lunes, 7 de junio de 2021

Papá,

    Pensé que la tuya sería más fácil, pero me equivocaba. Hay muchas emociones a flor de piel. Admiración, amor y lástima en un cóctel mortal, acuciado por las maravillosas disonancias del Jazz en el oído mientras tecleo. El artista es Matthew Halsall, no lo conoces, pero te interesaría. Te hablaría de él, si escucharas.

Que no te culpo, ojo. Me ha llevado mucho tiempo dejar de juzgarte, creo, pero ahora entiendo que has hecho lo que buenamente has podido con las cartas de mierda que te ha dado la vida, y encima apaleao en todas tus decisiones. Ahora lo lamento por ser una losa más en tu espalda, por todas las horas que has pasado con el espinazo doblado para que yo pudiera ser quien quería llegar a ser.

Una vez le decías a alguien que lo que más habías añorado en la vida, lo que más anhelabas eran los pequeños detalles de la cotidianidad. Y cito, porque la imagen mental fue vívida y hermosa: sentarme con mi mujer en un parque a comer pipas y ver a mis hijos correr y jugar, y ponerse hasta el culo de mierda, y volver a casa contentos a darnos un baño y a la cama. Había días, papá, en que otras palabras parecidas me amargaban la existencia, me culpaba de las experiencias que pudiera haberme perdido, me daba rabia no tener ciertas cosas que otras personas daban por hecho en sus familias, así que te entiendo; pero no del todo. Para mí, la belleza de los días también está en ir al supermercado contigo, como siempre hemos hecho, en hacer un bizcocho de limón, en verte crear pequeñas maravillas, delicadas y diestras, de entre esas manos tan grandes y dulces que tienes.

De ti necesitaba que asumieras un papel que nunca te ha gustado, pero que has llevado a cabo con sensatez y pies de plomo. Has sido sólido, cálido, seguro y firme. Has sido referente. Sabes, papá, que a menudo he pensado de ti que eres demasiada buena persona como para que haya alguien en el mundo que te merezca. Y, sin embargo, supongamos que siempre hay algo..., algo debe haber, ¿no?

¿Añoranza, quizá? creo que es el nombre más acertado que he encontrado para este sentimiento que suele embargarme con frecuencia. De mi niñez recuerdo echarte mucho de menos, sentada en los escalones del porche, esperando a que regresaras de tus eternos turnos en el hospital. De días un poco más lúcidos, resiento la frustración de querer hacer planes contigo, y que a todo dijeras que no. Pero sé que estás cansado, no pasa nada. Es solo que quiero ayudar pero me pareces muy inaccesible para tus propias cosas; y, a la vez, siento totalmente injusta la presión y la carga que has puesto sobre los hombros de tu hija Ana. Siento que la hemos roto entre todos, pero el problema comenzó porque, siendo muy niña, asumió un papel que no le correspondía como madre de dos y ama de casa de cinco.

Eso, y que a veces estás un poco ciego. Pero quizá nos habríamos vuelto un poco locos y habríamos ahorrado tela de tiempo, ¿no? como Arthur Dent en la Guía del Autoestopista Galáctico.

Infinito agradecimiento, papá. Por tu sabiduría, tus consejos, por tu paciencia, por tu amor. Por las caricias en el sofá después de la cena. Por mantener viva a mamá, aunque nunca compartieras ese peso con nosotros. Respira: todos nos equivocamos, porque somos humanos, pero tú eres el ejemplo más bonito que se me ocurre de lo que significa serlo.

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