lunes, 21 de septiembre de 2020

Saturday mornings.

Me siento dar un respingo involuntario incluso antes de abrir los ojos. Espero, sin moverme, a que se me ralenticen la respiración y el ritmo cardíaco, concentrada en mis sentidos. Los ojos perciben claridad a través de los párpados, mi lengua paladea el regusto metálico de la sangre. El sentido del oído, intensificado por la falta de visión, busca movimiento en el silencio de la mañana y solo encuentra una respiración pausada, otra superficial y dos corazones que golpetean a diferentes ritmos, impulsando la sangre en las venas.
Pero, de todos, el que menos uso es el más información me transmite: el olfato. Por él me parece saborear la humedad en el ambiente, el cálido dulzor de su piel, el suavizante para la ropa, los restos de nuestro sudor en las sábanas revueltas. Sabiéndome a salvo a su lado, olvidada mi pesadilla, dejo que me acurruque de nuevo en sus brazos, acariciándome el pelo, a pesar de que se me ha escapado una hora entre los dedos desde que asomé a la conciencia. Y me abandono, segura, porque sé que ya no soñaré nada malo.

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