martes, 8 de junio de 2021

Mamá,

     ¿Sabes cuáles son las complicaciones de escribirte? que no puedo concentrarme en un solo tema. Debería hablar de las presuntas carencias de mi infancia, de aquello que habría necesitado y, motivos irrelevantes, no tuve.

Solo que los motivos  son relevantes. Por eso es por lo que las palabras se entretejen de forma precisa, hiriente y aguda con otras emociones mucho más conflictivas que no vienen al caso. Con culpa, con miedo, con lástima, envidia y hasta hastío; mientras finjo que he superado y controlado emocionalmente una realidad totalmente impredecible que ha dibujado muchas de las cicatrices y heridas abiertas de mi corazón, de mi mente, o de donde quiera que se alojen los sentimientos.

Es curioso que la misma canción que reproduje en bucle para escribirle a papá sea la que suena ahora, y qué diferentes las imágenes que me vienen a la mente. Pienso en mi Nana improvisándome disfraces y autorizaciones para el colegio, recogiéndome, de camino al médico, haciéndome la comida. No eres tú, y ojalá lo fueras. Sé que te frustra no haberlo sido, sé que te hiere que ella ocupe ese lugar tan especial que tiene en mi vida, pero madre no hay más que una y tú eres la mía; lo que no entiendes, en tu dolor y autocompasión, es que eso (que ellos sí tuvieron) me provoca envidia.

Impensable, dentro de nuestra familia, ¿verdad? somos una maquinaria perfectamente engrasada y funcional, seis pilares inamovibles. Pero mis hermanos, mis protectores, salvadores, consejeros y paraguas, tuvieron algo de ti que yo no conocí y que poco tiene que ver con tus toneladas de amor incondicional, mamá. Ellos conocen a La Mujer que hay en ti, una criatura sobrenatural de la que todos hablan con la admiración de quien vislumbra un milagro en el que no creía; ellos hablan de una mujer fuerte, férrea, sólida, líder, independiente, creativa, trabajadora e inteligente. Ale me decía hace algunas noches, cenando, que eras capaz de hacer realidad cualquier cosa que pareciera imposible, que te multiplicabas y fusionabas al gusto, que funcionabas con una energía mágica porque la comida y el sueño eran mundanos para ti.

¿Cómo te digo yo qué es lo que hubiera necesitado de ti, si no tienes ni lo que necesitas para ti misma? la culpa devora mis entrañas cuando pienso en todo lo que quise y no tuve, en lo que pude haber tenido. Me siento avariciosa y cruel por esperar más de alguien que ni siquiera puede tenerlo para sí misma. Cómo explico que yo quería un paseo por el parte, una excursión de compras, una visita al cine o un último baño en la playa. Cómo te cuento que me recrimino la sensación imperiosa y perenne de no disfrutar de mi tiempo contigo al 100%, mamá. Sé que no podrías haberme dado lo que quería, pero, por cínico que suene, a veces solo he querido un empujoncito por superar las cosas que te dan miedo y disfrutar de experiencias escasas, únicas. Me encantaría que hubieras sido un poquito más serena con tus palabras, más sensible en tus emociones, porque tus dentelladas de animal herido aciertan invariablemente en llagas abiertas y supurantes. A ti te han robado la vida, a mí me han robado oportunidades.

Habría necesitado despertarme y tenerte, y no el vacío de ese enorme caserón deshabitado porque estabas en el hospital. Habría necesitado la información necesaria para comprender qué te pasaba, y no esconderme para escuchar conversaciones y entender algo. Habría necesitado crecer sin miedo, sin pesadillas, sin verte vomitarlo todo, sin cubrirme de tu sangre, sin vendarte huesos rotos, sin salas de espera de urgencias y UCI. Pero sé que eso no lo puedo controlar, ¿para qué pedir que fuera al contrario?

Mi yo de 8 años y mi yo de 23 necesitamos, al final del día, lo mismo: dejar que nos consuele tu menudita delicadeza, tu Aire de Loewe, el crepitar de tu respiración trémula en el pecho, bajo la oreja. Solo anhelamos tiempo para seguir grabándonos tu recuerdo a fuego en la mente.

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