domingo, 4 de diciembre de 2011

Lies.


Me despierto, como cada mañana, con el suave despertador de mi móvil. Quizá debería cambiar al tono de una vez, aunque en realidad sé que me da pena. Apago el móvil, para que no le despierte. Sí, él duerme plácidamente a mi lado, con la respiración ligera. Desnudo de cintura para arriba. Y pese a mis esfuerzos, abre los ojos con un suave aleteo.
-¿Ya te vas?-pregunta, tan normal
Ah, eso me encanta de él. Siempre parece despierto, alerta. Frío como un témpano y distante. Intimidante. Y sin embargo, como suele decirse, las apariencias engañan. Una persona cariñosa, suave se esconde bajo esa coraza de acero y piel
-Sí, o llegaré tarde
Rozo sus labios, con cuidado y me dirijo al gran armario empotrado de caoba negra. Y me echo sobre el brazo lo primero que veo, mis pitillos, artísticamente desgastados, Una liviana camiseta negra, con un escote kilométrico y una cazadora. Eso es, y un palestino además. Mi propio estilo.
Me encierro en el baño. ¿Tanto he cambiado? Porque yo no lo veo. Bueno, el arrebol de las mejillas y el tenue brillo de mis ojos es perfectamente perceptible. También llevo el pelo siempre planchado últimamente, cosa poco habitual. Mucha tontería, es lo que tiene la gente. Suspiro y comienzo a vestirme. Aliso, una vez más, los mechones oscuros, cada uno apuntando en una dirección.
Mierda, llego tarde otra vez. Cojo mi mochila, meto mi merienda en el bolsillo con precipitación y me dirijo al dormitorio.
Él se está vistiendo ya, abotona su camisa con parsimonia y exasperante lentitud. Contengo una sonrisa y me acerco, sigilosa, para abrazarlo por la espalda. Se da la vuelta, y me regala un fugaz beso
-Nos vemos esta tarde, ¿Verdad?
-Así es, descuida
Esos brillantes ojos castaños, moteados de dorado me sonríen, aunque su expresión esté seria. Chispean de felicidad, cosa extraña al menos para mi, más que acostumbrada a su fría mirada, carente de expresión.
Le doy un último beso y me separo con cuidado. Una fugaz sonrisa y me apresuro a coger mi móvil y las llaves de la mesita de noche.
Me despido, alegre, ligera. Nunca me había sentido tan bien. Es curioso que mi felicidad sea tan dependiente. Y siento un amor tan sólido como irreal.
Es curioso, me subo a mi bicicleta y mientras me deslizo a toda velocidad sobre el húmedo asfalto, me acuerdo de otro muchacho. Él siempre venía a clase en bicicleta. Qué echo tan trivial, y sin embargo tan importante.
Freno en seco al llegar al colegio, me bajo y pongo el candado.
Y luego, en clase, sin nada mejor que hacer que mirarle. Extraño. Extravagante. Nunca me habría fijado en él hasta ahora. Y al conocerle mejor, descubrí que era buena persona, era fácil ser amiga suya. Mordisqueé, distraída, el capuchón de mi bolígrafo bic azul. Y me habla, y yo le miro a los ojos sin escuchar. Por suerte, encuentro una respuesta en el momento oportuno. Me siento a su lado también en la siguiente clase. ¿Por qué no? ¿No se supone que somos amigos?
Y a la salida, me acompaña hasta mi bici. Le sonrío y me despido, como tenemos por costumbre. Una sombra surge de detrás y me asusta. Me doy la vuelta y me encuentro a mi muchacho, que me sonríe, tenso
-¿Quién era ese?-pregunta de pronto cuando le abrazo
Alzo la cabeza, confusa. Clava los ojos en los míos. Soy perfectamente consciente de mi expresión culpable, y por un momento quiero que la tierra me trague.
-Un amigo-replico no muy convencida
Entrecierra los ojos, en ellos titila una amarga ironía y un intenso dolor
-No te pongas paranoico-bromeé-Te quiero
-Lo sé-susurra-lo sé
Estrecho suavemente su fría mano y nos encaminamos, arrastrando la bicicleta, hacia nuestro pequeño rincón, nuestro little Big Paradise, dejando sueños, preocupaciones y quizás un pequeño amor atrás

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