domingo, 4 de diciembre de 2011

El corazón de Akadem.


El crepúsculo avanzaba inexorablemente hacia otro final. El final del día, de algo breve y perecedero. El final de algo que carece de importancia para muchas personas. O puede que aquel fuera el día más importante de su existencia. Pero una cosa era segura, en ese momento iba a acabar algo más importante que el día. Algo igualmente efímero y perecedero. Algo que carecía de importancia, del mismo modo. Esa noche, su vida iba a terminar.

Ella estaba decidida. Llevaba saboreando aquel momento durante miles de largos días. Durante cientos y cientos de noches de insomnio.
Esperó pacientemente durante toda la tarde, encaramada al árbol. Su respiración se mantuvo sosegada durante la interminable jornada. Sus ojos de felino, de expresión hueca e impasible, escrutaban la creciente niebla que envolvía las plantas exóticas de colores nunca vistos. Había soñado con aquel momento durante no sabía cuánto tiempo. Pensaba que estaría eufórica, que sentiría el sabor de la victoria al contemplar el terror en los ojos castaños que tiempo atrás había amado. Pensaba que saborearía el placer de contemplar el filo de su daga contra el rosado cuello. Pero, aunque faltaba poco, lo único que sentía eran nervios.
Se puso tensa en su incómodo emplazamiento. No convenían las distracciones, y el molesto retortijón de su estómago constituía una de las principales. Se ocultó aún más entre el espeso follaje de aquel majestuoso árbol cuyo nombre no conocía. Con fluidez y elegancia, se asomó cuidadosamente entre las hojas que la incidencia del sol había vuelto jades. Contrajo los labios en una mueca y desenvainó su afilada daga, procurando actuar con su característico sigilo. Sintió un par de pesados pies aproximarse, y sus nervios no la traicionaron cuando se lanzó como un felino sobre él, aferrada a la pesada empuñadura plateada de su arma.
Los ojos castaños de Akadem sólo tuvieron ocasión de contemplar despavoridos a la niña de diecisiete años que oprimía su cuello con un puñal. Klide hundió un pico el filo en la carne, y el carmesí se extendió rápidamente por la hoja plateada, relumbrando. En ese instante de vacilación, si saber muy bien por qué, Klide se acordó de aquellas primeras vidas que había segado. Presa de los mismos nervios, habría llorado durante semanas por un desconocido que quería matarla, y a quien ella se había llevado por delante. Pero la miseria, la muerte y el dolor la habían curtido esa personalidad ya de por sí férrea.
-Tu corazón solamente podrá ser mío, para siempre.-Le dijo en voz baja y temblorosa, esbozando una seca media sonrisa.
Sacudió la cabeza, y con los ojos anegados en lágrimas, atravesó el corazón del hombre que la había enamorado y abandonado. Sus manos, sus vestiduras y sus pies se anegaron rápidamente de sangre, brillante y carmesí. Se dejó caer junto al cadáver inerte y lloró como una niña.
Al amanecer, un paisano encontró el cuerpo de Akadem. Le faltaba el corazón.


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