viernes, 23 de diciembre de 2011

Write, wrote, written...

Llevaba días esperando que llegara el 22 de diciembre. Y es que Juan Carlos García Reyes, primo de mi madre, licenciado en vete-tú-a-saber cuántas carreras, cumplió mi sueño. Ha escrito un libro.
En realidad, casi lo había olvidado. Hasta que me dio por revisar mi pobre bandeja de entrada, ¡Bendita sea! Mi correo electrónico está más abandonado que los museos en época no lectiva. Y lo ví. El veintidós de diciembre, en un hotel. Mi primera presentación.
Aquella tarde, un jueves cualquiera. sólo hubo clase dos horas. A un día de las notas, todo el mundo se dedicó a jugar al fútbol. Yo disfruté de la caricia de un sol inusualmente cálido sobre mi piel, y pude lucir manga corta prácticamente toda la mañana. Traté de no pensar. Pero parecía que mis amigas no estaban por la labor, y todas y cada una de ellas me restregaron por las narices lo perfectamente felices que eran con sus perfectos y cursis novios. El guapo de la clase de tenis de Elena. El metalero de los pelos largos con Carmen. E incluso el friki de mi amiga Marina. Qué infantil. Y yo recordé que todo aquello había terminado para mí, que habían extirpado y mutilado mi corazón, y todos mis buenos sentimientos. Y no pude evitar llorar por mi propia muerte.
Aquellas lágrimas calientes y feas me molestaron. Llevaba días y días fingiendo que el pequeño rechazo no me había molestado en absoluto. Tonta, más que tonta. Las odié, en parte porque eran sinceras, pero por encima de todo, porque no pude evitar suscitar la compasión de mis compañeros y conocidos con aquellos sollozos amargos. Y no hay nada que yo odie más que eso. Que me abracen, y me digan que pasará, ¡Tú qué sabes! Marina me dice que, aunque parece mentira, no durará eternamente, y podré volver a ser feliz. ¿Crees que no lo sé? Es lo que yo respondo, compungida. Pero a mí me duele ahora.
Todo fue mucho mejor cuando pasó mi infantil ataque de desesperación, y pude disfrutar el resto de aquella mañana casi primaveral.
Mi amigo "Colmillitos" aguardó mi presencia obedientemente a la salida, y ahora me pregunto cómo es que no escuchó el desenfrenado retumbar de mi corazón. O quizás sí lo hizo. Pero los minutos volaron como si de milésimas se tratase, tan efímero, como agua que se escurre entre mis dedos.
Necesitaba matar el tiempo, comprendí, al ver mi agenda, los días vacíos, sin deberes, ni tareas. Tenía que encontrar distracción antes de que los nervios me consumieran. E hice lo que llevaba años sin disfrutar. Cogí un libro, uno al azar, sólo para perderme en una historia. Fácil, sencillo, mientras no fuera la mía. Lejos del amor, de las malas personas, de las lágrimas, de la compasión. Me enterré viva debajo de mi edredón, mientras la luz mermaba rápidamente. Una extraña somnolencia se extendía por mis miembros, hasta que el móvil me devolvió a la realidad, con desacostumbrado horror.
Jueves, Saint James.
Con un poco de suerte, Colin fingiría que estábamos haciendo algo mientras veíamos capítulos sueltos de Big Bang Theory, o algo similar. Me levanté de mi cálido refugio de espaldas al mundo, y con la misma languidez atusé un poco mi melena y cepillé mis dientes.
Sobre mi escritorio estaba mi bandolera negra de "Death Note", con los libros aún dentro, y recorrí esos cinco minutos que me separaban de los edificios de Ciudad Expo. La gente se agrupaba y pululaba alrededor del imponente edificio gris. Los heavys. Las jovencitas chismosas. "Esta es la sociedad en que vivo" pensé con cierta tristeza, y cavilé de forma distraída acerca de mi propia etiqueta. Permanecí sola, desafiando las miradas ajenas, asintiendo ligeramente al ritmo del heavy metal que me acompañaba y guiaba. Oh, música, fiel compañera.
Colin, ejemplo humano de la pereza, nos atrajo a las cuatro personas que allí aguardábamos y nos condujo, acostumbrado pastor, al segundo piso. Puerta Seis. Juniors 2.
-¿Habéis hecho los deberes?-Apenas percibí el cambio de idioma. La pregunta del hombre, muy serio, resultó excesivamente formal. Los alumnos, perfectas figuras de hielo, permanecieron congelados en sus posturas habituales. Las chichas, con las cabezas juntas, el único muchacho de la clase, tratando de mirar su Blackberry a escondidas. Y yo, estudiando las musarañas.
Escogí una silla roja en mi sitio preferido, junto a la gran ventana, donde se podía ver una puesta de sol magnífica. Apoyé el codo en el tablero para escribir, contemplando de reojo las sombras proyectadas por el sol, que parecía menguar de tamaño. Las figuras de las hojas de los árboles, que danzaban sobre los adoquines, parecían llamarme con su hipnótico vaivén, lento y acompasado, mecidas por la brisa...
Salí de mi burbuja, cuando me percaté de la creciente tensión del ambiente. La clase se quedó muda un instante, exceptuado, claro, el chismorreo de las chicas, un fino sirimiri de fondo. Sentí un acceso de pánico. Mierda, los deberes,
La risa gutural de nuestro británico amigo resonó en el aula semi vacía.
-¡Es navidad!-rió el profesor en su lengua materna.
Mis compañeros le rieron el chiste. Yo esbocé una seca sonrisa, fingiendo que atendía, mientras hacía un par de bocetos de gatitos en el margen de mi cuaderno. Qué aburrimiento.
Alguien propuso ver Padre de Familia. Genial. Me sabía de memoria todos los capítulos en ambos idiomas. Pero podría ser peor, supuse, y desconecté mi mente, perdiéndome en el cielo rojizo.
Me pregunto por qué me gusta tanto fijarme en el cielo. La forma de las nubes, su color según qué estación y momento del día. Siempre me parece bello.
A las siete de la tarde, me lancé fuera de la clase, balbuceando excusas en mi inglés, más fluido que el de mis compañeros, y Colin me dejó marchar.
Me sentí mucho mejor bajo el agua, muy caliente, de la ducha, acunada por el suave rasgueo de Dream Theater. El aroma afrutado de mi champú me hizo sentir el optimismo de aquella mañana, y canturreé quedamente mientras me pintaba los ojos de gris azulado; curvaba mis pestañas con rímel negro; hacía brillar mis párpados con una sombra plomiza...
Me sentí muy extraña vestida...¿Cómo explicarlo? Demasiado elegante. A mi pesar, me había acostumbrado a vestir de negro, con mis pulseras de tachuelas, mis converses de lona...Ponerme un Jersey tan pijo, de rombos, me hizo sentir mayor, y de cierto modo, más joven. La niña que era.
Los nervios que había intentado sepultar aquella tarde me asaltaron de nuevo.
Un intenso torrente de emociones, un collage estrafalario y contradictorio, hicieron que el latido de mi corazón se asemejara al batir de alas de un colibrí. Cariño, orgullo, esperanza, ilusión...y, por encima de todo ello, envidia.
Sí, soñaba con ser yo la que estuviera firmando ejemplares. Soñaba con agradecer a mis seres queridos su esfuerzo, soñaba con dejar que mi imaginación penetrara en sus vidas, un trocito de mi mente en manos de otras personas.
Quise ser como él, sentir el nerviosismo y la emoción, titubear ante el micrófono. Deseé estar bajo las potentes luces del hermoso y gran hotel, y me pregunté si lo lograría, si conseguiría que mis ojos brillasen de ese modo. Y si habría alguien que me palmease la espalda y me dijera: Estoy orgulloso de ti.
Saludé a mucha gente sonreí y me sonrojé. Tropecé con mis propias palabras cuando tuve al autor delante, cuando pude abrazarlo, cuando sentí su mirada de intenso cariño sobre mis ojos. E incluso cuando todo hubo pasado, y me hallé en la reconfortante seguridad de los brazos de mi padre, en la sala contigua, disfrutando de un refresco y de los aperitivos, charlando con mi familia. Porque, aunque nunca he sabido si es así, es decir, si hay relación directa, no lo puedo considerar de otro modo. Me sentí completa.
Estuve disfrutando del principio de la novela, Cartas Inconfesas, durante el largo trayecto a casa. No me había dado cuenta de lo cansada que estaba, frotándome los ojos, sin dejar de moverme en el incómodo asiento.
Cené quesadillas, aderezadas con tomate ligeramente picante, ya que no tenía mucha hambre. Luego me acurruqué, calentita y satisfecha, junto a mi padre.
Me quedé dormida en seguida.
Y ya no recuerdo nada más.

3 comentarios:

  1. No se si te lo digo con más o menos frecuencia, pero no hay ni un solo minuto de tu vida que no me sienta con el mayor orgullo que un padre puede sentir.
    Ante todo no olvides jamas que te quiero

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  2. Preciosa descripción de un momento tan importante y emotivo para él,supongo que ni el mismo lo hubiese hecho mejor.Loables y sinceros sentimientos, mi pequeña niña, que te hacen un ser digno como pocos se encuentran hoy.Llegeras tan alto como te propongas y veras materializado tu esfuerzo y tu constancia como él(autor del libro),lo ha visto.Enhorabuena por ser así.

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  3. ¡Cuanta formalidad!
    Siempre me hacéis sentir esperanzas, sois mis pilares, y nada de esto sería posible sin vosotros.
    Gracias, ahora y siempre, por apoyarme.
    PD: Casi lloro, papá XDDDD

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