domingo, 6 de febrero de 2022

Primera semana de wiglú: la crisis de la mediana edad.

     Me dicen con frecuencia que, de impaciente, soy demasiado rápida para todo, quizá también para las pequeñas crisis de identidad que adornan el proceso de maduración. ¡Sigo quemando etapas a un ritmo de locura! de aquí a la primera cana... 

Ayer se nos hizo bastante tarde. Podía sentir el peso de una semana muy larga en los músculos de la espalda, en los brazos y el cuello doloridos por la tensión del trabajo más físico del día. Podía oler y escuchar, perfectamente tangibles, el hastío y el cansancio de mi marido, que abría una regola en el salón para recoger los cables. Los martillazos de la macheta se sobreponían al sonido de la música y de la pintura pringosa impregnando el rodillo y el techo de la cocina.

Hice una pausa, suspiré y me miré las manos un momento. Mi hermano solía decir que la mejor manera de saber la edad real de una persona es, precisamente, a través de sus manos, pero yo siempre he pensado que depende mucho de lo trabajadas que estén. No rezuman la gracilidad y la bella elegancia de las manos de mi madre - que mis hermanos han tenido la fortuna de heredar - pero siempre he intentado cuidarlas más para compensar. Pensé en las manos de niña que conocieron a mi marido, tan suaves y vistosas con su esmaltado impoluto; nada que ver con la sequedad, las uñas pequeñas, rectangulares y blancas, los callos incipientes y los surcos blanquecinos de la versión que se presenta un año más tarde. Sentí vergüenza ante mi propio descuido, durante un instante pensé que me estaba haciendo mayor..., y no en el mejor sentido.

Sé que eso él ni lo percibe ni lo comparte. Menos mal. Agradezco tener a una persona tan excepcional a mi lado, alguien que silbe mientras está faenando, aunque esté cansado; que así y todo me haga el amor antes de dormir con todo el cariño del mundo. Alguien que no le tenga miedo a trabajar por la mañana y pasarse la tarde limpiando, pintando o reformando el hogar que compartimos, alguien con quien compartir las cargas (las buenas y las no tan buenas, las físicas y las mentales); porque todo esto quizá sería perfectamente posible sin él..., pero no sería ni tan fácil ni tan bonito.

Tú haces de esta casa un hogar para mí. No lo olvides.

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