El lunes once de enero de 2021 comencé a sentirme impaciente y ni siquiera sabía por qué. Con el ánimo crispado, pasé en silencio gran parte del día.
No sabría decir cuándo comenzaron a a girar los engranajes, pero me metí en la ducha con una apremiante sensación de prisa moviéndome los huesos helados a contrarreloj. Ahora sé que lo que buscaba con tanta ansia era la certeza de que todo lo que se había desencadenado en el proceso de demolición de mi vida había merecido la pena. No eran dudas, sino prudencia: años atrás, dejé lo que sentí que era mucho por alguien que, al término de la ecuación, me despidió con un beso en la frente y otra chica de la mano.
Sentada en el coche, la ansiedad me golpeaba como una bola de demolición. Sentía el alma entumecida y me preguntaba si podría amarle como él se merece que le amen; y cuando emergí del nido interminable de preguntas, estaba atravesando la SE-30 a una velocidad desaconsejable, alimentada por la adrenalina.
De cómo llegué, me perdí y reperdí y terminé por abandonar el coche en doble fila poco recuerdo. Le dicté un mensaje al móvil porque me temblaban las manos y no podía escribir, un mensaje que solo yo conservo y me trae buenos recuerdos. Su barrio me dio una impresión de laberinto de edificios atemporales y un poco oscuros, la misma sensación me asalta hoy cuando llego a los entresijos de su aparcamiento atestado de vehículos abollados y amontonados sin ton ni son. Las pocas personas que se movían por allí en pleno toque de queda, correa perruna en mano, me observaban con detenimiento y yo no podía estarme quieta. Supongo que ofrecía una imagen muy extraña.
Todo se me olvidó cuando abrió el portal tan fuerte que se produjo un chocazo con estrépito de barrotes férreos y lo vi correr frenéticamente como pollo sin cabeza, buscándome. Casi tuve el impulso de reírme, fruto de la pura ansiedad, creo, pero resistí a esa tonta manía traicionera con un firme mordisco de labios. Me golpeó entonces su perfume antes de poder dibujar sus facciones con mis torpes pupilas de miope en la oscuridad; luego, su cuerpo chocó con el mío como una fuerza sísmica que me dejó temblando entera de sorpresa y amor, sin aire, rodeada por una nube de sauvage y el sollozo ronco de un hombre que creía que no volvería a enamorarse como siempre quiso hacerlo.
Abandonada la esperanza de hallar palabras, me besó..., y qué beso. Pero eso se queda para mí.
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