martes, 12 de octubre de 2021

Flashes.

     El futuro se me presentó en fotogramas luminosos, dispersos y coloridos; pero los sentí tan reales como el pasado. Durante apenas un segundo, vi extenderse ante mí una senda y la opción muy real y viva de transitarla a su lado.

Una senda marcada por el ritmo de una casa creciente, de los pasos tambaleantes de una infante, del correteo de nuestros gatos. Un camino con la banda sonora de proyectos y reparaciones, de sus carcajadas, de los ladridos de un perro, de mis pisadas al correr por las calles del pueblo, de Do pidiendo jamón de york por las mañanas.

Campanas de boda, el susurro los pétalos de los ramos de lirios que, seguro, seguirán llegándome cada mes, los gemidos que se nos enreden entre las sábanas cada día del resto de nuestras vidas. El murmullo quedo de las lágrimas, el latido del corazón de nuestra hija por debajo de la piel de mi vientre, el borboteo de las ollas que llenen nuestras paredes con la fragancia única de lo que se guisa con amor. 

Más que ver el futuro, lo escuché, lo sentí en la piel, quise bailar a su ritmo.

Más tarde, él me preguntó si la casa era magia, pero yo pensé que quizá no, que seguramente sería más oportuno hablar de sensaciones y de música. En esta ecuación, la magia, desde el primer momento, la ha puesto él.

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