jueves, 1 de julio de 2021

Five days.

    Es duro levantarse. Hacía mucho que no me sentía así. Creo que ni siquiera en enero era tan aplastante la pena. Física. Masticable. Pesada en el sentido más literal de la palabra.

Es peor comer. Es duro ver que otros se esfuerzan porque yo mejore pero no consigo estar a la altura porque cuando empecé quería estar sana y bien para vivir muchos años y bla bla bla, pero ya no parece tan importante. Es duro mantener los hábitos saludables cuando te importas una mierda. Dormir es solo una vía de escape.

Es difícil contener las lágrimas cuando tengo un nudo permanente en el pecho que no tiene motivo ni razón de ser pero que tampoco se destensa. A él le da igual si yo comprendo o no por qué quiero llorar todo el tiempo, él se limita a comprimirme los pulmones y a hacerse un huequito entre mis omnipresentes pesadillas.

Es irónico tratar de asimilar que el ritmo de este azote redobla su malestar justo cuando parecía imposible. Hace una semana estaba hecha una pena porque mis rollos fofos se desbordaban por todas partes en su amplia y repugnante plenitud, campando a sus anchas por lo que antes era fibra, piel y hueso. Hace una semana las cosas parecían difíciles, pero no imposibles; hace cinco días, la vida dio un nuevo vuelco. ¡Solo es un trabajo! ya, bueno, lo entiendo, pero son ocho monótonas horas de tortura para mí. ¿Qué me pasa? ¿por qué este desasosiego? ya no hay píldora que lo ampare. Solo quiero que termine. Solo quiero paz, descanso, silencio. Solo quiero volver a sentir algo que no sea tristeza, algo que no pese, algo que no duela.

Y lo peor es que sé que la parte dura de verdad aún no ha llegado. Allá vamos: matar o morir.

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