Dijo Agnes Grey que siempre es duro dejar un sitio donde se ha vivido dos o tres años. Yo discrepo. No se trata del tiempo transcurrido, sino de los recuerdos vividos.
Ahora me marcho de aquí. No ha sido mucho tiempo, no ha sido mi sitio favorito, pero han sido los meses más felices de mi vida hasta ahora, y puntualizo, porque sé que aún me quedan cosas increíbles que vivir en los próximos días, semanas, meses.
Este piso simboliza el salto de fe que dimos al apostar por lo nuestro, contra todo pronóstico, contra la locura y la opinión ajena. Simboliza aprender a vivir juntos, a comprar juntos, a desenvolvernos juntos, simboliza el esfuerzo sostenido de sacar nuestra pequeña familia adelante. Este piso, con sus habitaciones cálidas y llenas de luz (y pelusas), es el reducto de paz tras el día largo, es el nido donde hemos compartido nuestras primeras películas juntos, nuestras primeras comidas, nuestros desayunos en la cama, nuestra pasión desaforada aquí, allá y a todo volumen. Entre sus cojines y mantas han crecido nuestros peluditos, con sus zarpitas y ronroneos, y también eso lo hemos disfrutado juntos.
Hubo algún que otro "déjame mi espacio", porque es el máximo al que llegan nuestros rifi-rafes, algún "esto no me ha gustado" y más de mil lágrimas, que son pocas para las que nos hayan de quedar. No pasa nada, así es la vida; a mí me gusta la mía a su lado y a lo único a lo que aspiro es a que sigamos compartiéndolo todo (lo bueno, lo malo y lo regular) juntos.
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