martes, 10 de abril de 2012

Shiva y Seth.

Shiva tironeó de la mano de su amiga. Ella estaba de más, por supuesto, era sólo una excusa para acudir al concierto. El humo negro y rojo danzaba elegantemente, la gente se aglomeraba, se golpeaba, gritaba. Shiva, una chica de quince años, era por lo general bastante grande para su edad, alta y fuerte. Y sin embargo se sintió indefensa a merced de aquellas personas, hombres en su mayoría grandes como armarios. Shiva se apartó el pelo sudoroso de los ojos, con las mejillas arreboladas. Clavó sus grandes ojos castaños en la figura del guitarrista. Se sintió idiota por pensar que él sentiría la intensidad de su mirada, entre el humo y la gente. Ella llevaba una camiseta de Disturbed, del álbum Asylum. Muchas veces antes, en sus largas caminatas desde el instituto habían acabado hablando de aquel grupo. Ella, por su parte, había pasado horas memorizando las letras y desenredando la voz de David Draiman de entre el frenético rasgueo y los golpes de la batería. Sientiéndose identificada por aquellas canciones, arrullada por su música.
La canción se terminó. El corazón de Shiva golpeaba violentamente, sentía su latido en las sienes.
Él se acercó al micro, sonreía, pero no la miró.
-Vamos a tocar una versión. La canción es de Disturbed, se llama Stricken, y quiero dedicársela a alguien que está entre el público.
Su enigmática sonrisa la hizo derretirse como mantequilla. Shiva se abrió paso hacia el escenario, lagrimeando, llamándolo. Se aferró al borde de la plataforma negra y sintió retumbar el sonido.
Él agitaba la cabeza, acariciaba la guitarra con mimo y gracia, y sin embargo, le arrancaba un sonido brutal. Ella cantaba a voz en grito, su sonrisa espontánea brillando con luz propia, los ojos agrandados, brillantes, los rizos castaños rebeldes.
No podía verle el rostro, él inclinaba la cabeza de modo que los largos mechones, aún más rizados que los de ella, ocultaran por completo el rostro. Agitó la cabeza, y uno de sus fríos ojos azules asomó entre el cabello. Lo clavó en ella, que no pudo ver cómo él también sonreía. No tuvo problema en distinguirla. Aunque iba de negro, como todos los demás, era pequeña, frágil, su sonrisa era como la luz para un mosquito, un imán irresistible. Él reconoció en sus labios la letra, y más tarde, ella sólo murmuraba su nombre.
La canción terminó con un grito y algunas notas más, que flotaron un momento en el cargado ambiente. Él dejó la guitarra a un lado, apoyada contra uno de los enormes amplificadores y se situó al borde del escenario de dos zancadas. Se arrodilló, quedando a la altura de Shiva, que le contemplaba muy seria y con el corazón encogido.
Shiva seguía llorando cuando Seth la besó, pero pronto olvidó sus preocupaciones y se dejó llevar por la magia del momento.
Toda la sala estalló en una salva de aplausos, pero ellos no lo sintieron realmente.

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