domingo, 1 de abril de 2012

Veinticuatro de Marzo.

Las letras de la pantalla se desdibujaron, los contornos se volvieron borrosos, y yo me di cuenta de que estaba llorando. Agité la cabeza, el flequillo me cubrió la cara. Sólo oía el jaleo de la calle, los dedos furiosos de mi amiga aplastando las teclas y mis propios sollozos ahogados. Ella me atrajo contra su hombro y escribió con la mano izquierda. Con la derecha me palmeaba la espalda, acelerando el ritmo de caída de las lagrimas, que se estrellaban en la tela vaquera de sus pantalones, formando un circulito azul oscuro.
-No, tia, ya está, me largo.
Eran las once y veinte aproximadamente, y yo pretendía volver a casa temprano (relativamente) y sin lluvia. Forcé una sonrisa, le dicté a mi amiga la respuesta que debía teclear (Yo no veía las letras) y busqué mis bambas. Me sequé los ojos, me asomé al espejo. Menudas pintas.
Mei me abrazó, y me soltó una increíble perorata en la que hasta ella terminó llorando. ¿Y si...? En eso se basaban sus teorías. Todo podría haber cambiado mucho o no haber tenido diferencias. Nunca se sabe. Pero el destino había escocogido este camino y yo tenía el corazón roto igualmente.
Qué más daba
-no tiene sentido que seas tú quien llore.
Me las arreglé para prometerle que estaría bien. Las promesas meñicales, como mi madre las llamaba cuando yo era pequeña, siempre se cumplen, así que entrelazamos los meñiques.
Ella seguía despotricando, mezclando insultos para él y arrumacos para mí cuando me marché, dándole vueltas al paraguas en el aire.
Necesitaba algo que me impidiera pensar, comprendí, pero los gritos no eran suficiente, así que subí el volumen hasta que me dolieron los tímpanos por culpa del golpeteo furioso de la batería y el rasgueo burdo de guitarra eléctrica.
Es extraño. Por lo general, cuando es muy tarde, y más la noche de un sábado, me da repelús volver sola a casa. Por una vez no me importó. No me importó lo que pudiera suceder, toparme con una panda de canis sedientos de sangre, con un salido pederasta, o que me atropellara un borracho. No porque sea emo, quiera suicidarme o lo que sea que se os pase por la cabeza. Es que nada podía dolerme más ese instante que sus palabras o mis propios pensamientos.
Ningún camión tuvo la bondad de arrollarme esta noche. Ahora que estoy en casa, me siento muy sola. Quisiera poder echar mano de una botella de lo que sea y no recordar ni mi nombre esta noche. O tener alzeheimer, o lo que sea.
O, bueno, simplemente, ver a mi hermano...

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