viernes, 8 de diciembre de 2023

amends

    Pasó un día, y otro, y yo lloré menos. Me duché, dormí noches enteras y hasta recuperé el apetito a ratos.

Un efecto secundario que no me esperaba de toda esta situación fue que Diego y yo nos uniríamos más. Si bien estaba convencida de que confesarle mis sentimientos por otro nos rompería para siempre, él eligió perdonarme y seguir invirtiendo en nosotros. Hablamos durante horas, me limpió las lágrimas, estuvo pendiente y en contacto constante para que me sintiera menos sola y me ayudó a entender cada una de las ráfagas de la ventisca de mi alma. Sin juicios. Recorrió con caricias y besos las heridas que le hice a mi cuerpo y a mi corazón.

Lo que hice, por mal que estuviera, puso en valor lo que teníamos, que ninguno queríamos perder. Aunque sangrara mi duelo por dentro, me alegré de poder volver a refugiarme en sus brazos, en sus manos. Sentí alivio besándole y devorándole con un ansia casi animal; cada vez que hicimos el amor pensé que querría tenerle bajo mi piel para que su calor no me abandonara.

Remendó con paciencia mis nuevas inseguridades, mi redescubierto miedo al abandono y la desconfianza que ahora me abruma. Me recordó lo fuerte que soy, lo que deseo y merezco. Acabados los vaivenes se terminó también esa negra etapa de arrastrarme por un poco de cariño y atención. Ahora todo es mío, y todo es sano y bonito, y está bien; y esto no es más que un camino que transité, con su aprendizaje correspondiente, y que pondré a dormir en el cajón de las malas decisiones algún día, cuando esté lista.

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