A veces me sorprende el poco tiempo que llevamos juntos en realidad y lo mucho que nos queda por aprender al uno del otro. Es, sencillamente, como si hubiéramos estado toda la vida juntos.
Pero no hace tanto de todo. De los vaivenes, de la ruptura, de la primera cita, de la escapadita de cumpleaños, de la primera vez, del sexo clandestino en Minerva, del alquiler, de Leia y Do, de la terapia, del primer viaje, de las primeras navidades. Es todo tan reciente y a la vez tan familiar que me confunde no saber cómo reaccionar en situaciones complicadas, cómo llevar temas delicados y qué bromas tienen una asociación anterior a mí detrás y, por tanto, es mejor evitar.
Por eso me sorprende. No hace mucho que compartimos tiempo y espacio por primera vez, una apuesta en común y un colchón bajo nuestros cuerpos. Me sonrió, aún somnoliento, desde el otro lado de la almohada, y cuando me dio un vuelco el corazón supe que quería estar con él toda mi vida. Todo lo demás ya vendría, poco a poco, y lo enfrentaríamos como dos rocas firmes en medio del océano.
Mi roca, mi pilar, mi lugar seguro...
Para siempre.
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