Había algo en la navidad que solía llenarme el corazón de ilusión incluso en panoramas oscuros. Una cena de nochebuena calentada en fiambreras en el hospital no era menos especial que la que celebrábamos con la vajilla buena y el árbol de Navidad resplandeciente de luces, si estábamos juntos. Eran días para buscar regalos con la alegría sincera de intentar agasajar y sorprender al otro con cariño y buenos sentimientos.
Hace algún tiempo que esta fiesta deslustrada parece escupirme su ironía y cinismo, y solo Diego se esfuerza por luchar contra mis lágrimas y mi mal humor. Entre los desplantes de mis padres, el abandono y la pérdida, los sueños hechos añicos, clavados y enquistados, ya nada tiene demasiado sentido.
Mis instintos me abandonan y ya poco me queda por pelear. Verdaderamente no tengo ganas de seguir caminando los senderos inciertos de esta vida..., y me pregunto si aguantaré lo suficiente como para ver la siguiente navidad.
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