martes, 18 de enero de 2022

Seeds for chaos.

    No he mencionado esta pequeña anécdota a nadie, no había escrito sobre ello, pero aquí estoy. Supongo que eso significa que ha estado echando raíces en mi pecho hasta que he sentido que se me pudrían los pulmones. 

La noche que daba paso al comienzo de un nuevo año, con todas sus nuevas oportunidades y sus páginas por escribir, mi madre me mordió con palabras dolientes, remarcando con un hierro al rojo el estigma persecutorio de las decepciones y de la pesada etiqueta que, como un cadáver, parece que llevo atada al tobillo. Así y todo, parece que no hubiera pasado nada, pero lo dicho no se puede desdecir, lo oído no se puede desoír y solo queda mi memoria - y únicamente la mía - como solitaria testigo del dolor que unos pocos vocablos arrastrados sobre una lengua reseca, un puñado de insinuaciones como pullas y toneladas de decepción pueden hacer con una persona.

Pueden aplastar un alma durante días.
Pueden crear impotencia.
Pueden catapultar agotamiento y dolor.

He llegado a ese punto en que ya no me valen las excusas, ya no me valen las disculpas y ya no me quedan consideración o perdón hacia una persona adulta que, enferma o no, me ha vuelto a hacer sentir miserable. Me importa un bledo si sus mordientes reproches son resultado del lacerante pánico hacia las repercusiones que la situación pueda o no tener; su pésima gestión de las emociones no justifica la manía de desgarrar mis esperanzas de mejorar día a día, paso a paso, poco a poco. ¿Qué tendrán los padres que a veces deseamos desesperadamente su aprobación? ¿y por qué duele tanto oír a una madre enunciar las evidentes implicaciones de la decepcionante imbecilidad crónica de su propia hija?

Pero, lo dicho, ni ella lo recuerda ni yo voy a malgastar saliva en ello. Solo crearía más reproches. Frustrada o no, enfadada o no, triste o no..., no le importa a nadie. A veces eso me devuelve a la espiral de desazón y desesperanza a ratos arrumbada en el desván polvoriento de los desechos de la mente, acicate de la certeza absoluta de haber fallado y fracasado a ojos de las personas que me importan.


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