lunes, 14 de marzo de 2022

Y seremos cinco

     Hace ya mucho, entrando en la adolescencia, se me antojó tener un perro. Viéndolo en retrospectiva, creo que me sentía un poco sola, y había idealizado la figura de un compañero ideal, un fiel apoyo que estuviera sensibilizado para con mis emociones pero no pudiera preguntarme al respecto. Un peludito que, aunque no pudiera entrar en casa para molestar con sus alergias, siempre me esperase en la puerta. Por supuesto, una mascota (y un perro en particular) exige unos cuidados y una dedicación que yo no estaba preparada para prodigar, pero en ese momento no lo sabía. Por suerte, mis padres sí supieron verlo y, so pretexto de lo caro que es comprar un perro (¡si yo hubiera sabido entonces que existían las perreras y las protectoras...!), estuvieron meses negándome el capricho hasta que me rendí con ellos, aunque no dejé de envidiar a mis amigos con sus cachorros.

Como digo, no era el momento, pero la ilusión nunca desapareció, y ahora me encuentro, casi quince años después, en una ensoñación llena de expectativas sobre una bolita de pelo negro y fuego que se me pegue a los talones y me siga con sus torpes pasitos sobre el terrazo; solo que ahora comprendo mucho mejor el alcance de lo que exigirá de nosotros: tiempo, dinero, amor, paciencia y consistencia.

Para empezar.

Creo que no está nada mal.

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