martes, 29 de marzo de 2022

Deva es pequeña, blandita, suave...

     Éramos cuatro cuando cruzamos la frontera y volvimos siendo cinco.

    No es una experiencia ajena, pero, a la vez, es intensamente nueva. Sacamos adelante a nuestra cachorra abandonada y a nuestro pequeño niño especial, cada uno único a su manera. Sosteniendo a Deva en brazos por primera vez - tan delicada, tan blandita, tan suave y pequeña - me acordé de la calidez del cuerpecito de Leia buscando calor en mi cuello, de sus primeras escaladas en la colcha, de sus correteos y sus acurruques. Me inundó la misma satisfacción que la primera vez que Do me dejó acariciarle, que se subió a la cama a mi lado para buscar mimos y vigilarme el sueño; me pregunté entonces y me pregunto ahora cómo es que se puede querer tanto a estos pequeños seres tan traviesos y bribones, tan agradecidos, tan dependientes y a la vez tan libres.

    Estoy segura de que ver crecer a Deva será toda una experiencia. Enseñarle a que nos mire, a que venga, jugar con ella, salir de viaje..., será un vínculo único que no he tenido nunca antes (porque mis michis solo forman parte de una esfera doméstica y privada) y no sé cuánto amor me queda en el cuerpo, pero siento que estallo cada vez que escucho las tiernas palabras de cariño que mi marido le dirige a la perra, su forma de acariciarla, de cogerla, de abrazarla, de fotografiarla y de admirar su belleza y su tierna y silenciosa sumisión.

    Ay, Deva..., casi no te conozco y la soy, de alguna manera, tuya.

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