miércoles, 22 de noviembre de 2023

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     ¿Cuántas veces habré buscado refugio en esta vida? El refugio de mi niñez era la soledad que me permitía expresar con gusto las emociones reprimidas. A veces, espacios, como lo fuera mi casa..., antes de esta aciaga época. Durante algún tiempo incluso encontré refugio en los pesados ecos del interior de una capilla, donde hablaba con Alguien que, evidentemente, hacía oídos sordos a mis ruegos y dudas. La fría humedad de ese lugar no hace sino recordarme que soy la única persona a la que tengo en realidad, mi única aliada, la mejor inversión de mi vida.

En esa reticencia a volcar la necesidad de ser socorrida en otros me he aferrado durante más tiempo del que pueda recordar. Poco a poco, los escasos puertos seguros de mi vida se han ido desvaneciendo en una aséptica dejadez: primero amigos, luego familia. Una suerte de hermana-madre lucha contra la inercia inevitable de la vida ofreciéndome un hombro, una mano y recursos.

Últimamente, cuando yo misma más me fallo, es cuando más he buscado el consuelo de una mano amiga. A veces es una presencia constante e indefinible al otro lado de la pantalla, corazón robado; a veces es un batiburrillo de mantas y el acunar firme y sólido de sus brazos fuertes, de sus besos en el pelo, del perfume de su cuello. 

Qué roca es Él, mi Él, tan fuerte y tan seguro. De entre las brumas de la incertidumbre y el cansancio intuyo el resurgir de su brillo que ciega, de su amor, que arrolla. Le dije que yo no dudaba, no lloraba, no desistía, y Él pacientemente esperó a que lo hiciera y me demostró que no pasa nada, que con él he duplicado ojos y manos y piernas, que puedo ser una hojita frágil y temblorosa en medio de una tormenta y tener miedo, y está bien. Él me protegerá de las ráfagas inefables. 

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