martes, 30 de diciembre de 2014

Green.

Voy a echar de menos estas vistas, de verdad.
No es solo el verde, es la luz. En mi jardín todo es así, pero los verdes cambian con la luz cenital. El verde esmeralda de los centenares de Tréboles que invaden el césped, el verde pardusco de las hojas del laurel o ese color ópalo de las hojas de jacaranda que se tiñe de lila con la llegada de la primavera. Voy a sentir nostalgia por la forma en que la luz vespertina incide sobre las flores de los parterres y maceteros del jardín, la palmera; del mismo modo que ya extraño el sabor de las granadas cuando llega septiembre.
El jardín..., mi jardín. He pisoteado ese césped desde que tengo uso de razón. Recogíamos dátiles de la palmera, jugábamos a la pelota, hacíamos ramilletes de aquellas florecillas blancas, y de tréboles. Instalamos un campo de bádmington durante mi verano de aislamiento. Cuando caían las flores del árbol, jugábamos a encontrar "Agua, leche o café" y lo pringábamos todo. Buscaba cochinitas, tomaba el sol cuando hacía buen tiempo, y me daba manguerazos con mi hermana en los meses de más calor. El jardín también era una buena excusa para estar con mi padre: regando, talando, cavando, podando, cortando, abonando y trasplantando.
Pronto, una parte de eso se irá. El césped va a ser sustituído por un sucedáneo artificial, y ya no crecerán más tréboles en él. El seto va a desaparecer, ahora tan solo se verá muro; y los árboles..., el laurel que me da los buenos días desde la ventana, la jacaranda que tanto ama mamá... una piscina. Solo eso, un agujero con agua se llevará su lugar de descanso eterno. Recuerdo cómo de niña me hizo prometerle que me aseguraría de que fuese enterrada bajo aquel árbol en flor, y ser bañada por sus pétalos lilas algún día.
Ese pulcro jardín nuevo que se dibuja vagamente en mis pensamientos contrasta vivamente con el rincón florido de mi refugio, a veces me pregunto qué es lo que quiero. ¿No he deseado siempre algo así?








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