lunes, 27 de agosto de 2018

Disappointment.

A veces me gustaría tener el valor de hacer algunas pequeñas cosas, como mirarme en el espejo cuando me desnudo para ducharme, o pintarme los labios de rojo. No estaría mal usar ciertas prendas de ropa que se que a mi familia no le gustaría que llevara, como uno de esos bonitos bañadores vintage pensados para gente gorda. Como yo. Y me gustaría dejar de sentir vergüenza de mí misma, aunque sé que mi madre habría sido mas feliz con una hija pequeñita, delgada, rubia y de ojos azules, que siempre estuviera suave y encremada, que jamás saliera sin maquillar y luciera una impecable melena lisa y abundante color trigo.

Pero esa no soy yo.

sábado, 25 de agosto de 2018

Karmic relief.

Algunas veces, cuando me besas, siento un alivio visceral, kármico, como si apagaras un dolor que no me había dado cuenta de que sentía. Suavemente, se evaporan de mi conciencia las dagas afiladas que representan mi dolor, mi hermana, ese miedo impreciso al futuro que tanto me agobia últimamente, el recuerdo vago de mi ex (acuciado por sus palabras bonitas, los halagos y los alardes de comprensión) y, antes de que pueda seguir enumerando, se me olvida mi propia existencia, perdida en esa boquita suave y carnosa que tanto me gusta.

martes, 7 de agosto de 2018

Matando a mis demonios.

Quizá sea porque conservo este recuerdo con especial ternura que aparece en mi mente teñido de las más dulces circunstancias: la luz dorada de una tarde moribunda y perezosa, la calidez incipiente de una primavera breve, tardia, como es tipico donde nosotros vivimos. Ignoro si fue así como ocurrió o si lo he adornado en mi mente, pero la cuestión es que me recuerdo tumbada entre las sabanas revueltas de tu cama grande, arrancadas las bajeras de las esquinas del colchón al que, con uñas y dientes, aún se aferran. Habiendo volado la ropa sin miramientos, y habiendo hecho eso a lo que yo estaba acostumbrada y que nada de inusual tenía, estábamos intentando recuperar el resuello cuando extendiste la mano sobre mí y vi que ibas a tocar mi vientre. Un miedo antiguo y visceral se revolvió por mi pecho y tuve que tragar saliva para deshacer el nudo de mi garganta, pero tú acariciaste con delicadeza la superficie lisa y blanda de mi piel, con cariño y suavidad, y después te inclinaste sobre mí para besar mis estrías blancas y la cicatriz rugosa y extraviada que convive con ellas. Abrazando, aceptando lo más feo y oscuro de mí. Mi obsesión, mi locura.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Little kids.

Quién me iba a decir a mí cuando era una muchachita flaca y enfermiza que me aferraría a esa imagen de mí misma con anhelo, y llegaría a odiarme tanto como lo hago ahora.

Por un momento he intentado hacer ese ejercicio que propone Kester a Rae y me he concentrado en proyectar una imagen de mi misma cuando era pequeña, con mi cara redonda y pecosa, siempre colorada de reirme, y los rizos oscuros bailando detrás de mi cabeza a cada sacudida. Veo a esa niña delante de mi como si fuera otra persona, y pienso en decirle todas las cosas que me digo a mí misma todos los días. Das asco. Debería darte vergüenza. Esto no es propio de ti. Tienes que cambiar. Delgada serías más feliz.
 Me imagino decirle cosas así a una niña de... ¿Diez, doce años? Y no me sale la voz mental. No puedo crear la escena. Todo lo que veo es que esa niña podría ser cualquiera, y que vea su vida arruinada por una infelicidad tan profunda como la mía, por mi culpa, por culpa de la gente que la rodea.

A veces siento que mi vida no tiene sentido. Debería rendirme de una santa vez y dejar de pelearme conmigo misma, ya que nunca podré ser feliz. Nunca podré quererme.