A pesar de lo que pensaba, volví a reírme.
Primero, haciendo el payaso con mi prometido, gran confidente y aliado, en los pasillos de un centro comercial. Me hizo cosquillas y me dejé caer al suelo de la risa.
Después me reí sin pensar, durante una conversación tonta con un amigo del trabajo.
Se me abrieron los labios agrietados con la risa y no me importó que sangraran. Era un dolor que estaba dispuesta a soportar con gusto, pues más grande es el dolor que arrastro desde hace tres meses.
¿En qué momento me pareció bonito?
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