lunes, 21 de enero de 2019

Inseguridades III

El espejo me devuelve el reflejo de una cara pálida y malhumorada. Me inclino sobre la pila y me echo agua fría en el rostro: helada, a decir verdad. Mi madre dice que eso ayuda a mejorar la elasticidad de la piel. También lleva muchos años recordándome que me aplique crema hidratante a diario, para así poder envejecer tan bien como ella. Dice, aunque con menos frecuencia, que tengo mala cara, siempre tan paliducha, siempre con aspecto de cansada. Dice que estoy guapa, pero solo cuando me maquillo.
Y ahora mi piel sin mácula y mis ojos grandes en el espejo no me dicen nada si no me dedico media horita a darme colores y sombras, a disimular, a realzar.
Me tiro del cabello hacia arriba , aplasto los rizos sin miramientos y me lo recojo en una coleta alta y despeinada para quitármelo de la cara. Ese pelo mío, tan espeso, de rizos amplios y maleables, que ya solo es bonito si me lo aliso. Y cuando lo hago, recibo halagos por todas partes, pero yo me miro al espejo y echo de menos el marco de volutas marrones, que según mi madre hacen de mi rostro una máscara más pálida aún. Sí, definitivamente, estaba mejor cuando era rubia.
Evitando mi reflejo, me voy quitando capas. La sudadera desvela esos brazos dermatíticos llenos de cicatrices que a mi suegra le daría vergüenza enseñar, la camiseta, mis pechos más pequeños y caídos, esa barriga curva y prominente que mi abuela odia, esas estrías que mi padre se esfuerza por eliminar, esa cintura ancha que, desafortunadamente, heredé de mi madre. Los pantalones se me caen y ya solo queda ese culo que un día fue bonito pero que ahora está plano y vacío para mi hermano, esos muslazos que nadie entiende de dónde he sacado, ya que todos los demás los tienen delgados, las piernas cortas de mi padre y más cicatrices, estrías, flacidez y piel de naranja.

Así, desnuda, me subo a la báscula, y el número que me devuelve hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Y ya no sé si me da más rabia llorar por una cosa así o por permitir que me minen la moral; con que mi hermana con 68 kilos está gorda pero yo con 70 no, con que saqué todo de mi padre menos lo bueno, y de mi madre, solo lo malo. Con mi papada y mis piernas cortas. Con los dos rollitos que me salen en la cintura. Con el roce de mis muslos al caminar y mis pies anchos y planos. Con que solo estoy guapa cuando me maquillo y me peino, solo cuando estoy bien vestida, y a veces siento que mi madre me querría más si fuera rubia, delgada y tuviera los ojos azules, o que mi abuela me apreciaría más si estuviera en los huesos.

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