miércoles, 25 de mayo de 2022

I shall not let go.

     He vuelto a soñar con ella.

Un sitio desconocido y salvaje, con un horizonte montañoso plagado de elevados abetos. Un paisaje inundado: ríos descontrolados de espumas blanquecinas y batientes que doblan los gruesos troncos y las ramas tiernas.

Tengo miedo, un miedo atroz, pero me lanzo a la corriente, porque diviso su figura. Es un sueño, pero sé que la he estado buscando. Aunque mis extremidades y mis pulmones se pelean con la ferocidad del amor contra los tirones arbitrarios y bruscos del agua embravecida, tardo un rato en alcanzarla. Para entonces estoy helada, y ardo, y todo duele; me sorprende que no se me parta en las manos como una ramita quebradiza y seca.

Su cuerpo se estaba hundiendo en ese frío blanco y espumoso que lo llena todo. Me pregunto con desesperación dónde está papá, ella me responde con una calma resignada y triste que me hiela la sangre en las venas, y de alguna manera sé que tengo poco tiempo. No solo aquí, y ahora, sino siempre. Siempre tengo la sensación angustiosa de tener poco tiempo. El miedo quema más que el agua, más que el cansancio, casi tanto como la pena que me sobrecoge cuando la miro, cuando la escucho, cuando la toco. Incluso este mundo extraño es un gran desconocido sin su cuerpecillo hundiéndose en las aguas.

Pero la remolco. Tengo la sensación de que todo es más gris, pero no paro y la llevo conmigo hasta aguas más calmas, donde espera papá con el rostro cansado y preocupado. Su mirada dice una vez más que tengo que prepararme y ser fuerte; ella en mis brazos parece inerte cuando la llevo conmigo dentro de una estructura de paredes blancas y combadas, todo moderno y aséptico, como uno de esos hospitales privados de las películas americanas. Él dice que la ha estado buscando, que ya es momento de llevarla con su hermana, Gloria. ¿Quién narices es Gloria?

No debo soltarla, no debo soltarla, no debo soltarla.

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