domingo, 1 de abril de 2012

Más sueños estúpidos.

El suelo es de baldosas, desgastadas, agrietadas, rotas. Bicolores, blanco y negro, como un gran tablero de ajedrez. El negro despide un tenue brillo rojizo, y a mi alrededor, sin límite, principio ni final, negro. Negro nebuloso, retorciéndose. Hay un cerco a mi alrededor, pero nada más allá del suelo de mármol roto. Un paso en falso y todo se acabará. Una figura pálida, como un rato de luz sin contorno definido, con voz de ultratumba, resonante. La figura señala las fichas del tablero. La reina se lleva las manos a la cabeza, como si padeciera un dolor insufrible. El Rey se lleva las manos al corazón, como si quisiera arrancárselo.
Las cuatro figuras dan un paso adelante y se desintegran, bajo mi mirada escrutadora. Una repentina brisa se lleva cada granito que queda de ellos. Ahora sólo existen en mi mente.
Siguiente escena. Una figura se abalanza sobre mí. No tiene rostro, pero su cuerpo tiene forma femenina, y lleva un vestido negro. Los tirabuzones oscuros rebotan junto a su cara. Pero lo que más llama la atención es la enorme guadaña que se alza sobre mí. El mango se compone de algo blanco, retorcido...parecen vértebras humanas. Alzo los brazos instintivamente, y sobre mis manos se materializa una firme, elegante y alargada katana negra. Ruedo hacia un lado, siempre sin abrir la boca. La llama azulada que hay junto a mi cabeza me ilumina. Su guadaña y mi hoja chocan. Vuelve a arremeter. Me hace perder el equilibrio, y caigo sobre un montón de escombros. Los cortantes trozos irregulares de loza me arañan las piernas desnudas. Acabo de darme cuenta, llevo pantalones cortos y un sujetador negro, o algo parecido. Sobre él, algo parecido a una sudadera muy larga, y converses de bota, aunque eso es quedarse corto. Menuda ropa para luchar. Impertérrita, me pongo en pie, pero es tarde, porque una hoja curva y negra se mueve demasiado rápido hacia mí, me atraviesa a la altura del ombligo...Y yo me precipito a un vació infinito teñido de dolor...
Para terminar aterrizando, como cualquier día, sobre mi cama, con la frente bañada en sudor.
-Sólo ha sido un sueño-murmuro, con rabia.
Pero al incorporarme, un dolor punzante me atraviesa el estómago, y siento una penetrante quemazón. Me levanto la tela del pijama.
Una gran cicatriz de días de antigüedad me surca el estómago de parte a parte.
¿Qué ha sido eso?

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