domingo, 1 de abril de 2012

Diez de febrero O___O!

Abro los ojos. Sé dónde estoy y qué está pasando. Son las siete de la mañana, y mi padre me intenta despertar, siempre un par de minutos antes de que suene el móvil.
Aún no hay luz en la habitación. Sólo se oye el murmullo de fondo de la respiración de mi hermana. Las sábanas me parecen ruidosas cuando me incorporo y deambulo por la habitación. ¿Y mis zapatillas? Bajo la cama, seguro. Bingo.
Es viernes. Esa será mi excusa para estar de buen humor hoy. Hago la cama, recojo mi ropa, me encierro en el baño. Pulso los tres botones, las luces rojas se encienden, y se oye un poderoso rugido. Un chorro de aire caliente impacta contra mi cara, y por un instante es un alivio. Pero siempre he sido más de invierno y frío, y me aparto, bajando la temperatura. Me quito el pijama, y lucho contra los leggins de algodón licra. Son cómodos, y contra todo pronóstico, el frío no suele ser demasiado intenso. Sí más que con vaqueros, pero hay gimnasia, ciclismo, y no quiero que mis pantalones de chándal acaben hechos girones de grasa de bicicleta y trozos de cadena. Mi camiseta de manga larga gris, una corta por encima, de Black Rock Shooter, y el polar. Luego me pondré mi sudadera de Rammstein. Hace mucho frío hoy, y es extraño que sea yo quién lo diga. Me lavo la cara, con agua gélida, me recojo el pelo silbando, me pongo pinzas de colores para retener los rebeldes tirabuzones de mis sienes. La melodía es fácilmente reconocible: Dear God. Pero no pienso en la letra, sólo en una voz de niño, una pincelada rosa a mis mejillas, y tres dulces palabras, escritas con vacilación de una disculpa y una explicación “Pero…te adoro”
Me miro al espejo un instante. Esa chica no se parece a mí, con sus dos manchas de fiebre en las mejillas. Qué puñetas. No puede ser más… Cris. Y me río, tontamente.
Hay algo en mi mente que pugna por irrumpir en el centro de mis pensamientos, algo que no quiero recordar. Quizás que tengo un examen esta mañana, y no quiero admitir que recuerdo bien poco de todo lo que estudié ayer.
Busco en mi memoria
“Pero…te adoro”
Rayos.
No sé cómo diablos ha pasado el tiempo tan rápido, pero ahora voy sobre la bicicleta, la mochila pesa sobre mi espalda, me duelen las manos del frío y el pelo me hace cosquillas en el cuello y en la cara. Debí ponerme guantes. Una vez más, perdido entre mi pelo, como un millón de cables oscuros, el auricular me canta al oído.
Mi corazón redobla su ritmo.
Ha confiado en mí
Ha sido sincero.
“Sabía que no estaba loca” Me digo, feliz, después de mucho tiempo de comerme la cabeza, de darle vueltas, de lloros tontos, de preguntarme mil por qués.
“Pero…Te adoro”
En algún momento, se oirá KABOOM, estoy segura, y todo el mundo tendrá, literalmente, un trozo de mi corazón consigo. Justo pasando el colegio santa María del Valle, me encuentro de frente con una figura que viste un chándal color crema. Sonrío, de nuevo con siniestro placer, y pienso en ir con él al instituto, sólo para molestar un poco a mi amiga. Le saludo, puse mi mejor cara. Me doy cuenta de que intenta darme conversación. Yo le sigo con buen humor.
Atribuyo mi sonrojo al frío, cómo no, para que nadie diga nada al respecto. Incluso bajo el polar y las capas de más, tengo la piel de gallina. Me duelen las manos al moverlas, parece que van a partirse.
Piensa en algo cálido.
“Pero…te adoro”
Mi piel estalla en llamas, y, por si acaso, miro hacia abajo para cerciorarme de que no se quema nada. A simple vista, estoy de una pieza.
Me pongo los guantes, negros, con los dedos al descubierto. Embuto mi bicicleta con las demás, el casco, azul y muy feo, atado a uno de los manillares. Salgo corriendo al primer piso, busco mi clase, pido permiso. Salvador no parece muy enfadado. Me quito el gorro, para que no me despeine al hacerlo él, y me siento en una de las mesas del final.
“¿Qué día es?” Una voz del final de la clase interrumpe el frío silencio, cargado de tensión. “Hoy es diez de febrero” Responde otra voz grave. Diez de febrero. No debo pensarlo, no quiero, no puedo. Me salto la fecha y respondo rápidamente a todas las preguntas, rellenando varias carillas.
Segunda hora. Después de Ciencias Naturales, me abro paso entre la gente, de nuevo escaleras abajo, añorando mi rinconcito bajo el sol, en el poyete, con los auriculares.
Pero siempre pasa algo. Cuando Naya salta sobre Meiko, gritando, yo enlazo este hecho a la fecha. Ya me he dado cuenta, pero no quise admitirlo. Han pasado seis meses. Espero que pase lo mismo que siempre, que me duela el pecho, el tiempo se detenga, los ojos se me llenen de lágrimas. Y la imagen, mi único y bonito espectro de colores, tendría que agrietarse, romperse en mil y un pedacitos, desmoronarse hecha migajas. Reducida a polvo. Nada debería tener sentido.
Eso es lo que yo espero.
Pero no ocurre nada. Nada más que un torrente de emociones que se mantienen bien ocultas bajo mi frívola máscara de irónica indiferencia. El latido de mi corazón duele un poco más, ahora que soy del todo consciente de la realidad. Respirar supone casi un esfuerzo, me agobia un poco. Pero otras cosas me importan más.
“Pero…te adoro”
Respiro hondo. Estoy más tranquila. El aguijón de las lágrimas pasa por dejarme una película brillante en la mirada. Pero creo que estoy viva. Me pongo música, me aíslo a mi mundo, porque estos son los únicos días en que puedo manifestar mi debilidad, mi dolor, y echarla de menos como siempre.
Pero sonrío y bromeo de cuando en cuando.
Debo hacerlo.
Para no ser como ella.
Y lo siguiente que sé es lo que está pasando ahora. Estoy sentada en la clase de tecnología. Las altas banquetas sin respaldo, redondas y pequeñas. Las teclas apenas susurran bajo la presión de mis dedos. Pablo se repite ante la pizarra, intentando organizar el concierto para la excursión de fin de curso. Y yo no estoy echando cuenta. Alguien tiene puesta su música, el último remix de Skrillex, y canturreo en voz bajita. No es mi delirio, pero algunas canciones me gustan.
“Pero…te adoro”
Y es lo último que pienso en el día, porque lo que queda, es Dear God, un ratico de siestecilla, y, si tengo suerte, podré hablar con él.
Porque yo también le adoro.

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