realidad, con desacostumbrado horror.
Jueves, Saint James.
Con un poco de suerte, Colin fingiría que estábamos haciendo algo mientras veíamos capítulos sueltos de Big Bang Theory, o algo similar. Me levanté de mi cálido refugio de espaldas al mundo, y con la misma languidez atusé un poco mi melena y cepillé mis dientes.
Sobre mi escritorio estaba mi bandolera negra de "Death Note", con los libros aún dentro, y recorrí esos cinco minutos que me separaban de los edificios de Ciudad Expo. La gente se agrupaba y pululaba alrededor del imponente edificio gris. Los heavys. Las jovencitas chismosas. "Esta es la sociedad en que vivo" pensé con cierta tristeza, y cavilé de forma distraída acerca de mi propia etiqueta. Permanecí sola, desafiando las miradas ajenas, asintiendo ligeramente al ritmo del heavy metal que me acompañaba y guiaba. Oh, música, fiel compañera.
Colin, ejemplo humano de la pereza, nos atrajo a las cuatro personas que allí aguardábamos y nos condujo, acostumbrado pastor, al segundo piso. Puerta Seis. Juniors 2.
-¿Habéis hecho los deberes?-Apenas percibí el cambio de idioma. La pregunta del hombre, muy serio, resultó excesivamente formal. Los alumnos, perfectas figuras de hielo, permanecieron congelados en sus posturas habituales. Las chichas, con las cabezas juntas, el único muchacho de la clase, tratando de mirar su Blackberry a escondidas. Y yo, estudiando las musarañas.
Escogí una silla roja en mi sitio preferido, junto a la gran ventana, donde se podía ver una puesta de sol magnífica. Apoyé el codo en el tablero para escribir, contemplando de reojo las sombras proyectadas por el sol, que parecía menguar de tamaño. Las figuras de las hojas de los árboles, que danzaban sobre los adoquines, parecían llamarme con su hipnótico vaivén, lento y acompasado, mecidas por la brisa...
Salí de mi burbuja, cuando me percaté de la creciente tensión del ambiente. La clase se quedó muda un instante, exceptuado, claro, el chismorreo de las chicas, un fino sirimiri de fondo. Sentí un acceso de pánico. Mierda, los deberes,
La risa gutural de nuestro británico amigo resonó en el aula semi vacía.
-¡Es navidad!-rió el profesor en su lengua materna.
Mis compañeros le rieron el chiste. Yo esbocé una seca sonrisa, fingiendo que atendía, mientras hacía un par de bocetos de gatitos en el margen de mi cuaderno. Qué aburrimiento.
Alguien propuso ver Padre de Familia. Genial. Me sabía de memoria todos los capítulos en ambos idiomas. Pero podría ser peor, supuse, y desconecté mi mente, perdiéndome en el cielo rojizo.
Me pregunto por qué me gusta tanto fijarme en el cielo. La forma de las nubes, su color según qué estación y momento del día. Siempre me parece bello.
A las siete de la tarde, me lancé fuera de la clase, balbuceando excusas en mi inglés, más fluido que el de mis compañeros, y Colin me dejó marchar.
Me sentí mucho mejor bajo el agua, muy caliente, de la ducha, acunada por el suave rasgueo de Dream Theater. El aroma afrutado de mi champú me hizo sentir el optimismo de aquella mañana, y canturreé quedamente mientras me pintaba los ojos de gris azulado; curvaba mis pestañas con rímel negro; hacía brillar mis párpados con una sombra plomiza...
Me sentí muy extraña vestida...¿Cómo explicarlo? Demasiado elegante. A mi pesar, me había acostumbrado a vestir de negro, con mis pulseras de tachuelas, mis converses de lona...Ponerme un Jersey tan pijo, de rombos, me hizo sentir mayor, y de cierto modo, más joven. La niña que era.
Los nervios que había intentado sepultar aquella tarde me asaltaron de nuevo.
Un intenso torrente de emociones, un collage estrafalario y contradictorio, hicieron que el latido de mi corazón se asemejara al batir de alas de un colibrí. Cariño, orgullo, esperanza, ilusión...y, por encima de todo ello, envidia.
Sí, soñaba con ser yo la que estuviera firmando ejemplares. Soñaba con agradecer a mis seres queridos su esfuerzo, soñaba con dejar que mi imaginación penetrara en sus vidas, un trocito de mi mente en manos de otras personas.
Quise ser como él, sentir el nerviosismo y la emoción, titubear ante el micrófono. Deseé estar bajo las potentes luces del hermoso y gran hotel, y me pregunté si lo lograría, si conseguiría que mis ojos brillasen de ese modo. Y si habría alguien que me palmease la espalda y me dijera: Estoy orgulloso de ti.
Saludé a mucha gente sonreí y me sonrojé. Tropecé con mis propias palabras cuando tuve al autor delante, cuando pude abrazarlo, cuando sentí su mirada de intenso cariño sobre mis ojos. E incluso cuando todo hubo pasado, y me hallé en la reconfortante seguridad de los brazos de mi padre, en la sala contigua, disfrutando de un refresco y de los aperitivos, charlando con mi familia. Porque, aunque nunca he sabido si es así, es decir, si hay relación directa, no lo puedo considerar de otro modo. Me sentí completa.
Estuve disfrutando del principio de la novela, Cartas Inconfesas, durante el largo trayecto a casa. No me había dado cuenta de lo cansada que estaba, frotándome los ojos, sin dejar de moverme en el incómodo asiento.
Cené quesadillas, aderezadas con tomate ligeramente picante, ya que no tenía mucha hambre. Luego me acurruqué, calentita y satisfecha, junto a mi padre.
Me quedé dormida en seguida.
Y ya no recuerdo nada más.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Skyrim


La catarata artificial ahogaba el taconeo de mis botas sobre los adoquines del puente. El pueblo, al otro lado, todo madera y piedra, era de lo más pintoresco, como si fuera otoño eternamente, pero según ascendía la montaña, el terreno era más abrupto y escarpado, salpicado de nieve. Arriba del todo, el castillo de Horthgar. Mi objetivo.
Tenía calor bajo mi capucha de mago principiante. Mi bastón de maga era pesado e incómodo. Mi armadura ralentizaba, con todo su peso metálico. El sol descendía tras las altas montañas, por lo que alcé mi mano y me concentré. Sentí cómo la magia se concentraba, cálida y vibrante, en ese único punto.Cómo escapaba de mí como si fuera vitalidad. Sentí que la fatiga se apoderaba de mí, porque yo todavía era una novata, que apenas podía matar a un par de Draugs, no muertos, sacos de hueso y piel.
Conjuré una bola de luz que me persiguió, alumbrando con su luz plateada mi camino durante algo más de cinco minutos. Quise aullar de frustración.
Sentí una respiración pesada junto a mí. Sus movimientos también eran trabajosos, como si fuera un animal enorme. Porque aquellos sonidos no podían pertenecer a un ser humano ni de coña. Desenfundé mi báculo. Una bola azulada y rezumante de electricidad se formóen el extremo de éste, y en mi mano izquierza Proyectil Ígneo. Sería fácil, hasta para un peón como yo.
El dragón fintó antes de lanzar una potente llamarada, y yo rodé a cubierto, tras una piedra. El animal se agotó pronto, y yo me deslicé sigilosamente a su flanco para arremeter con lo que me quedaba de magia.
El bicho estalló en llamas. Algo me atravesó entonces, y sentí ganas de gritar...en dragoniano (?). Le birlé al monstruo sus escamas y sus huesos, que me servirían para mejorar mi armadura, mientras los primeros copos de nieve revoloteaban en espirales hasta el suelo.
***
Sacudí la cabeza, asustada. Menudos sueños raros los míos.
Quizás había jugado demasiado al Skyrim.
Aunque...otro ratito más no haría daño, ¿no?
Fui a ver si mi hermano estaba encalomado a la ps3.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Friendship.



Ya estaba tardando en dedicar un huequito a aquellas personas que hacen del aire fragancia, del frío calor, de una lágrima una sonrisa. A aquellas personas que hacen que sufrir merezca la pena, por conseguir uno solo de sus abrazos. Mis amigas, grandes consejeras y hermanas. Para sonreír, estar juntas, escuchar música. Para bajar de las nubes y hayar el camino en mis historias.
Para ser feliz, que no sería posible sin vosotras.
Gracias por hacer de mi vida una utopía.
A Nayabel Montoya y Marina García.
A mis sugus, forever and always.
Y a aquellos nombres anónimos que perduraron en lo efímero del tiempo.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Wakare.



Tenía muuuuuuucho sueño. En serio que odio los viernes, es el día que más cansada estoy, por mucho que sea el último día lectivo de la semana. Eso qué más da, si mientras no haya clase no puedo verle...
Pues eso. tenía mucho sueño, y aquel no pasaría a la historia por ser el día más feliz de mi vida, precisamente. Así que tiré la mochila por ahí y me dejé caer bocabajo sobre la cama. Me sacudí los botines a puntapiés, y me arrastré por los almohadones hasta llegar a la posición correcta, orientada al cabecero. Utilicé mi bata azul, suave, peluda y calentita como manta, encogida en posición fetal. Las trenzas molestaban, y lancé el gorrito y las gomillas a los pies de la cama, deshaciendo la masa apelmazada de rizos encrespados, resultado de un nieblazo de agárrate y no te menees. Pillé mi manoseado ejemplar de Cumbres Borrascosas, que estaba sobre la mesita de noche, y traté de perderme en la historia de la joven y egoísta Cathy y su amor imposible por Heathcliff. Simpatizo con Cathy de una forma que nunca antes creí posible.
No sé cómo ni por qué acabé por quedarme frita. Supongo que no podía concentrarme en nada.
No me encontraba de humor para nada, ni mucho menos para enfrentarme a un cumpleaños cuando "resucité" de mi sopor. Supongo que estaba algo triste, pero no querría admitirlo. Me había prometido no tomarme nada a la tremenda; uno de los grandísimos defectos de mi mente, demasiado inclinada a exagerar. Tengo mucha imaginación.
Y como si hubiera emitido un grito silencioso, una llamada de auxilio mental, una figura alta y escuálida se plantó en el quicio de la puerta. Los ojos de mi hermano mayor eran insondables.
Me incorporé inmediatamente y traté de alisar el almiar en que se había convertido mi pelo
-Qué bien que he sobado-gruñí con voz áspera
Él se limitó a mirarme fijamente. Suelo avanzó con sus andares elásticos para sentarse a los pies de mi cama.
-¿Estás bien?-preguntó
Yo asentí con desánimo
-Poco acostumbrada al rechazo, eso es todo-admití-me tienes mimada
Él sonrió ante mi broma mala.
-Mejor, más Cris para mí
Me arrastré a través del edredón para que me mimara un poco. Es lo que tiene ser el ser humano del planeta que mejor me conoce. Y a quién yo más quiero.
"Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo. Pero si el mundo permaneciera y él fuera aniquilado, el universo se convertiría en un desconocido absolutamente extraño para mí"
Es extraño que recuerde a Catherine Linton ahora. Quizás porque, debido a nuestro mutuo egoísmo, siempre he simpatizado con ella, por muy mal que me caiga. ¿Sería, pues, Heathcliff una representación de mi hermano? No puede ser. Porque no puede existir alguien tan malo como ese personaje. PEro tampoco vamos a pedirle peras al olmo, ¿no?
Él seguía mirándome, con el semblante fruncido por la preocupación.
-Oh, vamos-bromeé- Estoy bien..., tengo que subir mi Elfa Oscura a nivel dos.
Me incliné para darle un beso en la mejilla, mientras los dos nos reíamos.
teniéndole a él, ¿Para qué quería a nadie más?

jueves, 15 de diciembre de 2011

All these things I hate revolve arround me~


Debí verlo venir. Cuando me pidió hablar a solas, yo no sospeché nada. En toda mi voluble "inocencia" o lo que quedaba de ella, jamás pude pensar que acabaría por ponerse a tartamudear y a balbucear. Se puso rojo como un tomate ante mi desconcierto, y cuando el rubor de disgusto coloreó mis mejillas, él no lo interpretó como debía. Un gemido ininteligible sonó a "Quieres salir conmigo" mezclado con una serie de chorradas cursis, y al abalanzarse sobre mí, para besarme, supongo, tropezó. Como acto reflejo, yo di un paso a la derecha y esquivé su alto y pesado cuerpo, que cayó sobre el empedrado haciendo mucho ruido. Él maldijo entre dientes y emitió un quejido, mientras intentaba incorporarse. Yo murmuré una disculpa y una excusas atropelladas...¿O quizás no lo eran? A mí me gustaba alguien. Por soñar...
Así que me di la vuelta y casi salí corriendo, antes de que pudiera detenerme e insistir en su digna autocompasión. Probablemente lloriquearía hasta conseguir otra joven inepta para perseguir.
Me alejaba, perdiendo el resuello, salvando mi corazón de piedra de otras almas también echas pedazos.
On the boulevard of broken dreams...

martes, 13 de diciembre de 2011

Kisses.


El aire estaba demasiado sobrecargado. Olía a tabaco, las volutas de humo danzaban en espirales hasta el techo. La luz era tenue, y la televisión un murmullo de fondo. Me adormecí. La cabeza de mi hermano reposaba en mis rodillas, yo acariciaba su pelo corto y puntiagudo. Me encantaba la sensación sobre las yemas de los dedos. Él estaba acurrucadito, el chorro de aire caliente nos llegaba directamente, y casi se me cerraban los ojos...hmmm...
No podía respirar. Aquello consistía más un recuerdo que un sueño. Sus labios de movían, turbadores, contra los míos. Con rapidez. Sus manos memorizaban mi rostro, su lengua, mi boca. Sus labios liberaron los míos y me permitieron aspirar unas cuantas bocanadas, deslizándose por mi cuello todo lo que podían con la gargantilla y el cuello de la blusa negra.
El corazón me golpeteaba neviosamente contra las costillas. ¿Estallaría?
Y sin embargo, no estaba nerviosa, ni especialmente feliz
Sino culpable.
¿Significaba algo?
Mi corazón de hielo tartamudeó su fría respuesta.
No.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Eye.


Me estremezco. ¿Es que alguien me está mirando? Llevo todo el día con esta estúpida sensación. La clase está acabando el examen de Lengua. Lírica, métrica...más de lo mismo Yo escucho música bajito, para no molestar a nadie. Los semblantes concentrados de mis compañeros los hacen parecer mucho mayores. Algunos parecen totalmente inmersos en la hoja de papel, otros resoplan nerviosamente y buscan las respuestas en las paredes.
Soy la primera en entregar. Siento la mirada de a profesora sobre mí, sin duda se estará preguntando qué clase de criatura soy. Demasiado extraña. Esbozo una involuntaria sonrisa.
El reloj parece ir más lento solo para fastidiarme.
Tic.
Toc.
Subo las piernas a la silla y las rodeo con los brazos. Quiero irme a casa. Quiero verle. Le echo de menos, la semana pasada apenas...
Sacudo la cabeza. No. Sé paciente.
No oigo el timbre por los auriculares, pero intuyo que la hora acaba, ya que los alumnos comienzan a escribir más y más rápido, arañando furiosamente la hoja de papel. Algunos se ponen de pie, agarran las mochilas y se van. Así que me levanto, con un golpeteo ansioso en las sienes.
Esos diez minutos.
Demasiado cortos de nuevo.
Retengo un suspiro
Se me escapa un "Te quiero".
Y mientras tus labios buscan los míos. me estremezco.
¿Alguien me está mirando?

Cold.


Está frío.
Él no se mueve. Está frío e inmóvil.
Y yo sólo puedo mirar, con los ojos desorbitados. Paralizada. Una voz que no parece mía se pregunta por qué.
-Tú lo has matado- Susurra una voz en mi mente.
No.
¿O sí?
Es demasiado tarde.
¿Hundí yo el puñal en su pecho? Mi herida fue mortal. Me fui.
-Sí-Ronronea la voz-Tú lo has matado.
¿Cómo voy a matarlo, si yo lo quería?
No hay notas, Ni despedida formal, ni siquiera un adiós. Ni tan solo una triste mentira.
Me acerco a él. Mis pasos resuenan en el vacío. La negrura también es gélida, me envuelve como una neblina. Se adhiere a mi pelo, mi piel...
Le toco. Su piel es de porcelana. Es húmeda, como si fuera una serpiente.
Siseos. Mi mente deja escapar tenues murmullos. Yo le he matado. Enervante.
Su rostro se vuelve hacia mí, lánguido, lentamente. Sus ojos negros me devuelven una mirada vacía. Y su sangre sigue derramándose sobre mis manos, mientras la sombra inerte del que fue un motivo para seguir viviendo hurta los ojos a mi mirada.
Son mis manos las que están mancharas de sangre, sangre fría de serpiente.
En aquella negrura, sólo se oían dos cosas. Los siseos y mis alaridos.

Coward.


El cielo, plomizo y opresivo, me devolvía una mirada inexpresiva. Los matices de sonido se hallaban muy por encima de toda comprensión. Mis auriculares de botón impedían que me llegara con total claridad el rugido del viento, los enervantes bocinazos, o las vocecillas atipladas e infantiles de los jóvenes que me rodeaban. Estaba en el autobús del colegio, con la mejilla contra el frío cristal de la ventanilla. Naya, mi mejor amiga, escucha música a mi lado, igual que yo. El sordo golpeteo de la batería me relaja, me impide pensar...
No del todo.
Espera, esto es...puede ser...¿Culpabilidad? Hice daño a alguien que no lo merecía...
Pero todo está aclarado, ¿no? No significó nada, nada para mí...
Pensaba en su carita de pena. No todos tienen el corazón de piedra, me recriminé a mí misma.
Quizás por eso no pude concentrarme en nada durante toda la exposición. En parte por que era muy aburrida. La gente tocaba pantallas gigantes, hacía fotos. Yo hablaba con mis dos amigas, pero no puedo recordar gran cosa. Sólo Una gran pena carcomiéndome, y gran alegría, a la vez. Porque todo iba bien y, a la vez, terriblemente mal.
Supongo que todo lo que hice estuvo mal.
Ni siquiera fue agradable. Lo hubiera sido si significase algo para mí...
Pero sólo hay unos labios que yo quiero besar ahora.
~~
Luego caí en la cuenta. Era lunes. Hoy tendríamos que vernos. Pensé que...bueno, pensé en decírselo formalmente, no cambia nada, ¿no? ¡A qué venían esos nervios! Mi estómago se retorció como si tuviera vida propia. Yo rechinaba los dientes. Cobarde. Cobarde. Él ya lo sabe...o al menos lo sospecha. No cambia nada, sólo tienes que ser sincera y tomártelo con humor. Pero no sirvió de nada.
Aún así, estaba decidida.
Ya no me escapaba más.
Y sin embargo, siempre hay excusa. Por una cosa o por otra.
¿Se me hará duro mirarle a la cara, consciente de que sabe que le quiero?
No cambia nada...Me repetí una vez más.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Calling.


La odio.
Mucho
Mucho mucho mucho.
Vale, qué infantil.
Pero, ¿no soy así acaso? Una niña. Sí.
Enana, esa burla que me persigue. Enana, sí. Porque, ¿Acaso no estoy aquí autocompadeciéndome? ¿Creyéndome desdichada? Supongo. Me columpio si voy con mis amigas a un parque. Me creo que beber monster, leer libros complicados o ir de negro me harán ser mayor. O siquiera mi rápido desarrollo.
No.
Soy una cría.
Y ahora estoy teniendo una pataleta, porque la odio. Por celos, o por rutina, o yo qué sé. Pero sí entiendo que quiero tirarme en la cama a manchurrear la almohada de rímel, y ¡Joder! dejar de fingir una sonrisa. Quiero dar puñetazos y patadas al colchón, pero sé que no voy a hacerlo. Sé que me quedaré aquí sentada con mi digna autocompasión.
Ah, ¿Por qué la odio? Porque...porque sí. Porque es preciosa, guay, y él la ama. Y sobre todo, porque yo le amo a él. Y más aún, porque si él no la quisiera, si ella no estuviera, él sería mío.
Pero creo que él no se da cuenta.
Yo sí. Y el resto del mundo también.
Me pregunto si ella sospecha algo. Si no lo hiciera, sería idiota. Es tan obvio...Al menos para mí, creo.
Así que, como cría que soy, voy a ser feliz.
Porque esa es la mejor venganza.
Lo dijo Ana Frank~

Theatre~


Me dejé caer a su lado con un gruñido. Ella balanceaba los pies en el aire, impulsando levemente el columpio. Aquello era una chiquillada, pero también una costumbre. Supongo.
-Así que...no me has contado nada hasta ahora. ¿Qué me he perdido?
Yo intentaba sonar amable, pero lo cierto es que quería que me distrajera. Ella empezó a parlotear sin necesidad de animarla, y yo traté de concentrarme en seguir su historia. Me puse de rodillas sobre el columpio libre a su lado, y me incliné hacia adelante con el fin de balancearme levemente también.
-Pues vaya lío-comenté cuando se calló.
Ella se limitó a asentir con el semblante desanimado. No hacía tanto frío como viento, y yo tenía la piel de gallina, pero no quería admitirlo. Además, debo ser la única persona que lleva una camisa de media manga en diciembre. Pero supongo que estaba habituada, y de verdad que el frío nunca me ha incomodado.
-Y tú...¿Cómo te ha ido la vida?-inquirió al fin, pasándose los dedos por la melena rubia. El tinte la hacía parecer mayor de lo que era.
-No ha pasado mucho-aumenté la fuerza que ejercía para impulsarme. Resoplé-Después de una serie de desconcertantes y largas idas de olla, acabé por ser inteligente durante los minutos que tardé en enamorarme de nuevo
Mi risa sonó histérica. Ella guardó silencio.
-Le conoces-murmuré finalmente.
Su mirada chispeó de curiosidad. Le di un par de pistas antes de que lo adivinara. Luego, rompió a reír, divertida.
-Es una cosita de lo más linda-admitió, entre carcajadas. Pero cada semana le gusta una chica diferente, él es así. Además pone los cuernos
Llegados a ese punto, ella torció el gesto. Yo no me inmuté
-¿Es que no te importa?-parecía sorprendida.
-No-murmuré finalmente-eso significa que yo también puedo ponerlos sin sentirme culpable
Ahora me tocó sonreír a mí. Era puro teatro, claro, me importaba. En algún lugar, yo seguía siendo tierna y dulce. Sólo había que encontrar ese lugar
-Además, está pillado por una chica. Tiene tu edad, es castaña clarita, casi rubia, y tiene los ojos verdes...
No quise escuchar más. Seguí con mi charada, haciéndome la tonta, y murmuré palabras de consuelo a mí misma.
-De todos modos-la interrumpí-tampoco me gustaba tanto...
Mi mentira fue convincente. Supongo que la aplacó, y le di cotilleo hasta que se olvidó del tema.
Puro teatro. Supongo que debería haberlo sabido. No sentí el frío, ni siquiera cuando la noche se nos echó encima. No sentí nada...
No sé por qué me importó. Supongo que porque él no me era indiferente. ¿Hasta qué punto dependo de las emociones? Imagino que debí hacer caso a mi amigo Aziz..."Los sentimientos son de maricones" dijo. Yo no le di el crédito que merecía.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Obviously.


Con el tiempo, todos se hubieron marchado. Todo aquello que constituía mi autodestrucción, pero también mi droga. ¿Adicta al dolor? Pensé <<Estoy enferma>> Y supongo que tenía razón.
Todos me hicieron daño a lo largo de su transcurso. Parecía que venían a poner tiritas en mis heridas, pero echaron sal sobre ellas, creando profundas llagas en carne viva.
¿No parecía lógico y racional? Si no abría mi corazón a nadie, no podrían hacerme daño. Eso fue lo que mi delirio me instó a creer, y me apresuré a construir una tupida muralla lejos de todo el mundo.
Hubo quién excavó a través de la roca, y la estructura de resquebrajó por momentos. Esas personas, por pocas que fuesen, socavaron mi resolución. Y cuando se hubo caído el naipe, se vino abajo todo el castillo.
Los recuerdos de las personas a las que quería me persiguieron, y no transcurrió un sólo día sin que les echara de menos a todos. Pronto, decidí que la inteligencia no importaba, sólo lo que sentía.
Si las personas no me conocen, no podrán hacerme daño. Pero tampoco podrán curar las heridas que todos han dejado.

Subconscious


De algún modo, lo sé. Una parte de mí está segura de que no me equivoco de fecha.
Es la víspera del aniversario de un día especial.
Se cumple un año de aquel día en que dejé de ser mortal. Un año de mi muerte.
Recuerdo perfectamente mi última noche como ser humano. Acaecían los primeros días de diciembre, y el frío era más intenso que de costumbre.
Pero daba igual, todo daba igual, porque yo era feliz. Estaba enamorada. Él no lo sabía, ni tendría por qué hacerlo, pero yo le quería.
Hasta ese seis de diciembre. Me dijo que se marchaba, para siempre. Supongo que eso fue como...apuñalarme por la espalda. Pero lo peor estaba por llegar.
Se marchaba para siempre, porque la amaba demasiado. Ella era mi mejor amiga...bueno, más que eso, pero ahora ya no está. <<Estaré por los Campos Elíseos>> Me dijo. Miró mis ojos y asintió al verme llorar. Le vi alargar la mano hacia mi pecho y arrancar mi corazón sin anestesia ni piedad.
Joder, quizás exageraba, pero así lo sentía. Nada tenía sentido. Comer, dormir, dibujar, leer...sólo escribir, sin descanso. Cuanto más me dolía, más bellas eran mis creaciones.
Como si una nube se hubiera tragado la luna y las estrellas. Todo quedó a oscuras. Ni una sola motivación, ni un deseo, ni siquiera iniciativa. No me esforzaba por sonreír o parecer normal. ¿Para qué? Fui un Alien mucho tiempo.
Pero el amor deshizo lo que el dolor había creado :) Un nueve de abril, casi volví a sentir las cosas como propias, no como si alguien moviera los hilos de mi cuerpo manirroto.
Pero aún...hay noches...en que me despierto asustada, lacrimosa, con un sudor frío haciéndome estremecer...
Me pregunto qué fue de él...

lunes, 5 de diciembre de 2011

Forget.


Supongo que soy una cobarde, ¿No? Me había prometido hacerlo hoy. Hoy iba a ser el día en que yo me desviara del patrón. Dejaría de mentirle y de mentirme.
No lo había pensado mucho. Anduve como en una nube, como si las cosas sucedieran fuera de mi cuerpo, y otra persona tomara las decisiones. Me sentí invisible, yo, Erande, me senté en una mesa mientras contemplaba a la Cristina competente. Yo sólo tenía ganas de reír y de jugar, pero ella siempre me dirigía una mirada envenenada, y yo la dejaba en paz. Quizás es cierto que nadie me veía, y contemplé cómo se me veía de fuera. Cristina se inclinaba sobre un folio en blanco, su gastado bolígrafo azul se deslizaba furiosamente por el examen de matemáticas, sin dejar siquiera los márgenes en blanco. Ella cogía la calculadora azul, prestada, y deslizaba los dedos rápidamente. Comprobaba la cuenta y la anotaba. Ella iba vestida de negro por completo. Incluso sus complementos no se salían de el patrón habitual. Los ojos, enmarcados en negro. Los labios contraídos. El pelo, suave y liso, recogido en dos coletas. El flequillo le impedía ver bien.
Toda la clase está sumida en un silencio sepulcral, y decidí echar un vistazo a mis propios pensamientos. Me sorprendí. Eran justo lo contrario a lo que esperaba encontrar. Ella no estaba concentrada en absoluto. Soñaba con rizos y ojos verdes, con salir de clase y verle. Su pulso estaba demasiado acelerado, el rubor de sus mejillas resultaba chocante en contraste con la palidez de su piel. Después de darle treinta vueltas a la hoja, se puso en pie torpemente. El timbre estaba a punto de tocar. Entregó su prueba a la profesora, con mano temblorosa, rezando en voz baja haberlo hecho bien y lo guardaba todo con precipitación. Tiró de la chaqueta, en el respaldo de la silla y salió corriendo, demasiado emocionada como para percatarse de que todos la miraban. Para ella no importa nada más ahora. De pronto, sentí como si un imán tirase con violencia de mí, me arrastrase...
Y de pronto me llamo Cristina, no Erande, estoy corriendo entre el gentío. ¿Me esperará hoy? Ayer dijo que vendría a clase. Veo a mi amiga, al pie de la escalera, voy tan deprisa que casi tropiezo. Le entrego la calculadora, ya que en medio de mi nube olvidé la mía, y se lo agradezco con un beso fugaz en la mejilla. No le doy tiempo a responderme antes de salir corriendo.
Álvaro vaguea en dirección a la salida, y le rebaso corriendo, siento su desconcierto al pasar, pero no me detengo, y al no ver a nadie casi siento desencanto. Pierdo el aliento y me detengo a recuperar el resuello. Se ha ido. Ya ha tocado el timbre, habrá salido antes. Más vale eso que tener esperanzas, supongo. Pero de pronto está detrás mía, y el corazón sube por mi garganta y me impide respirar. <<¡Hey!>> Murmura. Parece feliz mientras me acaricia los brazos en señal de saludo. Yo sonrío, ?Cómo no hacerlo? Estoy feliz.
¿Feliz? Yo no creía en esas cosas. Estoy feliz. Respiro hondo. ¿No será sólo una emoción? Las emociones son demasiado perecederas. Cuando me despida de él hoy, desaparecerá mi euforia, hasta que pueda verle de nuevo. Pero supongo que puede ser algo parecido. Casi había olvidado la sensación de tener mariposas en el estómago, salvo porque...bueno, porque Daraxus sigue existiendo.
Pero es un fantasma, igual que Erande. Es sólo un sueño más.
Y sin embargo, no soy capaz de decírselo. Soy tan cobarde que lo escribo, y rezo porque no lo lea. Soy tan cobarde que espero que no se de por aludido, y sin embargo, me muero porque se entere. No soy persona de dar muchos rodeos, y sin embargo....
Hoy iba a ser el día en que dejara de mentir. Ya he dado un paso, supongo.
Al menos yo sé la verdad. Y la verdad es que creo que me gusta, ¿no?
Ahora sólo falta gritárselo al mundo.

Moon.


Qué bonita está la luna hoy.
No sé porqué, no puedo dejar de pensarlo. No puedo dejar de contemplar, embelesada, el halo plateado de su tenue luminiscencia. Hoy, ni siquiera los jirones de nubes pueden manchar su inmaculado brillo. Como si fuera la única cosa pura y sincera a que atenerse.
¿Había algo de febril en mi mirada? Mi amiga me miraba como si estuviera loca. Esa preocupación, con una chispa de incredulidad, tiñendo sus ojos negros. Respiro hondo y le dirijo una sonrisa, cansada. A veces no podemos evitar ser víctimas de nuestra mentira. A veces, queremos ser fuertes. Pienso mientras me balanceo con desgana sobre el columpio. Voy aumentando la velocidad, pero yo apenas me percato, mas por la fuerza del viento que lanza mechones de mi pelo contra mi cara, me azota el rostro. Lo siento frío y vacío.
Fingimos. No sólo yo, sino la raza humana. Hoy, hablaba con él de eso. <<No tienes que fingir nada>> le dije, casi enfadada <<No tienes que demostrar que eres fuerte>> Supongo que malinterpreté sus motivos. Reflexiono. No quiero preocupar a mis amigos. Su respuesta resuena en mi mente como si estuviera a mi lado. Los amigos. A veces da la sensación de que eso sólo existe en otras galaxias, tal como habla la gente de ello. Yo no tengo secretos con mis amigos...bueno, con los de verdad. Y miro de reojo a la chica de cabello castaño y ligeramente ondulado que mira al suelo con los ojos lacrimosos. La luna se refleja en sus ojos, que parecen lanzar destellos. Hace brillar su pelo. Me estremezco. La temperatura no debe sobrepasar los cinco grados, nubes de vaho se alzan en densas espirales para fundirse con el cielo. No me siento la cara, ni las manos, pero da igual, me sigo columpiando, para alcanzar la luna, unirme a ella, esperanzada, deseando volverme pura y blanquecina, ser sincera, al menos conmigo misma.
Qué bonita está la luna esta noche, pensé de nuevo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

To the end


Me esfuerzo en mover los pies más deprisa. Las manos extendidas delante mío, tanteando en la oscuridad, en busca de algo sólido. Hace frío, mucho frío. Pero estoy tranquila, no tengo miedo, porque puedo sentir a esa sombra correr a mi lado. Ambos nos apresuramos por el húmedo túnel de la verdad hacia el fin. Él lo sabe, y yo también. Es mejor morir intentando escapar que traicionar a esa muchacha que tanto significa para ambos.
Siempre he pensado que estaría asustada cuando me llegara el momento, pero me equivocaba. Estoy incluso feliz. Hemos echo lo correcto, lo hemos intentado, y estamos aquí por ella. Y yo, la afortunada, voy a morir a su lado. Seré la última en verle, en oírle.
Puedo oír a nuestro perseguidor apretar el paso, y acelero a mi vez. No duraré mucho más, soy consciente de ello. Y mi acompañante también. Me coge la mano y estrecha mis entumecidos dedos.
Justo en ese instante, oímos un chapoteo. Siento cómo el agua gélida moja mis pantalones, y estos de pegan a mi. Es difícil mantener el paso, pero tiro de él para que me siga. Puedo sentir el fin cerca.
Y los dos nos lanzamos al vacío. El suelo cede bajo nuestros pies, y por instinto me agarro al borde de lo que sea. Siento cómo su peso duele, me quema el brazo. Y empiezo a soltar los dedos.
-¡No!-grazna repentinamente
-No voy a dejar que esa cosa nos mate
-Pero puedes dejarme caer y salir corriendo. Lo conseguirás, eres bastante rápida.
Me quedo pensativa unos instantes para, al fin, replicarle:
-Prefiero morir contigo a vivir sin ti.
Le dedico mi más brillante sonrisa de triunfo y dejo floja esa manos que nos ata a ambos a la vida

http://www.youtube.com/watch?v=YEVAxsZZrWQ

Goodbye


Era una noche muy extraña. Resultaba ser una noche muy tranquila, y sin embargo, el bochorno se cernía sobre la ciudad dormida, haciendo de aquella una noche aplastante.
Abrí los ojos de golpe, aletargada. El corazón me galopaba en el pecho, sentía su latido en las sienes. ¿Una pesadilla? Gemí y miré en derredor. La luna derramaba plata sobre las baldosas de mi dormitorio, teñía de gris y sombras toda la estancia. Gemí contra la almohada, y el sonido brotó amortiguado por las sábanas húmedas de sudor. Me estiré en el sitio, sacudiéndome el sopor. Ahora no podría conciliar de nuevo el sueño…Agucé el oído. A mi lado, un cuerpo descansaba ajeno a todo cuanto sucedía. Su respiración tranquila, acompasada y casi inaudible. e daba la espalda, mi hermana mayor, y dormía hecha una bola, la colcha arrugada a sus pies. De pronto, giró hasta quedar boca arriba, extendió sus extremidades y esbozó un atisbo de sonrisa.
Me senté sobre la cama y me llevé las manos a los mechones oscuros que interceptaban mi vista. Me puse en pie con paso vacilante y anduve a tientas hasta la puerta. Mis dedos, torpes, toparon con el frío manillar y lo hice crujir al abrir la puerta.
Me deslicé como una sombra silenciosa, sin saber muy bien qué hacer. Aire fresco, sí, eso necesitaba…
Me asomé a la terraza con los ojos ligeramente llorosos. Genial, otro cambio de humor. Un grillo cesó su canto de pronto, y un pesado silencio llenó el ambiente. Me vi impelida, como en los viejos tiempos, a subir al tejado y escuchar música, como eso solía ser.
Trepé hasta las tejas rojizas, que el tiempo y la lluvia habían desteñido. Me sentí reconfortada, y al ritmo de Linkin Park, comencé a pensar, a recordar, contra mi voluntad.
"Linkin Park es mi segundo grupo favorito. O al menos lo eran cuando sacaron Meteora e Hybrid Theory. Lo demás es basura."
Comenzó a sonar tu canción. Mi canción. La nuestra. Butterflies & Hurricanes llenaba el frío vacío que ocupaba tu lugar a mi lado.
"Es una obra maestra, ¿no crees? -Y me acariciaste el pelo mientras reías- Fue la primera que escuché-Y me hablaste del recuerdo, como hechizado"
Y otra más, otro recuerdo, otra punzada a mis heridas en carne viva. Hysteria.
Ya no fui consciente de los recuerdos que se aglomeraban, perdida como estaba en la letra. Una lágrima comenzaba a formarse en la comisura de mi ojo.
Sunburn.
La pequeña gota salada inició su descenso a lo largo de mi pómulo.

Lies.


Me despierto, como cada mañana, con el suave despertador de mi móvil. Quizá debería cambiar al tono de una vez, aunque en realidad sé que me da pena. Apago el móvil, para que no le despierte. Sí, él duerme plácidamente a mi lado, con la respiración ligera. Desnudo de cintura para arriba. Y pese a mis esfuerzos, abre los ojos con un suave aleteo.
-¿Ya te vas?-pregunta, tan normal
Ah, eso me encanta de él. Siempre parece despierto, alerta. Frío como un témpano y distante. Intimidante. Y sin embargo, como suele decirse, las apariencias engañan. Una persona cariñosa, suave se esconde bajo esa coraza de acero y piel
-Sí, o llegaré tarde
Rozo sus labios, con cuidado y me dirijo al gran armario empotrado de caoba negra. Y me echo sobre el brazo lo primero que veo, mis pitillos, artísticamente desgastados, Una liviana camiseta negra, con un escote kilométrico y una cazadora. Eso es, y un palestino además. Mi propio estilo.
Me encierro en el baño. ¿Tanto he cambiado? Porque yo no lo veo. Bueno, el arrebol de las mejillas y el tenue brillo de mis ojos es perfectamente perceptible. También llevo el pelo siempre planchado últimamente, cosa poco habitual. Mucha tontería, es lo que tiene la gente. Suspiro y comienzo a vestirme. Aliso, una vez más, los mechones oscuros, cada uno apuntando en una dirección.
Mierda, llego tarde otra vez. Cojo mi mochila, meto mi merienda en el bolsillo con precipitación y me dirijo al dormitorio.
Él se está vistiendo ya, abotona su camisa con parsimonia y exasperante lentitud. Contengo una sonrisa y me acerco, sigilosa, para abrazarlo por la espalda. Se da la vuelta, y me regala un fugaz beso
-Nos vemos esta tarde, ¿Verdad?
-Así es, descuida
Esos brillantes ojos castaños, moteados de dorado me sonríen, aunque su expresión esté seria. Chispean de felicidad, cosa extraña al menos para mi, más que acostumbrada a su fría mirada, carente de expresión.
Le doy un último beso y me separo con cuidado. Una fugaz sonrisa y me apresuro a coger mi móvil y las llaves de la mesita de noche.
Me despido, alegre, ligera. Nunca me había sentido tan bien. Es curioso que mi felicidad sea tan dependiente. Y siento un amor tan sólido como irreal.
Es curioso, me subo a mi bicicleta y mientras me deslizo a toda velocidad sobre el húmedo asfalto, me acuerdo de otro muchacho. Él siempre venía a clase en bicicleta. Qué echo tan trivial, y sin embargo tan importante.
Freno en seco al llegar al colegio, me bajo y pongo el candado.
Y luego, en clase, sin nada mejor que hacer que mirarle. Extraño. Extravagante. Nunca me habría fijado en él hasta ahora. Y al conocerle mejor, descubrí que era buena persona, era fácil ser amiga suya. Mordisqueé, distraída, el capuchón de mi bolígrafo bic azul. Y me habla, y yo le miro a los ojos sin escuchar. Por suerte, encuentro una respuesta en el momento oportuno. Me siento a su lado también en la siguiente clase. ¿Por qué no? ¿No se supone que somos amigos?
Y a la salida, me acompaña hasta mi bici. Le sonrío y me despido, como tenemos por costumbre. Una sombra surge de detrás y me asusta. Me doy la vuelta y me encuentro a mi muchacho, que me sonríe, tenso
-¿Quién era ese?-pregunta de pronto cuando le abrazo
Alzo la cabeza, confusa. Clava los ojos en los míos. Soy perfectamente consciente de mi expresión culpable, y por un momento quiero que la tierra me trague.
-Un amigo-replico no muy convencida
Entrecierra los ojos, en ellos titila una amarga ironía y un intenso dolor
-No te pongas paranoico-bromeé-Te quiero
-Lo sé-susurra-lo sé
Estrecho suavemente su fría mano y nos encaminamos, arrastrando la bicicleta, hacia nuestro pequeño rincón, nuestro little Big Paradise, dejando sueños, preocupaciones y quizás un pequeño amor atrás

El corazón de Akadem.


El crepúsculo avanzaba inexorablemente hacia otro final. El final del día, de algo breve y perecedero. El final de algo que carece de importancia para muchas personas. O puede que aquel fuera el día más importante de su existencia. Pero una cosa era segura, en ese momento iba a acabar algo más importante que el día. Algo igualmente efímero y perecedero. Algo que carecía de importancia, del mismo modo. Esa noche, su vida iba a terminar.

Ella estaba decidida. Llevaba saboreando aquel momento durante miles de largos días. Durante cientos y cientos de noches de insomnio.
Esperó pacientemente durante toda la tarde, encaramada al árbol. Su respiración se mantuvo sosegada durante la interminable jornada. Sus ojos de felino, de expresión hueca e impasible, escrutaban la creciente niebla que envolvía las plantas exóticas de colores nunca vistos. Había soñado con aquel momento durante no sabía cuánto tiempo. Pensaba que estaría eufórica, que sentiría el sabor de la victoria al contemplar el terror en los ojos castaños que tiempo atrás había amado. Pensaba que saborearía el placer de contemplar el filo de su daga contra el rosado cuello. Pero, aunque faltaba poco, lo único que sentía eran nervios.
Se puso tensa en su incómodo emplazamiento. No convenían las distracciones, y el molesto retortijón de su estómago constituía una de las principales. Se ocultó aún más entre el espeso follaje de aquel majestuoso árbol cuyo nombre no conocía. Con fluidez y elegancia, se asomó cuidadosamente entre las hojas que la incidencia del sol había vuelto jades. Contrajo los labios en una mueca y desenvainó su afilada daga, procurando actuar con su característico sigilo. Sintió un par de pesados pies aproximarse, y sus nervios no la traicionaron cuando se lanzó como un felino sobre él, aferrada a la pesada empuñadura plateada de su arma.
Los ojos castaños de Akadem sólo tuvieron ocasión de contemplar despavoridos a la niña de diecisiete años que oprimía su cuello con un puñal. Klide hundió un pico el filo en la carne, y el carmesí se extendió rápidamente por la hoja plateada, relumbrando. En ese instante de vacilación, si saber muy bien por qué, Klide se acordó de aquellas primeras vidas que había segado. Presa de los mismos nervios, habría llorado durante semanas por un desconocido que quería matarla, y a quien ella se había llevado por delante. Pero la miseria, la muerte y el dolor la habían curtido esa personalidad ya de por sí férrea.
-Tu corazón solamente podrá ser mío, para siempre.-Le dijo en voz baja y temblorosa, esbozando una seca media sonrisa.
Sacudió la cabeza, y con los ojos anegados en lágrimas, atravesó el corazón del hombre que la había enamorado y abandonado. Sus manos, sus vestiduras y sus pies se anegaron rápidamente de sangre, brillante y carmesí. Se dejó caer junto al cadáver inerte y lloró como una niña.
Al amanecer, un paisano encontró el cuerpo de Akadem. Le faltaba el corazón.