Nos han acostumbrado a pensar en el amor y en su magia como en una utopía tan fantástica como deseable... e imposible. Nos enseñan lo que son los cuentos de hadas, y luego por qué nunca serán nuestra realidad.
He tardado toda una vida en comprender que el secreto está en dar con quien haga magia con las cosas cotidianas, quien te haga sentir que vives en una película romántica, con poemas y violines como banda sonora, con burbujas en el vientre y nervios corriendo por la sangre, con risa permanente, en una libertad temeraria. Dar con la persona que convierta un viaje en coche en una experiencia excitante, divertida, dinámica. Alguien que haga resonar todas las campanas de la tierra con un beso, que ponga a temblar la tierra con una caricia de sus manos. La magia está en la persona, no en situaciones novelescas; el amor no existe necesariamente en paseos en vespa, grandes pintadas, paseos en globo y mensajes escritos en las nubes. No está en una estrella comprada, en joyas exclusivas.
El amor de cuento reside en una hornada de galletas de chocolate, dulces y esponjosas, de un lunes por la noche. En hacer el amor por todos los rincones. En un paseo al supermercado. En una ducha compartida. En una notita y un dibujo sobre el escritorio, antes de trabajar. En un desayuno preparado con cariño.
El amor lo escribe, lo compone y lo redefine su forma de mirar, de tocar, de sentir y de transmitir. Realeccionando mis recuerdos, mis sentimientos, mis conceptos. Reeducando el corazón.
Amor es Él.
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