lunes, 5 de diciembre de 2011

Forget.


Supongo que soy una cobarde, ¿No? Me había prometido hacerlo hoy. Hoy iba a ser el día en que yo me desviara del patrón. Dejaría de mentirle y de mentirme.
No lo había pensado mucho. Anduve como en una nube, como si las cosas sucedieran fuera de mi cuerpo, y otra persona tomara las decisiones. Me sentí invisible, yo, Erande, me senté en una mesa mientras contemplaba a la Cristina competente. Yo sólo tenía ganas de reír y de jugar, pero ella siempre me dirigía una mirada envenenada, y yo la dejaba en paz. Quizás es cierto que nadie me veía, y contemplé cómo se me veía de fuera. Cristina se inclinaba sobre un folio en blanco, su gastado bolígrafo azul se deslizaba furiosamente por el examen de matemáticas, sin dejar siquiera los márgenes en blanco. Ella cogía la calculadora azul, prestada, y deslizaba los dedos rápidamente. Comprobaba la cuenta y la anotaba. Ella iba vestida de negro por completo. Incluso sus complementos no se salían de el patrón habitual. Los ojos, enmarcados en negro. Los labios contraídos. El pelo, suave y liso, recogido en dos coletas. El flequillo le impedía ver bien.
Toda la clase está sumida en un silencio sepulcral, y decidí echar un vistazo a mis propios pensamientos. Me sorprendí. Eran justo lo contrario a lo que esperaba encontrar. Ella no estaba concentrada en absoluto. Soñaba con rizos y ojos verdes, con salir de clase y verle. Su pulso estaba demasiado acelerado, el rubor de sus mejillas resultaba chocante en contraste con la palidez de su piel. Después de darle treinta vueltas a la hoja, se puso en pie torpemente. El timbre estaba a punto de tocar. Entregó su prueba a la profesora, con mano temblorosa, rezando en voz baja haberlo hecho bien y lo guardaba todo con precipitación. Tiró de la chaqueta, en el respaldo de la silla y salió corriendo, demasiado emocionada como para percatarse de que todos la miraban. Para ella no importa nada más ahora. De pronto, sentí como si un imán tirase con violencia de mí, me arrastrase...
Y de pronto me llamo Cristina, no Erande, estoy corriendo entre el gentío. ¿Me esperará hoy? Ayer dijo que vendría a clase. Veo a mi amiga, al pie de la escalera, voy tan deprisa que casi tropiezo. Le entrego la calculadora, ya que en medio de mi nube olvidé la mía, y se lo agradezco con un beso fugaz en la mejilla. No le doy tiempo a responderme antes de salir corriendo.
Álvaro vaguea en dirección a la salida, y le rebaso corriendo, siento su desconcierto al pasar, pero no me detengo, y al no ver a nadie casi siento desencanto. Pierdo el aliento y me detengo a recuperar el resuello. Se ha ido. Ya ha tocado el timbre, habrá salido antes. Más vale eso que tener esperanzas, supongo. Pero de pronto está detrás mía, y el corazón sube por mi garganta y me impide respirar. <<¡Hey!>> Murmura. Parece feliz mientras me acaricia los brazos en señal de saludo. Yo sonrío, ?Cómo no hacerlo? Estoy feliz.
¿Feliz? Yo no creía en esas cosas. Estoy feliz. Respiro hondo. ¿No será sólo una emoción? Las emociones son demasiado perecederas. Cuando me despida de él hoy, desaparecerá mi euforia, hasta que pueda verle de nuevo. Pero supongo que puede ser algo parecido. Casi había olvidado la sensación de tener mariposas en el estómago, salvo porque...bueno, porque Daraxus sigue existiendo.
Pero es un fantasma, igual que Erande. Es sólo un sueño más.
Y sin embargo, no soy capaz de decírselo. Soy tan cobarde que lo escribo, y rezo porque no lo lea. Soy tan cobarde que espero que no se de por aludido, y sin embargo, me muero porque se entere. No soy persona de dar muchos rodeos, y sin embargo....
Hoy iba a ser el día en que dejara de mentir. Ya he dado un paso, supongo.
Al menos yo sé la verdad. Y la verdad es que creo que me gusta, ¿no?
Ahora sólo falta gritárselo al mundo.

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