martes, 12 de diciembre de 2023

batidora

     La culpa. Aquel momento tan íntimo y tan hermoso estaba teñido de ella. Hundidos hasta la cintura, él en la piscina de agua caliente y yo en el baño frío, supe que los dos compartíamos el pensamiento de que era una situación idónea para nosotros. En el fondo, para todo lo que nos parecemos, somos extraordinariamente diferentes en los aspectos más básicos. La idea me hizo sonreír.

Pero no me dejé llevar por mi cabeza entonces. El aire, caliente y húmedo, me transportó a un día exactamente igual, dos años atrás. La luz cálida y tenue instaló su brillo dorado en el cabello oscuro, en los ojos enamorados, por toda la extensión de su piel suave, tersa sobre los músculos abultados de sus brazos. En ese instante, sin embargo, había una suerte de triste desesperación subliminal que ahora entiendo, un pánico abrazado a la nostalgia del amor compartido, mientras me miraba. Me pregunto qué estaría viendo en mí, qué dirían mis ojos del torbellino que me ahogaba el alma.

Lo supe dos años atrás y también este pasado 12 de noviembre, en esas piscinas termales. No había duda de que este hombre, con su profundo sentir de las cosas, está hecho para mí. No podía dejarle, no podía rendirme con todo lo que habíamos construido. El fuego seguía ahí, candente, humeante, en brasas listas para ser reavivadas. ¿Cómo iba a decírselo al otro?


La respuesta es... no tuve que hacerlo.

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