sábado, 14 de abril de 2012

Detrás de todo caos, siempre hay un orden

Era un jueves cualquiera a tercera hora. Maldije cien veces la clase de matemáticas, y mil veces a aquella persona que la impartía. Me despedí de mis compañeros de optativa con una sonrisa forzada, me eché la pesada y fea mochila al hombro y recorrí los pasillos atestados. Como un zombi, y sin mirar realmente por dónde iba siquiera, me encaminé a la clase infernal, en la que pasaba cinco espantosas y larguísimas horas a la semana. Cuatro de matemáticas y una de tutoría. Escuchar a la bruja desvariar no es mejor que oírla reñirnos, meternos prisa y explicar cosas que te hacen tener ganas de llorar, ponerte bizco y dar vueltas a la pata coja por la clase mientras cacareas como un gallo.
Cavilando, choqué con alguien. Como resultado del impacto, me tambaleé, pero una figura alta y desgarbada me sujetó por la parte superior de los brazos.
-Lo siento-me disculpé atropelladamente-. No estaba atenta...
El chico, un año mayor que yo, era uno de los rubios gemelos que se juntaban con nosotros en los recreos.
-No hace falta que lo jures. Vas como un alma en pena, ¿Te ocurre algo?
Negué con la cabeza.
-Tengo matemáticas-repuse por toda respuesta.
Él me soltó. Dio un paso hacia atrás, mirando a la nada mientras se acariciaba las hondas sedosas con la mano derecha.
-Vale, ya no tienes matemáticas-anunció con los ojos brillantes de excitación-. Ven conmigo.
Me tendió una de sus pálidas manos blancas, que yo tomé irreflexivamente. Echó a correr, dirigiéndose a un pasillo en el que no había clase nunca.
-Por la otra escalera puede haber profesores-me explicó
Yo mantuve el ritmo con facilidad. Cuando estuvimos fuera de peligro, nos dejamos caer contra el muro amarillo, jadeando. Con la carrera, se me debió de caer la gomilla, y poco quedaba de mi trenza. Dejé que las rebeldes hondas de cabello oscuro se deslizaran por mis hombros hasta los omóplatos.
-Te queda el pelo mejor suelto.-Observó.
-Gracias
Le dediqué una sonrisa y mis mejillas pecosas se tiñeron de rojo.
-¿Qué hacemos ahora?
Mientras pensaba, casi detuve mi respiración.
-Se me ocurre una idea-la emoción produjo una enorme sonrisa en mi rostro, y otro sonrojo enmascaró al anterior.
Christian ladeó la cabeza por toda respuesta, sonriendo intrigado
-Tú mandas.
Me tomé la libertad de cogerle la mano y tirar de él. Tomamos el camino menos transitado (y, a su vez, más accidentado) para llegar al piso inferior. Nuestras manos seguían unidas, pero no había nada que malinterpretar. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo.
Paseando por el alargado pasillo que conducía a la entrada del colegio, charlábamos sobre nuestras cosas, los amigos, los planes, libros, trabajos... Los altos cipreses nos flanqueaban, creando elevadas sombras intermitentes. El asfalto agrietado no suponía problema, el aire, delicado y fragante a primavera, era una delicia, y la temperatura era ideal. Manga corta y vaqueros. Llegamos a una angosta verja desconchada y verde.
-No deberíamos estar aquí sin tutor
-Se supone-puntualicé. Me serví de una rama baja de un ciprés para impulsarme, me aferré a la verja y salvé la distancia de un salto. Me impulsé, apoyada sobre mi brazo derecho, como había visto hacer en el Parkour a los jóvenes deportistas. Aterricé limpiamente (por fortuna) sobre los talones, ligeramente agazapada.
-Venga, ¡salta! si yo lo he hecho, no puede ser difícil-bromeé.
Sentí el aire moverse a mi lado. Aterrizó elegántemente a mi lado con una sonrisa seca.
-Bienvenido al pseudoparaíso.
El llamado "Bosque de la lectura" se componía de unos cuantos árboles enclenques parecidos a olivos. Tierra y césped, caminos de pequeños adoquines bicolores, florecillas y tranquilidad.
-No está mal-aprobó. Le miré con miedo, pero pude ver que sonreía.
Se apoyó contra un árbol y me abrió los brazos. Saqué de mi mochila un libro y me senté entre sus piernas, con mi espalda apoyada en su cuerpo, la cabeza en su hombro. Chris me abrazó desde atrás. Abrí mi ejemplar negro de "Retrum: Cuando estuvimos muertos" y estuve leyendo con perfecta entonación unos cuantos capítulos.
Luego, me aburrí y estuvimos charlando.
-Tu pelo huele a un perfume de Spirit-comentó.
-Sí, "Life". Oye, qué buen olfato.
Hundió la nariz en mi pelo.
-Me gusta. Es delicado, pero no floral, ni fuerte. Sutil, como las flores que lo componen.
Guardamos silencio unos instantes.
-¿Qué tal te va en el colegio?
-Mejor de lo que te irá a ti-bromeó
-¿Por qué?
No lo comprendí. No soy de excelentes, pero saco buenas notas por lo general, sobre todo en letras.
-Oh, vamos, estás haciendo novillos-acentuó su sonrisa torcida
-¿Novillos? Eso suena como si estuviéramos en primaria-me quejé-, no, estamos haciendo pellas.
Nuestras risas se acompasaron.
-No quiero hablar del instituto, en realidad
-Entonces, ¿De qué quieres hablar?-inquirió, curioso, sus ojos verdosos fijos en mi expresión
-No sé...-titubeé-, cuéntame algo de ti
-¿Como qué?
-¿Qué tal te va en el amor? Al fin y al cabo, soy Celestina-sonreí
Él se lo pensó antes de responder.
-Bien-me dedicó una sonrisa muy dulce-,creo que me gusta una chica
-¿Sí? ¿Cómo es ella?
-Estudia aquí.-me informó
De inmediato puse en práctica mis poco desarrolladas dotes deductivas
-¿En qué curso?
-En tercero-le divertía el juego. A mí, también
-¿La conozco?-inquirí emocionada
-Probablemente, mejor que cualquier otra persona en el mundo.
De inmediato, repasé mentalmente su comportamiento con cada una de mis amigas.
-Es alta-puntualizó-como tú, más o menos
Eliminé de la lista muchos nombres. Qué poco modesta que soy, me dije
-Y tiene el pelo rizado y oscuro.
¿Qué? Sólo había tres chicas en el grupo, contándome a mí, con el pelo rizado. Una de ellas estaba en cuarto de ESO, y la otra era muy bajita.
-¿Qué...?
Me miraba con mucha intensidad. Abrí los ojos con desmesura, alejándome de él.
-Deeva...
En ese instante se oyeron dos pares de pies caer en la grava de forma amortiguada. El sol volvió los cabellos del segundo gemelo, Alexander, del color de la miel. A su lado iba un amigo nuestro, de cabello muy rizado y ojos celestes, cuyo nombre no recuerdo.
Me senté con las piernas cruzadas al sol. Alex se sentó a mi lado, besándome suavemente en los labios.
-Hola, cielo, ¿quieres?
Me tendió una botella. Dentro había un líquido de un lila transparentoso. Su olor era dulce, y su sabor fuerte. Sentí la quemazón por la garganta, deslizándose en el estómago, estallando. Tosí un poco, y mis amigos se rieron de mi poca tolerancia al alcohol. Picada, alcé la botella y le di un trago más largo, ésta vez con toda naturalidad.
-Qué rico-observé
-El vodka violeta es el mejor para beber a palo seco, o con licor de mora, o con Monster...-comentó el chico de los ojos azules
Alex volvió a besarme. Sus labios sabían a aquél líquido dulzón, y bebí con avidez de su beso, sintiendo con culpabilidad, cómo un par de ojos verdosos se clavaban en nosotros.
El timbre me hizo dar un brinco. Tocaba el descanso, y tenía diez minutos para incorporarme a las clases. Filosofía no pintaba tan mal, podrían tomarse mis reflexiones como si incumbiesen a la asignatura.
-Tengo que irme-les anuncié-Tengo filosofía y no puedo perder más clase
El muchacho y Alex se quedaron más tiempo. Chris me siguió hasta el muro.
-Perdona-le dije, y era cierto que lo sentía.
Él sólo sonrió antes de desaparecer tras el muro de ladrillos grisáceos.
Esa sonrisa se me clavó para el resto de la eternidad, más que nada, porque después de eso no le volví a ver.
"¡Nunca más!", como diría Edgar Allan Poe.

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