miércoles, 30 de enero de 2019

Carca.

El lunes quedé con las niñas después de siglos sin verlas, y eso que son las personas con las que he crecido, quienes ven lo mejor y lo peor de mí. Con Silvia me encuentro a veces, pero llevaba meses sin hablar con Ana, más de un año y medio sin quedar con Elena, y un lustro sin saber de Carmen, que se dice pronto. "Dejada" y yo: sinónimos.
La cuestión es que nos sentamos en una pequeña pizzería vegana de la zona de Lepanto que me trajo muchos recuerdos, cerca de la academia donde veníamos a ver actuar a Marina en verano cuando acababa el curso de flamenco, o las coreografías de ballet que hacían Ana y Elena todos los años en junio. Estaba cerca del colegio donde pasé 13 años de mi más tierna juventud, despellejándome las rodillas en el campo de fútbol de albero, escondida entre estanterías de la biblioteca, liándome con gente en los baños y, en última instancia, fumándome algún porro en la arboleda.
Así que me sumergí de lleno en la nostalgia mientras fingía que comía, demorándome en las cortezas, escuchando sus vidas y riéndome de los dramas de telenovela en que estaban metidas, justo como si volviera a tener 16 años: Carmen, liada con un señor casado de 30 años, estaba a punto de independizarse. Con dos trabajos, parece más sofisticada y resolutiva que nunca, tiene ese aura de seguridad de las personas adultas que la hace parecer sexy, y a mí me hace sentirme como una niña pequeña. Silvia, por otro lado, trataba de compaginar los términos de las dos relaciones románticas que estaba manteniendo a la vez con dos personas diferentes. Ana estaba empezando un rollete nuevo que no sabía si iba a cuajar o no, pero mientras, se iba de fiesta todas las semanas con su nuevo grupo de amigos, y Elena..., bueno, Elena decidió que aquel momento mío de reflexión era el adecuado para arrojarme una jarra de agua helada (emocionalmente hablando) cuando preguntó:
- Tía, ¿no te aburres de estar en una relación estable?
Después de la carcajada general, me di cuenta de que todas me miraban atentamente. Me dolió un poco darme cuenta de que mis amigas me veían como una carca, pero es que a veces estamos tan concentradas en el presente que nos olvidamos de dónde venimos. Y creo que, hasta cierto punto, en sus cabezas sigo siendo la clase de persona que se pasa de juerga la mitad de la semana, que bebe como un cosaco y se chinga a una persona distinta cada fin de semana, despilfarrando el dinero como si lloviera del cielo.
- No, Eli, no me aburro - y me di cuenta de que había sonado muy cortante y seca en mi respuesta - ¿Cuánto tiempo llevas con Pablo, por Dios?
Ella se paró a calcularlo. Yo jamás habría tenido que pensarlo, podría decir hasta cuántas respiraciones llevo con Ale.
- Pues el mes pasado... este mes... unos siete meses, creo.
Me reí sin ganas mientras la revelación sobre mi juventud continuaba. Yo me había divertido durante un par de años, a lo sumo tres, mientras ellas estaban viviendo la década dorada de los veinte a lo Valeria Férriz. Me esforcé por recordar que esas cosas habían dejado de llenarme y apetecerme hace mucho, cómo hice un retiro espiritual, tiré la mitad de mi ropa de fiesta y no volví a probar una sustancia nociva en mucho, mucho tiempo. Ni siquiera me molesté en defender mi vida amorosa, más que plena y satisfactoria, porque sabía que a sus ojos me he "conformado" con la vida.
- ... pero es que necesito algo más en mi vida, ¿sabes? - seguía diciendo Elena - Una bronca, cuernos, algo así.
- Eso es porque no le quieres de verdad, nena - sentencié - Cosa que no entiendo, porque es guapo, buena persona, y está loco por ti.
- Sí... quizá demasiaaaaado bueno. Excepto en la cama.
Siendo sinceros, las dos sabemos que la fidelidad no ha sido precisamente lo que destaca de nuestro expediente hasta ahora (o, en mi caso, hasta hace unos dos años y ocho meses). De hecho, ambas nos hemos liado con el novio de la otra en más de una ocasión. La cuestión es que decidí dejar de hablar en serio y traté de distraerla.
- Proponle un trío, o una relación abierta. - Adujo Silvia
- Estaba pensando en ponerle los cuernos
- Tía, no. Pa eso déjale - exclamó Ana.
- ¿Y si vamos a un Sex Shop juntas? hace tiempo que quiero un par de cosas.
Como yo ya sabía, a Elena le encantó mi idea y nos dedicamos a discutir qué nos compraríamos si al final decidíamos hacer aquello. Sin embargo, la conversación en general me dejó con la mosca detrás de la oreja y la cosa no se puso mejor después, mientras celebrábamos con cerveza y chupitos el habernos librado de un baboso, cuando decidí que era tarde y que mi estómago no aguantaría otra micro-explosión de tequila
- Lo siento, Carmela, ya no soy lo que era - me reí mientras me ponía el abrigo.
- Ya lo veo, ya - dijo ella mientras servía más alcohol en los vasitos. - El viernes te ponemos a tono.
Se estaba riendo por lo bajinis, casi con indulgencia, y me dieron ganas de recordarle aquella vez que la tumbé en una guerra épica que terminó con 5 litros de cerveza, 4 cubatas y 8 chupitos (dos de ellos, de absenta) a los que me tuvo que invitar. Aquel día habría podido desinfectar un hospital entero de un escupitajo, como quien dice..., pero todo aquello pasó. Pasó y ahora somos personas diferentes, todas nosotras. Cada una tiene su camino. La pregunta es... ¿nos arrepentiremos de nuestras elecciones?

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