miércoles, 29 de julio de 2020

El lado bueno de las cosas

Ahora que mi compañera, amiga y mentora se marcha del trabajo y se acercan días complicados, no puedo evitar pensar que, incluso en ese mundillo tan desagradable, pasan cosas buenas a mi alrededor a diario. Y, aunque me encanta el teletrabajo por lo cómodo, echo y echaré de menos muchas cosas de trabajar en plataforma, rodeada de criaturas de cuya inteligencia limitada me quejo constantemente pero a las que aprecio a pesar de todo.
Ojalá hubiera sabido en marzo que todo cambiaría, que ella y yo ya no íbamos a volver a trabajar codo con codo nunca más. Que ya no habría más pausas conjuntas para compartir un té, ir a picar a la sala de espera los días de "traer comida" o bajar a desayunar carne mechada al bar de abajo.
Ahora, ese sitio ha cerrado.
Es sorprendente lo rápido que cambian las cosas. Entonces, por ejemplo, Xinxin no era padre y no sabía que estaba a punto de serlo a los 24 años. Helio y yo todavía pasábamos hablando cada minuto de nuestro tiempo libre, contándonos con detalle todos los aspectos de nuestras vidas. Me pregunto constantemente qué habría pasado con nosotros en una realidad paralela, como siento que tampoco supe apreciar nuestros últimos días juntos en enero, cuando Alberto fue nuestro coordinador y nos la sopló lo que pensara de nosotros mientras pudiéramos trabajar casi en el mismo puesto, jugueteando con las manos del otro; con un suspiro enganchado en la garganta por todo lo que podríamos ser pero se nos escapa de entre los dedos.

En ese momento, todavía observaba a Geo levantarse a través de las pantallas azules y venir a darme un masaje en los hombros, bajo la desaprobadora mirada de la jefa. Solía quejarse de lo huesuda que era. Todavía podíamos tocarnos, qué cosas, y todavía podía no usar mascarilla y pintarme los labios de color morcilla. Ahora, Geo no está.
Todavía charlaba con Nikolai por las mañanas, y rodaba por media plataforma para sentarme al lado de Alejandro Sanz cinco minutitos para ssludarle por las mañanas, a ese señor cuyo nombre todo el mundo dice siempre completo por algún motivo, y me ponía colorada cuando Diego nos soltaba sus puyitas... Para luego acostarse con la hija de 19 años de una subordinada, tiene mandanga.
Marta, Cristina, Espe, Caio, Rocío, Antu...

Quizá, después de todo, el error es mío. Por no saber valorar el aquí y el ahora. Por todas esas cosas, todas esas personas que siempre estoy echando de menos.

martes, 7 de julio de 2020

Moments

Está siendo una noche difícil, aunque nada fuera de lo normal.
Mi jefa está de mal humor. Los clientes me insultan, se enfadan, están hastiados y, aunque lo entiendo, absorbe y quema. Son emociones que han impregnado mi día a día durante mucho tiempo y ahora, que me siento mejor con la vida en general y conmigo en particular, escuecen más que nunca.
Mi productividad no es todo lo buena que podría, para más inri. Llevo horas sin despegarme de de la silla y aún así solo estoy tragando problemas, malas tramitaciones y mierda. Qué lío. Encima el abatimiento de las cinco se cierne sobre mí, me escuecen los ojos y... Bueno, supongo que la melatonina hace su trabajo.
La noche es inusualmente húmeda, no se mueve ni una brizna de aire para dar alivio a esta densa quietud. Una manta de nubes grises oculta la profundidad ultramar que tanto me gusta del cielo nocturno. Solía contemplarla con... con...
No importa.
Cierro los ojos, y me transporto a mi lugar feliz. Una realidad paralela y alternativa en la que estoy tumbada a su lado en una enorme cama ahora mismo, apenas cubiertos por una fina sábana. Mientras me alza el rostro para besarme, usando el brazo con el que me rodea los hombros y me mantiene unida a su cuerpo, y a mí se me deshacen un montón de emociones bonitas, temblorosas y adolescentes, en las tripas. Me da igual que haga bochorno y que ls noche esté oscura y gris, me da igual todo... Menos su amor.

miércoles, 1 de julio de 2020

Coming home

El sol de poniente, dorado y cegador, calentándome el rostro. El cuerpo cansado de los excesos de un fin de semana perfecto. El ronroneo sedoso de mi coche, conectado a mí a través de los pedales; la carretera, toda mía. Música entre los dos, y su olor deliciosamente dulce impregnando la pequeña cabina del vehículo.
Sentí sus ojos en mí e inmediatamente temí estar yendo demasiado rápido, por lo que levanté instintivamente el pie derecho del pedal. Quise hundirme en su mirada, que adivinaba del color del topacio bruto a la luz del Astro Rey, pero me sentí enrojecer y decidí no arriesgarme a una distracción. 
- ¿Qué? - murmuré, nerviosa
- Eres preciosa, ¿lo sabes?
Se me atragantaron en la garganta un puñado de mariposas y lamenté no haberle mirado a los ojos.