Ale:
Sabes que soy de empezar por lo más difícil, lo más intenso, o quizá no lo sepas porque en realidad me conocías poco. Esta es la carta más complicada del ejercicio por varias razones: eres el más reciente, eres mi primer amor y eres el único que posiblemente lea su propia misiva. Quizá, no lo sé.
Si hubiera hecho esto hace siete meses, cuando rompimos, seguramente me habría disculpado por cómo acabaron las cosas, pero hoy me he prometido a mí misma no caer en eso; creo que ya he perdido demasiado perdón. Digamos que me refugié en la idea de que merecías alguien que supiera quererte bien, que tuviera suficiente con tu inocente dulzura, porque yo no estaba a la altura. Pero una de tus frases abrió la caja de Pandora de muchos sentimientos de inseguridad de los que fuiste acicate.
Sé que no terminé las cosas de la mejor manera, pero, aún así, no me merecía que me atacaras. No merecía que me hicieras daño, que mordieras con indirectas, que pusieras a personas tan importantes para mí en mi contra; y ahora mismo no merezco las expectativas frustradas de echarte de menos, del pacto que hicimos de mantener las cosas sanas y cercanas. Esto no es amistad, ¡apenas llega a cordialidad! y me siento idiota por esperar nada de ti e indignarme ante las semanas de silencio y ante celos absurdos que no tienen ni pies ni cabeza. No merezco que me restriegues que intentas buscar a otra mujer con la que compartir cama; y no tenías derecho a decirme que soy buena persona <<en el fondo>> o que no tengo amigos porque no me esfuerzo lo suficiente. Me hacías sentir insuficiente, mezquina, aislada e incapaz de establecer conexiones reales y "loca" por no saber comer sin llorar o superar la ansiedad de socializar.
Quise que nos quedáramos con lo bueno, de verdad. Con las Perseidas en la playa, con Londres, eternamente nuestro, con los momentos románticos, con las sorpresas. Lo intenté, lo juro; pero ahora empieza a aflorar la conciencia de que no era oro todo lo que relucía. Siento que hay muchísimas ideas y palabras enredadas en mis dientes, quemando contra mi lengua, y no puedo siquiera ponerlo en pie. Me quedo con imágenes mentales que tenía totalmente bloqueadas de cómo, a veces, hacías lo que querías con mi cuerpo pese a mi rechazo, mis lágrimas o mi pánico.
Hace cinco años te dije que la rabia y el desdén que expresabas hacia Julia hablaban de que no habías superado su rechazo. Es evidente que yo tampoco te supero, y eso es lo que más me duele.
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