jueves, 24 de febrero de 2022

Quietud y chatarra

     Es más duro levantarme de su lado cuando no duermo pues, abandonándome al sueño, pierdo brevemente la noción del espacio y de la situación que me rodea. También es cierto que es difícil no relajarme y alcanzar ese estado dorado de inconsciencia a su lado; pero anoche fue una excepción. En un nido enmarañado de brazos y piernas, acunada por el fuelle constante de sus pulmones y el hálito escapando de entre sus labios, para liego volver a entrar, me dediqué a estudiar los polígonos amarillentos que las farolas de la calle arrojaban sobre las paredes de la habitación. De vez en cuando, un estrépito de chatarra y faros halógenos alteraba los sólidos patrones en el gotelé.

Saboreé cada uno de los puntos de mi piel que estuvo en contacto con la suya, el rastro de su olor impregnado en el algodón de la ropa de cama, la blanda firmeza de la carne apretada en derredor. Deseé estar desnuda en su jaula de cariño y calor.

Me levanté escasos segundos antes de que sonara el despertador. No quería que un nuevo estrépito de chatarra y luz azul irrumpiera en la quietud de su sueño abandonado, fácil, profundo y casi infantil. A pesar de ello acusó mi presencia y quiso retenerme a su lado y sentí fugazmente el dolor agudo que debe acuchillar a las madres cuando se separan de sus vástagos a contra voluntad. Le arropé concienzudamente, como queriendo enmendar el calor ausente de mis pieles flácidas, y me marché con la culpa del amante que se desliza de puntillas en la noche, vestido con mentiras, dejando mi pensamiento y mi corazón con él, acaso le hicieran compañía y velaran su descanso como un ángel de la guarda, incorpóreo, alimentado únicamente por la Fe.

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