jueves, 31 de enero de 2019

No blame.

A ver, hoy hemos tenido un episodio un poco raruno y creo que vale la pena comentarlo un poco.
Es verdad que, de las pocas veces que uno de los dos no ha querido tener relaciones, la mayoría de las negaciones han sido tuyas y el protocolo de actuación siempre ha sido dejarlo estar. Es verdad que, por norma, yo no digo que no al sexo a no ser que a) me encuentre físicamente mal, b) me encuentre psicológicamente mal, lo cual me complica mucho llegar al orgasmo, aunque inicialmente pueda apetecerme.
Establecidos estos parámetros, me gustaría indicar que no es lo mismo "no me apetece" que "no quiero". Lo segundo es rechazo, una negación directa e inamovible. Lo primero es, simplemente, falta de ganas. Lo primero se puede cambiar, lo segundo... No.

Y a mí, antes, pues... No me apetecía. Por la opción b, para más señas. Después de pasar la noche en vela, del estrés emocional de los últimos días y, en concreto, de ayer, acababa de llegar a casa y además me estaban esperando en la cocina; así que cuando empezaste a tocarme el culo y el pubis me planteé si me apetecía darle rienda suelta a la pasión y llegué a la conclusión de que, aunque estaba húmeda (hormonas ftw), era probable que sin calma, amor y preliminares, no llegara a correrme.
Y así te lo dije en el baño, «estoy cachonda, pero creo que no puedo correrme». Sin embargo, metiste la mano en mis pantalones y me dejé porque sé que eres el hombre de los milagros. Es importante, no te dije que no, no me aparté, no sentí ni manifesté rechazo y tú no me estabas forzando a nada. Me dejé porque sabía que podrías llegar a hacerme disfrutar y, aunque al principio no sentí nada, me esforcé por dejar la mente en blanco, a ver si sentía la chispa, las cosquillitas, el placer de tu mano resbalando por mis pliegues. Creo que notaste mis contracciones entorno a tus dedos y por eso sabes que no fingí nada.
Así que culpas, cero.

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