domingo, 20 de enero de 2019

20 de enero de 2019

Querido bae,

Desde jovencita, he leído muchas novelas eróticas. Por pura diversión, no te creas, no con fines sexuales. Lo primero que debes saber es que la vida no comienza y termina con Cincuenta sombras de Grey: están los múltiples títulos de Elisabet Benavent (saaaaaagas y saaaaaags interminables sobre las expectativas de las mujeres en lo que respecta al amor y al sexo), los de Pídeme lo que quieras (si te va un rollo más sado), yo soy Eric Zimmerman, Diario de una Voyeur o Crossfire. Vamos, que hay mucho donde elegir, a pesar de que la literatura erótica es un tabú en el mundo literario y fuera de éste. Lo segundo que debes saber es que estos libros me han ayudado a aprender un poco de cuáles son las expectativas y fantasías de hombres y mujeres, qué les gusta, con qué fantasean.
Las mujeres, en general, quieren a una bestia parda entre las sábanas que se deshaga en atenciones románticas cuando llega el amanecer, y, por alguna razón que no entiendo, también les gusta ser dominadas, estar a merced de alguien.
Los hombres sueñan con ser tigres en la cama, estar buenísimos, tener harenes de mujeres que pulvericen las bragas al verlos y rabos de 30 centímetros. Como diría Sergio, nada nuevo bajo el sol.

Así que pronto me di cuenta de que no me ajustaba mucho a ese patrón, ya que algunas de estas fantasías me parecían desagradables. Otras eran demasiado corrientes, como que el tío con el que te acuestas te trate bien cuando termina el revolcón (idiota de mí, lo daba por hecho)
Siempre tuve claro que lo de encontrar un tío cuya voz fuera suficiente para excitarse, un tío que pudiera hacer que te corrieras con una sonrisa, era una mentira como un castillo. Porque, a ver, somos criaturas racionales, ¿no? ¿quién puede perder la cabeza de esa manera? (de nuevo, idiota de mí)

Como bien has averiguado por el paréntesis anterior, me desmontaste todos los esquemas una vez más. Es verdad que no fue un flechazo sexual, de estos en los que mojo las bragas con olerte por primera vez, sino que fui descubriendo las cosas que me volvían loca poco a poco. A estas alturas, creo que los dos sabemos (y a ti te encanta), que eres mi kriptonita, mi porno con patas. Eres todo eso que prometen los libros y que yo juraba que no existía. No sé si me produce más vergüenza o más sorpresa la reacción primitiva de mi cuerpo, que se subleva, se desconecta de la cabeza y funciona por sí mismo. ¡Te juro que no lo hago a propósito! ni siquiera sé cómo disimularlo, solo sé que cuando me besas con esa boquita mullida y suave, se me pone la piel de gallina y el corazón en la garganta, bum, bum, bum, siento el calor de la sangre por todo el cuerpo (y en unos sitios más que en otros), y luego viene lo demás: los pezones se yerguen, duros, contra la blonda del sujetador, aparece ese cosquilleo familiar en la parte baja del abdomen, y unas ganas locas de suspirar. En algún momento del proceso, mi mente hace acto de presencia y no precisamente para ayudar, qué va, sino que me recuerda amablemente lo que se siente con mi pecho pegado al tuyo, las embestidas de tus caderas contra las mías, tu expresión cuando te corres, y...
Y luego, fuera de mi nebulosa, la realidad: con tu cara de sorpresa o de diversión más o menos disimulada. Tú, ni mínimamente alterado, y yo, intentando no jadear.
En fin, injusticias de la vida de una dolescente en celo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario