De noche, vivo en el calor de un cuerpo vibrante, pequeño y peludo sobre mi regazo. Qué compañía tan dulce como inesperada; es casi una bendición, un regalo cuando me escoge a mí para reposar sus pequeñas patitas y ronronear como una descosida. A veces se sienta a mis pies, los abraza, muerde y juega con ellos. No me importa, estoy bien. Me gusta sentir un corazón latiendo junto al mío.
Ya tengo con quien hablar sin sentirme tan sola, tan aburrida o tan triste. Ya no hace tanto frío, el cuarto parece menos oscuro.
Leia.
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