Viernes por la noche, una menos diez de la madrugada. La casa se mece con el arrullo del sueño inocente de quienes viven bajo su techo; todos ellos menos yo, que froto con brío los restos de pizza de los platos. 26 Años, pienso con un suspiro. ¿Era así como me imaginaba mi vida hace, pongamos, diez? Sé que no. Por muy retórica que sea la pregunta, por muy mías que sean mis elecciones, sé que no.
Me distraigo pensando en lo hermosa que ha sido esta mañana. El sol jugaba al escondite tras unas nubes altas y deslumbrantes en su blancura. Mi mejor amigo y yo, paseando por el casco histórico de la ciudad, rodeados de mis amores: los libros. El aire fragante a otoño. Un músico callejero tocando una de Santana. Una sonrisa tan fácil, tan natural que es casi inconsciente. ¿Por qué serán tan verdes sus ojos? Me siento ligera..., me siento viva. Roces no tan inocentes que me hacen pensar en lo áspero de mis manos, tan frías, tan viejas y tan infantiles al mismo tiempo.
Ambos nos sentimos solos. Es fácil verlo.
Reviviría la mañana en bucle...
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